20- ¿De verdad estás viendo la realidad?

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No supe nada de Damián después de su explosión de ira.
Me había dado la impresión de que algo se había salido de su control, y quedé muy inquieta, porque tras pasar la noche dándole vueltas al asunto, había notado algo en mis recuerdos que no me terminaba de encajar. Él había dicho que mi voz le causaba dolor, y sí, varias veces lo había visto hacer extraños gestos de malestar, y también había detectado una considerable tensión en sus venas. Sumado a eso, su aspecto cansado era cada vez más acentuado. Aquello no parecía nada normal incluso para la común anormalidad de ser Noveno.
¿Y eso de que me escuchaba todo el día qué significaba? No tenía sentido. Es decir, sí hacía muchas preguntas, pero ¿llamarlo solo para pedirle hacer cosas? ¿A qué cosas se refería?
En definitiva, algo más sucedía, porque no hizo acto de presencia en el bosque el día posterior. Yo fui porque Tatiana me había informado que se reunirían, y ni rastro de él. Estuve con Eris y el resto de la manada, oyendo a Poe y a Archie hablar sobre todas las formas que había de despellejar a un ser humano, y sobre lo indignante que era no poder escribir su propio libro referente a ello sin escandalizar a la sociedad.
Eso hasta que Tatiana me invitó a caminar por las orillas del lago.
—¿Por qué no vino Damián? —me preguntó ella. El agua estaba en calma y los insectos entonaban su coro nocturno.
—No lo sé —confesé en un suspiro—. No lo he visto desde que estuvo en mi casa hace dos días y volvió a explotar de ira como en casa de Poe.
—Espera, ¿pasó de nuevo? —Ella se detuvo, desconcertada.
—Le pregunté cosas sobre su vida —asentí—. Se puso como loco, gritó y se fue. ¿Es algo de Novenos?
El rostro de Tatiana, que siempre era dulce y animado, se llenó de una preocupación seria. Hasta me puso la piel de gallina cómo se notó que eso significaba algo malo.
—Agh, quise pensar que no se trataba de eso —murmuró más para sí misma que para mí.
—Me estás asustando —le advertí.
—No es algo normal —suspiró—. Cuando vi su reacción aquel día, me pareció muy familiar. Tuve la sospecha y quería confirmarlo, pero no me han permitido acceder a la biblioteca en estos días. Igual, su aspecto, su actitud… Creo que Damián podría estar pasando El Hito, y si es así, este es un momento muy crucial en su vida.
Recordé que ella había dicho esa palabra en la sala privada, pero nos habían interrumpido. No tenía ni idea de qué era, pero no sonaba nada bien.
—¿Qué es eso?
—Archie pasó por ello hace poco. —Tatiana lo observó sentado alrededor de la fogata, hablando sin parar—. El Hito es la batalla interna por la que todo Noveno pasa a cierta edad de su vida. Es como un momento agresivo en el paso de la adolescencia a la adultez. Existen especialistas que se encargan de atender esto. Claro, ellos no te explicarían las cosas como debe ser. Según las ordenes de Los Superiores, el Noveno que esté pasando por esta fase debe ingresar a terapia para superarlo con ayuda por lo riesgoso que es. Pero si lo delatas no sabrías más de él hasta que lo consideren curado y si no lo consideran recuperado… —¿Qué hacen? —pregunté, con un hilo de voz.
—Es que no lo sé. —Ella negó con la cabeza, angustiada—.
Son más los casos en los que los Novenos lo superan, pero hay otros que no. Cuando empiezan los ataques de ira sin sentido puede significar que va mal, que el Hito está actuando en su contra.
Los dedos habían empezado a temblarme. No lo entendía del todo.
—Pero ¿esto qué significa? —pregunté, perpleja—. ¿Qué hay que hacer entonces?
La voz de Poe desde cerca de la fogata interrumpió antes de que ella respondiera:
—¡Oigan! —Hacía un ademán para que nos acercáramos adonde estaban ellos—. ¡Vengan a escuchar esto! ¡Eris acaba de admitir que le gusto!
—¡No es cierto! —refutó Eris de forma furiosa. Archie veía la escena entre risas torpes—. Acabo de decir que lo único que podría ser mínimamente interesante en ti es el hecho de que usas tu dinero en algo tan importante como preservar libros.
¿Tienes mierda en los oídos o qué?
—No lo sé, a mí me sonó a que decías que te traigo con las bragas abajo. —Poe se encogió de hombros e hizo un mohín.
—¡Eres detestable, Poe Verne! —exclamó ella, enrojecida de ira—. Lo único que podrías bajarme serían las ganas de vivir en este mundo en el que existes tú.
Empezaron a discutir, aunque él solo se reía, encantado. Eris parecía sentirse muy irritada por su coquetería, pero no me sorprendía. A ella casi nadie le gustaba.
Tatiana y yo volvimos a nuestro círculo confidencial.
—Por cierto, estuve investigando lo de la sala de prácticas —susurró para que nadie pudiera escuchar—. Pero las únicas personas que tienen acceso a ella y que han entrado estos meses son Nicolas, Benjamin, otros dos miembros de su manada, y bueno, tú.
—¿Nadie más?
—Nadie, yo misma revisé. Así que estamos en el mismo punto. —Luego, antes de volver a la fogata porque Archie la llamó, añadió—: Ven mañana a mi casa, ¿sí? Debemos hablar de El Hito a solas.
Pero obviamente, tras oír sobre ese Hito me metí en mis pensamientos durante el resto de la noche, y a pesar de que estaba sentada con los demás, no escuché nada de lo que hablaban, solo vi las bocas moverse y las risas formarse.
A Damián le estaba pasando algo. Algo malo. Aún era confuso para mí, aún no lograba medir la magnitud de la situación, pero me hizo recordar todas las veces que había creído que estaba enfermo, y que ahora parecía una realidad.
Aunque, ¿era igual a una enfermedad? En ese caso, lo de que sentía dolor al oírme tenía sentido. Pero ¿por qué mi voz? ¿Por qué precisamente era yo la que lo lastimaba si eso no era lo que deseaba?
Si yo… solo quería acercarme a él. Solo quería saber más sobre el mundo en el que se encerraba. De verdad quería eso.
De hecho, admití que lo quería con una fuerza… frustrante, desesperante, ¿insana?
Porque sí, me molestaba que siguiera siendo un misterio, pero mientras más lo era, más quería alcanzarlo.
Ese siempre había sido mi problema.
La obsesión. La fijación.
Por esa razón, aquel día me habían llevado. Por esa razón, mi madre se había obsesionado con moldearme a su antojo.
Yo lo había causado todo.
Por… Damián. A quien no podía dejar solo sabiendo por lo que atravesaba. A quien no quería dejar solo por más temible que fuera el concepto de El Hito.
Intenté enviarle un mensaje para saber en dónde estaba, pero la falta de cobertura no se lo hizo llegar hasta que se hizo más tarde, la manada se cansó de estar junta, y Eris y yo volvimos del bosque.
—Poe dijo que me conseguirá otro apellido —mencionó ella mientras íbamos en su auto. La carretera estaba sola—. Y también se ofreció a conseguirme una presa para La Cacería.
—Wow, Poe cazará una presa por ti —hice una especie de chiste—. Parece que va en serio.
—Sí, va en serio a recibir un puñetazo en la cara si no me deja en paz —bufó.
Había sido medio divertido para mí, pero la diversión se fue.
—¿Te acosa?
—No, pero es medio molesto —dijo, con el rostro contraído en desagrado—. Cada vez que sube una foto a su Instagram privado me etiqueta para que la vea. No sé por qué cree que quiero verlo entrenando en el gimnasio o comiendo en algún restaurante.
—Da a entender que le gustas mucho, aunque a Poe le gusta mucho todo. ¿A ti te gusta?
—No, no me gustan los hombres que solo piensan en sexo —replicó en un tono bastante convincente—. Y parece que eso es lo único que pasa por su cabeza. Pero tiene sentido, esa parece su característica dominante… Recordé las sensaciones que experimentaba cuando Verne estaba cerca. No me gustaban, pero seguían siendo curiosas.
No sabía si ella también las sentía.
—¿No te pasa que… te hipnotiza? —le pregunté, medio intrigada.
Giró los ojos.
—No, Padme, no me moja las bragas como Damián a ti.
—¡No me moja las bragas!
—Aquella noche que volvimos del bosque dormiste sobre su chaqueta —resopló tipo «por favor, ¿a quién le quieres mentir?».
—Olía bien… —murmuré, avergonzada—. Mira, la cosa es que Poe puede hacer que lo desees, aunque no estés interesada.
De alguna forma tiene ese poder.
Sus ojos fijos en la carretera adquirieron cierto brillo de interés, justo como cuando estaba sumida en sus libros y sus proyectos científicos.
—Poderoso… —repitió—. Los Novenos en verdad lo son.
Beatrice lo dice en sus anotaciones, pero aún no he descubierto cómo cerrar la entrada. Anotó muchísimas cosas en otros idiomas por si alguien lo robaba. Fue un poco inteligente.
Revisé mi celular por si había recibido alguna respuesta de Damián, pero no había ninguna notificación.
—Creo que Damián no está bien —dije, sin pensarlo mucho.
Estaba inquieta.
—Amiga, eso ya es obvio —resopló Eris.
—Me refiero a que… —Iba a decirle lo que Tatiana había mencionado, pero una punzada que no supe identificar, me hizo cambiar de idea—. No lo sé. ¿Carson escribió algo sobre si los Novenos pueden sentir… amor?
—¿Amor? —repitió ella con algo de desagrado—. Es una buena pregunta. No estoy segura, ¿por qué?
Dudé, pero fui honesta:
—Quisiera saber si Damián puede sentir algo real.
Ella giró la cabeza, pero no fui capaz de devolverle la mirada. De todos modos, hasta sentí que su expresión de desagrado cambió.
—Demonios, estás tan enamorada —dijo, tras un momento.
Percibí la preocupación en su voz—. No sé si es perturbador o esperanzador.
Más bien debía sonar escalofriante. Me arrepentí de haberlo preguntado, pero al mismo tiempo quise ser honesta. ¿Me juzgaría?
—Es solo… A veces pienso en que yo quisiera mostrarle algo que él no ha conocido jamás.
—¿Los centros de bronceado? —preguntó en tono de broma.
Me causó cierta gracia, pero no tuve ánimos para reírme.
—No. Querer.
La oí suspirar como cuando estaba a punto de decirle algo serio a Alicia, así que me forcé a mirarla. No me equivoqué, tenía la cara de la Eris madura, responsable, capaz de regañar.
Hasta me sentí culpable por mis propios sentimientos.
—Sé que está mal, pero… —intenté explicarme, solo que me interrumpió, diciendo cada palabra con una realidad devastadora:
—Damián es un asesino. Un asesino inhumano. No esperes poder cambiarlo como al chico malo de la novela juvenil que leíste a los dieciséis años, porque vas a sufrir la decepción. Lo único que debemos lograr es conseguir la salida para volver a nuestras vidas normales.
Asentí.
Me dejó en casa porque tenía que irse a seguir traduciendo el libro. Al perderse el auto en la lejanía de la calle, pude haber entrado, pero me quedé unos minutos fuera de mi puerta, en la acera, esperando por la respuesta a mi mensaje, pero no la obtuve. Lo pensé un poco y decidí intentar buscar a Damián en su casa.
Diana abrió la puerta con esa mirada preocupada que siempre ponía al verme, como si temiera algo.
—Damián no está —dijo, antes de que yo preguntara.
Asentí, e iba a darme la vuelta para irme sin más, pero su voz me detuvo—. Pero ¿te gustaría pasar a tomar un vaso de jugo?
Sus ojos se desviaron durante un instante por encima de mi hombro hacia las afueras en modo de comprobación. Fue extraño.
—Es que tengo que ir a casa y… —Lo acabo de preparar, realmente deberías probarlo — insistió de una forma algo… ¿sospechosa?
Me lo pensé. No era mala idea si lo veía como una posibilidad para averiguar más sobre Damián. Nadie podría conocerlo con mayor certeza que ella, la mujer que lo había traído al mundo y visto crecer.
—Bueno, está bien —acepté—. Supongo que puedo quedarme un momento.
Entramos en la cocina que era muy sobria a diferencia de la de mi madre que tenía adornitos adheridos al refrigerador y pañuelos y guantes para hornear con dibujos de flores muy coloridas. Entre mi escaneo rápido vi que en una pared, junto a un estante estaba colgado un crucifijo de madera del que, a su vez, colgaba un santo rosario. ¿La madre de Damián era religiosa? Resultó irónico para mí.
—Es de fresa, ¿sí te gusta? —inquirió, acercándose a la nevera. Sus manos largas y huesudas abrieron la puerta para coger una jarra en el interior—. Es el favorito de Damián.
Wow, Damián tenía un jugo favorito.
Por algún motivo traté de imaginarlo dentro de esa casa haciendo cosas normales como sentarse en la mesa a comer o en el sofá a ver televisión, pero no lo logré.
—Sí, claro, me encanta —asentí, obsequiándole una sonrisa —. Mi madre también lo hace todo el tiempo.
Cogió un vaso y vertió el líquido templado en él. Me dio la impresión de que los dedos le temblaban un poco. Pero, según mi madre, ella era siempre así, semejante a un cachorro asustado.
—Todo esto ha sido muy difícil para ti, ¿no? —me preguntó.
El vaso quedó moderadamente lleno. Dejó la jarra a un lado.
—Le mentiría si dijera que no —respondí. Ella deslizó el vaso hacia mí y lo cogí—. Pero creo que este asunto no sería fácil para ninguna persona que no sea como ellos. Usted debe saberlo bien.
—Quizás más que nadie —confesó, con una nota de pesar.
Bebí un sorbo tan dulce que me refrescó la garganta. Estaba delicioso.
—¿Fue complicado? —indagué, sin apartar la mirada de sus expresiones—. Me refiero a criarlo, a convivir con su naturaleza.
—Lo fue y lo sigue siendo. —Tomó un pañito que había sobre la isleta de la cocina y de forma maquinal limpió los restos de humedad de la jarra—. A veces creo que soy peor que ellos.
—¿Por qué lo dice? —Fruncí el ceño—. Usted hace algo muy significativo con tan solo ocultar el secreto.
—Un secreto que en ocasiones consideré no esconder más.
Lo murmuró de una forma ahogada, con culpa.
Me pregunté si… —¿Por lo del padre de Damián? —solté, con cuidado, pero ella alzó la vista de inmediato, casi rígida—. Él me dijo lo que hizo.
Suspiró, quizás para contener alguna emoción. Cada parte de su rostro y de su cuello se tensó. Su mano cogió el pañuelo con mayor fuerza. El asunto era más que delicado, pero no me arrepentí de haberlo sacado a relucir.
—Por distintas razones —dijo, con un hilo de voz y, entonces, en una buena jugada omitió la mención del padre—.
Cuando Damián era un niño yo era más joven y en ocasiones no entendía que sus actitudes iban más allá de las de un ser humano normal. Al final pude comprender que su naturaleza era distinta y que él no tenía la culpa de ello. Así que, lo acepté. Además, ¿qué madre no hace lo que sea por sus hijos?
—Entonces, ¿aceptó que Damián asesinara a su padre? — pregunté, esperando que no pudiera darle vuelta a eso.
Ella tragó saliva y frotó el paño por la isleta, aunque no había nada que limpiar.
Y sí, volvió a omitir el tema.
—Espero no estar siendo demasiado imprudente —dijo, haciendo énfasis en la última palabra—, pero debido a las circunstancias que envuelven a mi hijo, quisiera saber si fue él quien te involucró en… ya sabes, en todo esto.
—Oh, no —respondí, y di un trago largo de jugo para hacerla esperar. Luego exhalé como cuando se tomaba una cola muy refrescante—. Fui yo. Yo lo descubrí y él me descubrió a mí. No sé si usted lo notó, pero siempre sentí cierta curiosidad hacia él. Bueno, por esa curiosidad terminé aquí.
—Entiendo —asintió. Bajó la mirada y por un instante su rostro lució abatido, cansado, muy avejentado—. Sí, me di cuenta de ello. De hecho, ese interés tuyo me preocupó desde un principio. Pensé que solo era curiosidad infantil, pero no desapareció, ¿cierto? Temí que esto pasara, hasta creo que llegué a pensar que tarde o temprano iba a suceder —suspiró con agobio—. Siempre me pareciste una muchacha muy inteligente, muy linda, muy normal, justo como yo era, por eso quiero… —Echó un vistazo disimulado a la entrada de la cocina y el momento adquirió el suspenso necesario para inquietarme—. Quiero advertirte algo. Las cosas no son como las ves. Tienes que estar atenta, abrir los ojos, porque estás en un grave peligro en estos momentos.
—Sé que mientras finja ser una Novena estoy en constante peligro, pero…
—No se trata solo de eso —me interrumpió, en un tono mucho más bajo y nervioso—. Tú puedes escapar. ¿No lo has considerado?
—Lo pensé, pero Damián ha dicho que ya no es posible. Los Novenos lo descubrirían tarde o temprano.
Diana miró al suelo con ojos tristes. Siguió limpiando algo que no había que limpiar, pero un poco más lento, como para alargar la acción.
—Siempre lo amé, pero siempre supe que había algo mal en él —confesó, como ausente en su propia tortura—. Desde que estaba en mi vientre. Era una sensación, un mal presentimiento… —Alzó la mirada hacia mí con las cejas arqueadas de temor—. Padme, hazle caso a los malos presentimientos. Si sientes que algo no está bien, aun cuando te dicen que lo está, duda. Igual si es lo contrario, pero duda, y escúchate a ti misma. Si yo me hubiera escuchado, él… Un escalofrío me recorrió la espalda cuando mi mente, en un gesto de intuición, completó la frase por ella: él no habría nacido.
Se formó un aire lúgubre, espantoso, que me hizo sentirme incómoda estando ahí. Hasta me pregunté por qué me había quedado si parecía el núcleo de la miseria y la infelicidad misma. En esa casa no había alegría, ni esperanzas, ni vida.
Nunca la hubo.
Quise encontrar al menos una cosa normal… —¿Tiene fotos familiares de Damián? —pregunté, al tiempo que forzaba una sonrisa.
—No había momentos para capturar.
Por supuesto, tampoco tenían eso.
Me fui a mi casa, convencida de que no había nada más de lo que pudiéramos hablar. Me quedó una mala sensación, pero admití que también estaba cansada y que necesitaba dormir. O al menos intentarlo.
Entré y pensaba subir las escaleras rumbo a mi habitación, pero de reojo capté una figura en la sala de estar y en una reacción de susto me giré en uno de los escalones para ver de quién se trataba.
Mi padre estaba sentado en uno de los sofás. Y aunque lo conocía, el susto no desapareció, porque la forma en la que estaba ahí era totalmente extraña. Cuerpo muy rígido, manos sobre los muslos, mirada muy cansada y fija en la pantalla de la televisión. Una pantalla que no mostraba nada, solo estática, de seguro porque había algún problema con los canales por cable.
A veces sucedía, los canales dejaban de funcionar, y por primera vez me pregunté si era porque Asfil no era un pueblo normal.
—Hola, papá —lo saludé, porque estaba tan quieto como un maniquí, que necesité oír su voz.
—Padme —reaccionó unos segundos después. Giró la cabeza hacia mí. Sus ojeras eran muy marcadas. Usualmente parecía desanimado, pero si en ese momento me hubieran dicho que le habían succionado el alma, lo habría creído—.
¿Te encuentras bien?
Yo era la que se estaba preguntando eso.
—Sí, ¿y mamá?
—Debe estar trabajando —dijo—. Llegué temprano, y alguien vino a visitarte.
—¿Alicia? —Fue el primer nombre que pasó por mi mente.
—El vecino que es tu amigo.
—¿Damián?
—Da… mián —repitió como si intentara procesar el nombre. Luego asintió—. Sí, me gustaría que lo trajeras a casa a cenar cuando yo esté. ¿De acuerdo?
La única explicación que le encontré a que estuviera pidiéndome eso, fue que Damián había visitado a mi padre para hacer lo mismo que con mi madre. Aún no comprendía cómo lo lograba, pero funcionaba. Con mi madre me impresionaba más. Ella solía querer saber todo sobre mi día, pero desde el día siguiente a la cena, ni siquiera me había enviado un mensaje desde su trabajo para saber qué hacía. Eso ya era un cambio significativo.
Solo que ella no se había quedado suspendida de esa forma tan… inquietante como estaba viendo a mi padre en ese momento.
—De acuerdo —acepté para seguirle la corriente.
Subí otros dos peldaños antes de escuchar que dijo mi nombre:
—Padme.
—¿Sí? —Me detuve.
—Siempre tendremos tiempo para ti si lo necesitas —recitó con una voz maquinal y cansada—. Sabes que puedes llamarnos a la oficina o que por más exhaustos que lleguemos puedes contarnos lo que quieras.
—Lo sé, papá, lo sé —asentí.
—Solo queremos lo mejor para ti —dijo, en el mismo tono ausente—. Te amamos.
Tuve que tragar saliva por el repentino nudo que se formó en mi garganta. Me fijé en la cicatriz que tenía en la mejilla.
—También los amo —le dije.
Subí a mi habitación muy rápido. Al cerrar la puerta y que el sonido de la estática de la televisión desapareciera, solté aire.
Me había sentido aliviada con el efecto sobre mi madre, pero ¿por qué se había sentido mal al oír a mi padre decirme que me amaba con una voz vacía? Y verlo así, como sumido en su propia melancolía… Siempre había detestado cómo mi madre también lo controlaba, y cómo no tenía voz al igual que yo. Ahora la había perdido por completo, y la idea me causaba un malestar en el estómago.
Pero debía aceptarlo, ¿no? Era conveniente. Hacía que bajaran las posibilidades de que se enteraran de que ahora pertenecía al mundo de los Novenos.
Pero… Tuve un impulso. Saqué mi celular. Intenté comunicarme con el extraño que mandaba los mensajes:
Dame otra oportunidad. Estaré sola.
***** Tatiana me envió su dirección al día siguiente.
Como no le dije nada a Eris porque aún no tenía muy claro lo de El Hito, tuve que caminar hacia la parada del bus del pueblo. Solo que antes de llegar, cuando iba por el centro, una motocicleta me interceptó y se detuvo justo al lado de la acera.
La persona que iba en ella se sacó el casco.
Era Nicolas.
—Hola, Padme —me saludó con esa sonrisa serena, de que no mataba ni una mosca. Me perturbaba demasiado. Podían cambiar muchas cosas, pero eso no. Seguía sintiendo que había algo en él que era fingido, y que me ponía en peligro.
De todas formas, mantuve una actitud tranquila.
—¿Qué hay?
—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó, cordial.
—Voy bien así, pero gracias.
Quise seguir mi camino, pero volvió a hablarme:
—Hace más de una semana que Benjamin no aparece.
Tampoco Gastón, mi otro amigo. La última vez que los vi estuvimos los cuatro juntos. Quería preguntarte si sabes algo al respecto, porque aquel día que íbamos a cazar, te fuiste sin avisarnos al igual que ellos.
Supuse que preguntarme eso directamente podía ser una buena jugada para estudiar mi reacción. Lo sabía todo, claro.
Pero no me dejé llevar por los nervios.
—Como te dije en la sala de prácticas, me fui porque todos desaparecieron —mentí.
—Así que, ¿no viste nada raro?
Pero ¿qué esperaba que le dijera?
—No, pero sabes que en el bosque cualquier cosa puede pasar.
—Es cierto —murmuró Nicolas, pensativo. Luego su rostro adquirió un tinte malicioso que me recordó al que tenía cuando lo vi matar—. Entonces, ¿segura que no quieres que te lleve?
—No te preocupes —aseguré, con un gesto de poca importancia.
Él suspiró y negó despacio con la cabeza.
—Rechazas todas mis propuestas, Padme Gray. ¿Me veo muy malvado o qué?
Sabía el apellido. ¿Me había estado investigando?
—Es que las haces cuando no me beneficia en nada aceptarlas —repliqué, y él soltó una risa baja.
—¿Y crees que estar en la manada de Damián sí te beneficia?
La pregunta fue extraña. Mucho. Pero tal vez solo me estaba probando.
—No sé a qué te refieres.
—¿Estás segura de que perteneces a ella? —preguntó con un ligero encogimiento—. Podrías estar confundida.
—¿Por qué lo estaría? —Hundí las cejas.
Nicolas curvó la boca hacia abajo y miró hacia los establecimientos alrededor. El viento no alteraba su cabello peinado hacia atrás, pero un aura misteriosa lo envolvió.
—Porque simplemente pasa —dijo—. Estás en un lugar, pero no deberías.
¿Quién lo estaba?
—Mira, sé que Damián no te agrada, pero intentar ponerme en su contra no va a funcionar —le corté, seria.
Negó con la cabeza junto a otra risa baja.
—No es lo que intento, solo creo que deberías pensarlo mejor. —Fijó los ojos en mí, y también se oyó medio serio—:
En mi manada hay espacio para ti, y sí, esto es una propuesta.
Quisiera que te unieras a nosotros.
Me dejó atónita.
—Eso no es posible.
—Lo es, Padme. Lo imposible es solo lo que crees. O lo que te hacen creer. —Volvió a ponerse el casco—. Piénsalo, y ten cuidado por ahí. Quién sabe quién podría estar atento a tus movimientos. Este pueblo es un sitio peligroso para alguien como tú.
La motocicleta aceleró y, cuando se perdió de vista, dejé que fluyera la rigidez que había estado conteniendo. ¿Alguien como yo? ¿Alguien que fingía ser una Novena? Se me helaron las manos.
¿Me lo acababa de confirmar?
¿Acababa de decirme que lo sabía?
Por un instante me centré en la frase: «Lo imposible es solo lo que crees, o lo que te hacen creer», y una sensación muy rara me abordó, como si… como si ciertos pensamientos quisieran aparecer en mi mente, pero algo se los impidiera. Y había sentido eso antes, aunque ya no recordaba cuándo o por qué, pero no era nuevo.
Solo que algo más se le sumó. Una sutil impresión de desencaje, la punzada de que algo no estaba bien, y hasta pensé en la madre de Damián diciéndome que me oyera a mí misma… Pero no tuvo sentido para mí.
Con la confusión de la conversación, seguí a casa de Tatiana.
Era un deteriorado edificio ubicado en una parte del pueblo que la gente llamaba Zona Vieja por ser de las primeras edificaciones. Toqué tres veces el intercomunicador en el número cuatro. La puerta zumbó y se abrió. Subí las escaleras.
El barandal estaba sucio y desgastado. Las paredes parecían haber sido arañadas y tenían escritas maldiciones, groserías y frases sin sentido. El sitio era una porquería total, pero continué.
Llegué al piso cuatro y toqué el timbre de la única puerta.
Tenía una reja por delante. Poco después se abrió. Tatiana apareció, y mis ojos se fueron primero al hecho de que llevaba puestos unos guantes clínicos.
—¡Hola, por favor, pasa! —saludó, con su amabilidad usual.
Iba a hacerlo, pero agregó con urgencia—. ¡Quítate los zapatos antes y ponte esto!
Sacó un par de guantes nuevos de su bolsillo y me los entregó. No entendí para qué, pero me los puse. Luego pude entrar.
El interior del apartamento era por completo diferente a las afueras del miserable edificio, empezando por la pulcritud extrema. Todo tenía un aire místico, algunos cuadros de ojos espirituales y escenarios de meditación colgaban de las paredes, pero tanto esos cuadros como las decoraciones de colgantes y cristales estaban cubiertos por un plástico transparente para que nada se ensuciara. Hasta el sofá de la sala estaba protegido. Sumado a eso, el piso estaba exageradamente reluciente y el ambiente olía a una mezcla de desinfectante y alcohol.
Era bonito. Medio perturbador, pero bonito, porque también había un montón de fotografías de ellos dos como pareja:
abrazándose, riendo, en algún paseo, disfrutando alguna comida, haciendo caras raras.
—Aquí vivo con Archie —anunció Tatiana, contenta—. Pero está en casa de Poe justo ahora.
—¿Entonces todo está tan limpio porque así le gusta a él? — no pude evitar preguntar. Incluso lo dije con un tono algo divertido, pero ella solo respondió con una corrección:
—Porque así lo necesita para estar tranquilo.
—Y lo demás es tuyo —asumí.
—Sí, puedo decorar como yo quiera. —Avanzó en otra dirección—. Ven.
Fui detrás de ella a través del peculiar departamento.
Cruzamos un pasillo. Íbamos hacia la puerta del fondo, pero me fijé en una de las puertas laterales porque esa, en lugar de ser solo madera simple, estaba hecha de acero. Sí, era una puerta de grueso acero gris con seis cerrojos por fuera.
Desentonaba tanto con el resto del apartamento que cuando pasé junto a ella tuve que girar la cabeza para seguir mirándola y tratar de entender su razón de estar ahí. Solo que no lo logré.
Atravesamos la puerta del fondo y entramos a una habitación. Una especie de música de frecuencia sonaba por lo bajo desde unos parlantes en forma de emojis. Las paredes eran muy blancas, había un escritorio y también estantes con libros envueltos en plástico, frascos, más cristales, collares.
Wow, a Tatiana le gustaba mucho el rollo espiritual.
—Cuando Archie pasó por El Hito tuve que recurrir a muchos métodos para encontrar información sobre cómo ayudarlo —fue al punto mientras tomaba un libro del estante para quitarle el plástico—. Él no sabía lo que le estaba sucediendo. No sé si Damián lo sabe.
—Tal vez lo sabe, pero como es muy terco no sé si lo dirá — fui sincera.
—Tuve que comprarle este libro por mucho dinero a un Clandestino —reveló al acercarse a mí con él. Se veía muy viejo, y cuando lo abrió me di cuenta de que estaba escrito a mano, no impreso—. Normalmente no hay libros sobre El Hito, al menos no a disposición de los que no son doctores especializados en eso.
Me perdí por un momento.
—¿Clandestino? —repetí, sin saber a qué se refería.
—Son Novenos que no van a la cabaña, que prefieren no vivir en manadas y que se oponen a seguir las reglas.
O sea, ¿existían Novenos rebeldes? No me lo esperé.
—Pensé que todos los Novenos estaban obsesionados con cumplir sus leyes —dije, asombrada.
—Hay algunos que se han cansado, pero no se puede hablar de eso, así que no lo menciones. —Seleccionó una página y se ayudó con lo que estaba escrito para poder darme una explicación—: Bueno, escucha. Las actitudes de un Noveno son en parte humanas, en parte Novenas. Llamemos a la humana «normal», y a la Novena «anormal». Ambas se mantienen en equilibrio a medida que el Noveno crece. Ambas maduran en conjunto y deberían vivir en equidad, pero en cierto momento de su vida se les despierta un conflicto de poder. Se llama El Hito, y es una fase en la que la parte Novena intenta expandirse por encima de la otra.
Regularmente, todos pasan por ella, todos la superan y ambas encuentran el balance ideal. El problema está cuando la parte normal se encuentra, digamos, dañada, y es débil. Entonces, la parte anormal es más fuerte, la aplasta y desencadena un desequilibrio mental bastante peligroso en la persona.
—¿A qué te refieres con «dañada»?
—Manchada por algún suceso traumático —aclaró, con cierto pesar—. El Hito hace muy voluble al Noveno mientras sucede la batalla entre las dos partes, pero cuando lo vuelve agresivo, irascible en exceso, incontrolable, significa que su parte Novena está aniquilando a su parte humana y se está expandiendo con éxito en su interior.
Caí en cuenta de que eso sonaba igual a lo que Eris me había explicado sobre la característica dominante de los Novenos, lo que Carson había descubierto. Entonces, entendí que esa parte anormal se trataba de esa misma característica, la que estaba más presente y regía sus preferencias como Novenos. Pero no logré determinar a exactitud cuál era la de Damián.
De todas maneras, eso explicaba muchas cosas. Por esa razón estaba tranquilo un momento y de repente explotaba de rabia. Algo no funcionaba bien dentro de él. Algo latía en su contra.
—¿Esto es como estar enfermo? —pregunté, luego de tragar saliva.
—No debería ser como una enfermedad, pero si los síntomas de que la parte Novena está ganando se hacen más obvios, actúa como una —respondió—. De seguro has oído a Archie hablar de su madre en momentos incoherentes, ¿no?
Pues según, hasta la visitaba en el cementerio.
—Un poco.
—Ella se suicidó frente a él —reveló—. Y… algunas otras cosas más pasaron, pero todo eso dañó su parte humana, así que, cuando pasó por El Hito casi no ganó en el proceso, y eso a su vez dejó consecuencias. Por esa razón es tan inestable.
Mis ojos se abrieron con estupefacción.
—¿El Hito lo dejó así de paranoico e impredecible?
Tatiana asintió, un poco abatida. No vi nada de su ánimo habitual, de hecho, pareció triste, como si padeciera un montón de emociones y recuerdos dolorosos en secreto. Me dio un aire a la imagen de la madre de Damián, desgastada, asustada y nerviosa en la cocina de su tétrica casa.
—Antes era diferente —admitió ella, nostálgica—. Ahora… es muy complicado. A veces no estoy segura de lo que puede hacer y otras veces cuando hace ciertas cosas peligrosas debo… retenerlo.
Tras escuchar esa última palabra, la puerta de acero en el pasillo tuvo todo el sentido para mí. Si estaba entendiendo bien, era para encerrar a Archie. Traté de imaginarlo, pero solo logré formar una escena peor que la del colapso en la habitación de Damián, cuando le había gritado, y se me erizó la piel de una mala manera.
—Padme. —La voz de Tatiana me sacó del inquietante pensamiento. Se había movido hacia el estante para guardar el libro. Ahora estaba de espaldas a mí—. Quiero preguntarte algo.
—¿Sí?
—Eres muy valiente por haberte unido a este mundo, pero ¿tú amas a Damián?
No supe si me quedé en silencio porque no esperaba eso, o porque descubrí que no tenía idea de qué responder. Hasta me confundí a mí misma en un intento por decir algo.
—Creo que nunca me he enamorado —titubeé—, así que no sé bien cómo es el sentimiento… Sonó como un consejo, pero tuve la impresión de que lo dijo con un nudo en la garganta:
—Pues define lo que sientes y pregúntate si es suficientemente fuerte, porque estar con un Noveno puede sentirse como un paraíso, pero también ser un verdadero infierno.
Me dejó en cierto shock porque me pregunté si lo decía por la experiencia propia de tener que encerrar a su novio, y me perturbó la idea, porque entonces, ¿Tatiana era infeliz por muchas otras razones? ¿La imagen de pareja romántica y unida no era toda la realidad?
Así que, cuando llegaban a ese apartamento repleto de fotos suyas, cuando estaban solos, ¿cómo era la convivencia? Los recordé besándose apasionadamente en el bar de la cabaña, su química, los ojos de amor con los que ella miraba a Archie.
Quizás por eso había creído que eran cariñosos el uno con el otro todo el tiempo, que eran estables, que no discutían por tonterías, pero acababa de entender que eso podía estar lejos de la completa verdad.
Dudé de si sonaría muy invasivo e imprudente preguntárselo, pero por un lado entendí que no quería saberlo. O no debía. ¿O sí?
—Pero, tú amas a Archie, ¿no? —fue lo que pregunté.
—Lo amo —asintió, segura—. Yo haría cualquier cosa por Archie y él haría cualquier cosa por mí. Solemos hacer muchas cosas por amor, ¿no? Incluso las más tontas nos parecen las correctas, aunque tal vez no podríamos estar más equivocados.
Entonces, ¿ayudar a Damián sería un gesto de amor?
—¿Qué es lo que debo hacer para que la parte Novena no gane? ¿Hay alguna forma? —Estaba un poco perdida.
Ella se giró luego de envolver el libro en su plástico protector.
—La terapia ayuda. Intentan llevarlos a un estado de tranquilidad. Lo ideal es equilibrar las necesidades de su parte Novena, alejarlos de situaciones estresantes, no tocar recuerdos sensibles que puedan causar estallidos y ponerles límites, ya que mientras más libres se sientan de hacer lo que sus impulsos le dictan, más terreno toma la parte Novena. Pero eso requiere tiempo y no sé en qué estado se encuentra Damián, si es muy avanzado o si aún hay posibilidades de que lo supere.
Me imaginé diciéndole todo eso a Damián, algo como:
«Vayamos a hablar con los especialistas para que te ayuden», y a él tan solo dándome la espalda o diciendo que mi idea sonaba ridícula, porque si Archie era difícil, Damián lo era mucho más.
—¿Se puede averiguar en qué estado está?
—Se puede intentar —asintió—. Por eso te pedí que vinieras, para darte algo que también tuve que comprarle a Los Clandestinos —Tatiana tomó otra cosa del estante, una pequeña cajita. Se acercó a mí con ella, y del interior sacó una tableta gris con seis pequeñas cápsulas verdes—. Estas píldoras fueron desarrolladas para controlar momentos efusivos de El Hito y facilitar la terapia. Si Damián toma una debería entrar durante un par de horas en un estado de calma profundo. No debería haber agresividad ni necesidad de muerte porque sus dos partes estarían adormecidas. Si no funciona de esa forma significa que la fuerza de su lado Noveno está muy avanzada y es capaz de resistirse a cualquier sustancia, pero si la píldora lo seda, hay oportunidad. En ese momento, habla con él. Pregúntale sobre su pasado, averigua qué dañó su parte humana, y si te lo cuenta podríamos buscar una forma de aliviar sus traumas para que intente superar esto.
Me ofreció una y de forma automática la acepté. La guardé en mi bolsillo.
—¿Cuánto dura El Hito?
—No hay un tiempo específico. —Negó con la cabeza—.
Pudo haber empezado hace meses o hace días. El punto es que hoy Damián podría estar bien y mañana ya ni siquiera podría ser él. Es así de grave.
Intenté calcular el tiempo, pero descubrí que no tenía ni pista de cuándo Damián había empezado El Hito. Ni siquiera había esperado que algo así le sucediera a un Noveno, que pasara por una batalla emocional interna en la que sus dos partes pelearían por tomar control de su mente y que fuera decisivo para el futuro de su existencia.
Todas esas revelaciones y esa información tan inesperada acababan de crear un ruido y un caos en mi cabeza. Estaba demasiado desconcertada y, sobre todo, aterrada.
Y no pude ocultarlo. Solo me quedé ahí parada, apretando la píldora en mi bolsillo, con los labios entreabiertos, sin saber qué debía decir. La única persona de mi entorno que me entendía estaba frente a mí, y su gesto fue tomarme una de las manos, otra vez con la confianza que había inspirado al conocernos por primera vez. Sus ojos me transmitieron comprensión y apoyo, algo tan dulce y que se vio tan sincero que, por un segundo, por uno mínimo, los míos se empañaron como si fuera a llorar. Por primera vez en muchos años.
—A veces es mucho más sencillo si ellos no pasan por esto solos, así que tendrás que decidir si estarás a su lado o no — susurró, medio afectada—. Y me duele ser yo quien tenga que decírtelo, pero si El Hito está muy avanzado tendremos que avisarle a Los Superiores, y en ese caso podrías no verlo nunca más.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora