4- Así que podrías recibir entregas amenazadoramente especiales

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La instrucción de Damián fue clara tras soltarme:
«Ve directo a casa sin hablar con nadie. No respondas preguntas. No te desvíes, y no intentes nada extraño».
Eso fue lo que hice. Llegué y me encerré en mi habitación.
Agitada, sudorosa y con la cabeza dando vueltas, corrí hacia el baño y vomité en el retrete. Después, cuando pude levantarme, me metí en la ducha. Me recargué en la pared y con lentitud me deslicé hacia abajo hasta abrazarme las piernas. Dejé que el agua fría cayera sobre mí e hiciera desaparecer los restos de tierra en mi cuerpo.
En mi cabeza estaba Nicolas enterrando con fuerza su cuchillo en el ojo de alguien. En otra fracción de mi mente se repetía la voz de Damián que decía: «Un asesino, lo que soy».
Irónico que después de ansiar entender qué sucedía a su alrededor, estuviera tan asustada. Es decir, sí, miles de noches me había imaginado descubriendo algún secreto como en las películas. El Damián de mis historias mentales había dicho:
«¡Soy un vampiro!» o «en realidad he estado muerto desde hace años y soy un fantasma» o «pertenezco a un mundo de magos y soy el elegido» o «soy un zombi con conciencia»;
cosas fantasiosas y medio oscuras, pero muy románticas que nos hacían unirnos para siempre porque al final yo lo aceptaba con asombro y con tranquilidad al mismo tiempo.
¿Qué tan tonto era considerar que me había mentido y que eso de los Novenos no era real? Era lo que deseaba. Quería borrar cada escena de mi cabeza, porque había sucedido tan rápido. Pero yo había visto el asesinato… Lo había visto todo… Eso tuve que haberle respondido a Alicia: «Siempre había sido demasiado curiosa. Siempre sentí la necesidad de descubrir qué sucedía. Siempre me sentí atraída por ese peligroso misterio llamado Damián. Ese es uno de mis secretos».
Sus palabras: «No, Padme, las chicas «buenas» no persiguen a la gente». Me asustaban, porque tenía razón. Una persona normal no habría pedido una segunda opción, y habría corrido a la policía. Pero yo había obedecido y corrido a casa. ¿Qué pasaba conmigo? ¿Otra vez eso me había dominado?
Mi corazón latía rápido. Se sentía como haber roto una enorme regla.
Eché la cabeza hacia atrás y la apoyé en la pared. El agua me golpeó el rostro. No me moví de allí hasta que tal vez media hora después, escuché que me llamaban desde abajo:
—¿Padme?
Mi madre.
Salí de la ducha, me vestí con un pantalón de gimnasio largo que cubriera cualquier rasguño hecho en el bosque y bajé las escaleras. En la cocina estaba ella, cortando algunos vegetales.
Su cabello era castaño oscuro y lo ataba siempre en una coleta, casi igual al mío, solo que yo lo llevaba suelto y desordenado.
Tenía un aire serio. Solían decir que nos parecíamos mucho, pero yo no creía que fuera cierto. Éramos muy distintas.
Me sorprendió verla antes de las nueve de la noche en casa.
Su jornada de trabajo como gerente general en los correos de Asfil era larga. ¿Qué hora era? ¿Cuánto había pasado en el bosque? Mi noción del tiempo parecía una brújula descontrolada.
—Hola, amorcito —saludó, con el sereno ánimo de quien no tenía muchas preocupaciones—. ¿Qué tal el instituto hoy?
Escucharla decir «amorcito» podía hacer pensar a cualquiera que hablaba una madre dulce. Y sí, cuando quería serlo lo era en extremo, pero ese era solo uno de sus lados, por lo que su pregunta formó un nudo en mi garganta. Para decir la verdad tenía que soltar algo como: «Bueno, mamá, el instituto estuvo genial, pero ¿por casualidad sabías que Damián, el vecino, es un asesino llamado Noveno? Me enteré hoy. Ya decía yo que era raro…».
Pero con mi madre jamás debía apelar a la verdad. Era riesgoso.
—Estuvo bien —mentí con naturalidad—. ¿Y papá?
—Llamó para avisar que llegará en la noche porque tiene mucho trabajo. En cuanto a ti, ¿no se suponía que ibas a estar con Eris y Alicia en la feria?
—Es que no tenía muchas ganas de quedarme —volví a mentir—. Estaba todo muy aburrido.
Me acerqué al refrigerador para sacar una jarra de agua. Ni siquiera fui capaz de buscar un vaso. Me empiné y bebí como si hubiera pasado meses en un desierto y apenas encontrara líquido, tal vez por los nervios y el cansancio. Me refrescó tanto que cuando la solté terminé jadeando. Solo entonces me di cuenta de que mi madre me miraba con fijeza.
—¿Hay algo molestándote? —volvió a preguntar.
—No, nada.
Le temía mucho a su intuición y a su talento casi sobrenatural para detectar mis cambios de humor o cualquier mínimo problema, porque no reaccionaba bien a ellos. No, en realidad reaccionaba muy mal. Ahí desaparecía la madre cariñosa y aparecía la que utilizaba medidas extremas para abordarlos, la que era muy capaz de armar un escándalo o, más que eso, de reventar el subsuelo si ocurría algo malo a mi alrededor.
Porque, según ella, las personas normales vivían vidas normales. Esa era su palabra favorita. Las chicas normales no se metían en problemas ni situaciones agitadas, y estaban en control. Nada las alteraba y sus emociones eran siempre las mismas.
Claro que no se quedó tranquila.
—¿Por qué tienes tanta sed?
—Porque soy humana y los humanos necesitan agua… —Tú nunca encontrarías aburrida la feria.
Cada detalle lo notaba.
—Mamá… —suspiré.
—¿Pasa algo en el instituto?
—Que no… —dije, pero entonces ella frunció más el ceño y en su cara apareció ese gesto característico que avisaba lo que siempre quería evitar: el drama.
Con lentitud dejó el cuchillo a un lado. Ver el reflejo de la hoja me hizo recordar a Nicolas. Mi cuerpo se tensó.
—¿Te hacen bullying? —soltó con brusquedad, como si todo se hubiera aclarado en su mundo de dudas y suposiciones.
—¿Qué? —Hice un mohín de rareza—. No, no me ha… —Es eso, ¿cierto? —habló con tanta rapidez que no me permitió decir algo más—. ¿Se enteraron de lo que pasó y te están molestando? He visto esos programas que te enseñan a detectar las señales.
Apoyó las manos en la encimera de la cocina, muy preocupada. Me miró fijo como si sus ojos pudieran retenerme. ¿Simple preocupación maternal? No, yo lo veía diferente. Su otro lado: controladora y a veces exasperante. Me había costado mucho trabajo conseguir que confiara en que nada malo me sucedería. Si llegaba siquiera a sospechar algo sobre Damián y el peligro de los asesinos… bueno, una de las cosas seguras era que no volvería a poner un pie fuera de mi casa, tal vez ni siquiera para ir al instituto.
—Estás todo el tiempo esperando que alguien se entere y eso no ha sucedido —intenté dejar en claro, pero no funcionó.
—Primero que nada, tú no eres menos que nadie, tampoco eres rara —soltó, seria—. Eres una chica con un futuro normal y feliz. Ni por un segundo pienses en lastimarte o en hacer algo que llame la atención de todos en el pueblo.
—Mamá… Tomó aire y negó con la cabeza. Sí, ahí estaba el drama.
—No puede ser… —se lamentó—. Lo llegué a pensar, pero dije: «No puede pasarle a Padme. Ella es muy alegre y ha cambiado».
—Mamá… —traté de nuevo, pero no se detuvo.
—No creas que porque tienes dieciocho años no puedo intervenir —expresó en un tono más firme, pasando de la preocupación al disgusto—. ¡Soy capaz de denunciar al instituto!
Le interrumpí con fuerza tan pronto como tuve oportunidad:
—¡Mamá, ya! Nadie me hace bullying. ¡Y deja de ver esos programas, por favor!
Su expresión de desconcierto me inquietó, pero me mantuve firme y en calma para demostrarle que no se trataba de eso.
Sus ojos se suavizaron, pero no perdieron el brillo de sospecha.
—Entonces, ¿qué pasa? —preguntó, y como si no acabara de pasar tan abruptamente del drama a la normalidad, continuó cortando vegetales—. ¿Por qué luces tan pálida y cansada?
¿Estás durmiendo bien? ¿Necesitas que te compre vitaminas?
Antes de que yo inventara cualquier cosa para salir del paso, llamaron a la puerta con cuatro golpes secos que, en lugar de aliviarme por interrumpir la conversación, me sobresaltaron.
Demonios, seguía demasiado nerviosa. Debía controlar eso si no quería que notaran que algo iba mal.
Quise correr yo a la puerta, pero no habría sido algo propio de mí, por lo que dejé que sucediera con normalidad. Mi madre se limpió las manos en su delantal floreado. Cada paso que dio para salir de la cocina me dificultó la respiración.
Cuando desapareció, agucé el oído, inmóvil en medio de la cocina. Escuché que abrió la puerta principal y luego se hizo un silencio que me asustó y que me llevó a pensar que Damián estaba allí, o peor todavía, que Nicolas había aparecido y le había cubierto la boca para estrangularla.
Reaccioné y avancé en dirección a la entrada de la cocina para ver de quién se trataba… Dos cuerpos aparecieron en un salto de ¡sorpresa!
—¡Tilín tolón, ¿quién va al fiestón?!
Eris y Alicia.
Me aguanté la exhalación de alivio. Detrás de ellas entró mi madre entre risas cómplices. Me acordé de que era algo común de Alicia entrar en silencio a propósito en un intento de sorprenderme. Nunca lo habían logrado del todo hasta ese momento.
—¡Te llamamos unas diez veces a tu celular y no atendías!
—añadió Alicia—. ¿Qué sucedió? Dijiste que volverías rápido, pero pasaron dos horas. Te perdiste los fuegos artificiales.
Mi celular. Sin cobertura. No había enviado el mensaje a Eris, porque ella parecía no saber nada.
—Me quedé sin batería, lo siento —mentí.
—¿O sea que no has visto las fotos con opciones de ropa que te envié? —Alicia puso cara de indignación.
—Sí, pasamos un minuto por su casa y no sé cómo en segundos se probó todo de nuevo y se tomó fotos. —Eris giró los ojos—. Como sea, decidimos traer las cosas y arreglarnos aquí.
Dio un golpecito al enorme bolso que colgaba de su hombro.
No entendí a qué se refería. Alicia, por su parte, asintió con rapidez. A ella no le preocupaban muchas cosas y lo máximo que la inquietaba era no ir a ver una película en su día de estreno. Pero como Eris era más neutra, a veces muy obstinada, y sin duda alguna más detallista y centrada, me aclaró con extrañeza:
—Arreglarnos para la fiesta de Cristian, de la cual se ha estado hablando todo el mes y hasta esta tarde en la cafetería porque es esta noche… Lo recordé. Cristian era uno de los chicos más populares y pertenecía al equipo de natación del instituto. Según todo el mundo, la fiesta sería épica porque irían universitarios, un DJ muy popular de Instagram y porque habría todo tipo de bebidas alcohólicas. Llevábamos meses comentándolo y se me había olvidado por completo con todo el asunto de Damián.
Miré de reojo para asegurarme de que mi madre no estuviera pendiente de la conversación. Se había concentrado en mover la pasta que hervía, pero sabía que tenía un oído casi sobrenatural, así que les hice un gesto con la cabeza a las chicas para que nos moviéramos hacia la sala.
—La fiesta, sí, sobre eso… —les dije a ambas apenas estuvimos solas—. No iré.
El rostro de Alicia manifestó un horror casi exagerado como si acabara de escuchar la noticia más impactante y sin sentido del momento.
—¡¿Qué?! —chilló ella—. ¡¿Por qué?!
—Porque… —¡¿Es por lo que dijo Eris hace un par de días de que Cristian hará una estúpida apuesta para llevarse a alguien a la cama y grabar un video?! —me interrumpió, y puso los ojos en blanco—. Vamos, si fuera por ella el mundo sería un Vaticano.
—¿Siquiera sabes en dónde queda el Vaticano? —Eris enarcó una ceja.
Alicia frunció los labios con disgusto y le dedicó a Eris una mirada asesina. Luego volvió a mí, esperando una explicación.
Sí, Eris había escuchado por ahí las intenciones de Cristian y eso ni siquiera me había sorprendido. A la gente de nuestro instituto no se le ocurrían cosas más interesantes para matar el tiempo. Eran crueles, desinteresados e idiotas la mayoría del tiempo. Solo que esa apuesta ya parecía una micro tontería comparada con la verdadera razón de mi miedo.
—No, no es por lo de la apuesta, es que estoy algo cansada —volví a mentir.
Pero eso solo acentuó la aflicción de Alicia.
—Padme, es nuestro último año en el instituto, quedamos en que aprovecharíamos cada evento y cada fiesta —me recordó con gravedad. Alternó la vista entre Eris y yo como si nos rogara con cada palabra—. ¡Prometimos disfrutarlo! No te puedes quedar en casa. Ninguna se puede quedar en casa.
—Lo sé, lo sé —suspiré. No encontraba las palabras adecuadas para una buena excusa—, pero esta no será la única fiesta y… Cerré la boca apenas vi que Alicia se puso una mano en el pecho y ahogó un grito. Cualquiera que no escuchara nuestra conversación habría creído que yo le había dicho algo muy ofensivo.
—Que no será la única —repitió en extremo sorprendida—.
¡Pero es la primera y la primera siempre es importante! ¡Si no estamos ahí, no nos tomarán en cuenta para nada más! ¡Y recuerdo que eso fue algo que tú misma dijiste!
Demonios, sí lo había dicho yo, pero es que en ningún momento esperé que mi vida, limitada a pasarla genial en el instituto y a comprarme ropa para hacerme fotos en Instagram como una chica normal, diera ese giro tan brusco. Tan solo unas horas atrás, ir a una fiesta me parecía lo más importante para demostrar que tenía vida social.
Ahora eso se veía como una reverenda tontería.
—Bueno, bueno, tengo una idea para resolverlo porque nunca vamos solas a una fiesta, y si alguna no va entonces ninguna lo hará —intervino Eris al rescate como la adulta responsable del grupo—. Podemos ir un par de horas para que nos vean allí y luego volver. No tenemos que quedarnos hasta que amanezca, solo pasar un rato.
Todo el rostro de Alicia se iluminó ante esa idea.
—¡Sí! —Estuvo de acuerdo—. Saludamos, nos tomamos un par de tragos y listo. ¡Anda, Padme! Por favor, no te conviertas en una segunda Eris.
Eris giró los ojos y negó con la cabeza junto a un resoplido.
Mientras, Alicia me presionó con una sonrisa amplia y los ojos bien abiertos en plan: «Por favor, por favor, por favor».
Las observé a ambas. Por un mínimo instante quise soltarlo todo, explicarles por qué no quería salir, pero Damián había sido muy específico sobre que debía quedarme callada y quedarme en casa. Sus advertencias habían sonado peligrosas.
Si por poco me había dado una oportunidad a mí, no se las daría a ellas.
Así que, aunque fueran mis mejores amigas, esta era otra cosa que no podía contarles.
Pero la idea de estar afuera me asustaba… Se me ocurrió recurrir a otra excusa más elaborada, solo que de pronto me di cuenta de que Eris había pasado a mirarme con una fijeza suspicaz. Como era la más observadora de las tres, supe lo que debía estar pensando: si estuvimos entusiasmadas por esa ridícula fiesta, ¿por qué ahora no quería ir?
Lo que menos me convenía era despertar sospechas en ellas y en mi madre.
Especialmente en mi madre. Si ella se convencía de que algo pasaba, podía ser peor. No, podía ser incluso más horrible… Tal vez no alterar mi vida ante los ojos del resto era una buena idea.
—No seré una segunda Eris, tranquila —hice un esfuerzo por bromear—. Iremos.
El saltito de Alicia y su felicidad fueron chistosas.
Decidimos no perder más tiempo y empezar a arreglarnos porque ella tardaba demasiado en escoger ropa.
Íbamos subiendo las escaleras hacia mi habitación cuando tocaron la puerta.
Alicia y Eris se detuvieron, pero les indiqué que siguieran mientras yo me encargaba de ver de quién se trataba. Alicia jaló a Eris, hablándole sobre una forma muy fácil de hacer ondas de agua en el cabello, y se perdieron por el pasillo.
Ya sola, un escalofrío me recorrió la espalda. Bajé los escalones y avancé hacia la puerta. Luego dudé frente a ella.
Miles de posibilidades espantosas se reprodujeron en mi mente. Sin embargo, puse la mano sobre la perilla y abrí.
No había nadie, pero en el suelo, sobre el tapete de la entrada, estaba la mochila que había perdido en el bosque.
Alguien la había dejado allí.
Y solo se me ocurrieron dos personas:
Damián.
O Nicolas.
¿Y cuál era peor?
***** Apenas atravesamos la puerta de la asombrosa casa de cuatro pisos de la adinerada familia de Cristian, creí que se me reventaría la cabeza.
La música que salía de los enormes amplificadores ubicados en el patio trasero retumbaba en mis oídos, y no había alumno del instituto que no estuviera allí. Eran como una marea de adolescentes alcoholizados que se movía de un lado a otro.
Estaban en las escaleras, en los pasillos, en las salas, y no dudé de que en el techo. Como en todo jaleo épico también había mesas repletas de botellas de cerveza y licor, vasos rojos, silbidos, risas, voces entremezcladas, movimientos de baile, lanzamientos de cosas de un extremo a otro, caos, locura, besos, manoseos, juegos y diversión desmedida.
Alicia activó su modo social y se nos adelantó para empezar a saludar con la mano agitada:
—¡Hola, Jackson! ¡Hola, Dany!
Lo único que se vio de ella antes de perderse entre el mar de gente fue su cabellera rubia cayendo como una cortina brillante y lacia. Eris y yo intercambiamos miradas de «ya no la veremos más en toda la noche», y avanzamos en busca de algún espacio para pasar el rato.
En cualquier otro momento habría logrado encajar en la fiesta, pero seguía nerviosa y alerta. Sentía la necesidad de mirar hacia todos lados para comprobar si alguno de los rostros coincidía con los que había visto en aquel extraño lugar del bosque. ¿Y si alguno de ellos también era un Noveno?
Eris se movió hacia la mesa de las bebidas.
Automáticamente fui tras ella. La idea de que varios tragos podían hacerme sentir menos asustada, me tentó por un instante, pero yo no bebía. Mi madre decía que el alcohol descontrolaba a la gente. Yo no podía descontrolarme nunca, porque entonces… —Padme, ¿qué sucede? —me preguntó Eris de repente, mirándome con ojo analítico. Se había servido cerveza.
A veces estaba muy segura de que ella me conocía más que nadie y de que nuestra conexión era más profunda.
—¿De qué? —Me hice la desentendida.
—¿Por qué miras las botellas así como cuando Alicia está estresada por culpa de algún chico? —Como no dije nada, agregó—: Cuéntame, ¿quién es?
Mejor dicho, por culpa del secreto de un chico, pero de nuevo tuve que mentir.
—No hay nadie, pero sí estoy algo estresada. —Le agregué cierta indiferencia a las palabras—. Es nuestro último año, tenemos que ver a cuál universidad asistir y todo eso… Eris asintió lentamente. Una sonrisa suspicaz apareció en su cara. Ella era intuitiva, no podía negarlo.
—Y eso es lo que le dirías a tu madre, ahora dime la verdad.
—No hay verdad.
Aunque asintió de nuevo aceptando mi respuesta, supe que de todos modos no se lo había creído.
—¿En serio? —preguntó, tranquila pero extrañada—.
Entonces, ¿por qué mientras estábamos arreglándonos recibí un mensaje tuyo diciendo que estarías en el bosque?
Claro, sí le había llegado. Había olvidado que cuando la cobertura volvía al móvil, los mensajes podían enviarse solos.
Iba a soltar alguna excusa, pero, de repente, un grito rasgado y cargado de horror se alzó por encima de las voces y la música:
—¡Ayúdenme, por favor!
¿Beatrice? Había entrado a la casa y se había detenido en medio de la sala de estar. No solo eso, en una de sus manos sostenía una garrafa de… ¿gasolina? Su grito había hecho que todos se detuvieran a verla y que de inmediato el volumen de la música bajara.
Primero pensé que aparecerse así era una de sus rarezas habituales, pero al instante me di cuenta de que no era un juego. Se veía aterrorizada, y su postura de piernas separadas y su brazo izquierdo medio extendido hacia el frente daba la impresión de que intentaba protegerse de algo. Unas gruesas lágrimas le corrían por las mejillas. Los ojos saltones estaban hinchados de pánico.
En verdad había algo en ella que asustaba.
—¡Ayúdenme! —repitió con la voz desesperada, cargada de miedo—. ¡Tengo que salir de aquí! ¡Tengo que irme lejos!
¡Ayúdenme, por favor!
Esperé que en esta ocasión nadie fuera tan cruel, que a alguien se le despertara un mínimo de empatía y diera un paso hacia ella para aclarar la situación. O solo que le ofrecieran la ayuda que estaba pidiendo a pesar de que no entendíamos los motivos, pero a su alrededor todos se habían quedado inmóviles y miraban a Beatrice con ojos críticos, repelentes y despectivos.
Ella avanzó unos pasos torpes y nerviosos, y un grupito retrocedió como si fuera una leprosa intentando acercárseles.
—¡Tengo que irme! ¡Tienen que sacarme de aquí! —siguió, casi como una súplica. Las notas desequilibradas en su voz no la ayudaban, todo lo contrario, le daban un aire maniático—.
¡Un auto! ¡Necesito un auto! ¡Alguien debe acompañarme!
¡No puedo ir sola!
Se acercó a varios, pero todos retrocedieron o negaron con la cabeza. Me dio tanta pena presenciar cómo la trataban, aun cuando sí existía la posibilidad de que estuviera en peligro, que consideré pedirle a Eris que interviniéramos. De hecho, casi lo hice de no ser por lo siguiente que soltó:
—¡Ellos me vieron! ¡Vieron lo que intentaba hacer!
¿Ellos? Me acababa de quedar helada porque lo único que me pasó por la mente fueron Damián y los Novenos.
De repente, muchas cosas se conectaron.
No podía ser una simple casualidad que unas horas después de haber descubierto la verdad alguien apareciera así, como si acabara de ver la muerte con sus propios ojos. Me pregunté si… ¿y si acaso ella también lo había visto?, ¿si había llegado al lugar secreto como yo?, ¿y si de lo que tenía que escapar era de esos que Damián había llamado Novenos?
Una chica de entre todas las personas, se atrevió a intervenir.
Pensé que haría algo lógico, es decir, ayudar, pero fue todo lo contrario.
—¡Largo de aquí, loca! —le gritó, señalando la puerta. Sonó igual que una vieja amargada que echaba a un gato pordiosero de su porche.
—¡Deben ayudarme! —le dijo Beatrice al girarse hacia ella con los ojos abiertos hasta el límite, enrojecidos, empapados y asustados—. ¡Debo irme de aquí! ¡¿No entienden?! ¡Debo salir del pueblo!
—¡No nos intentes arruinar la fiesta con tus delirios de loca y busca ayuda en otra parte, desquiciada! —bufó la chica, y se volvió hacia toda la gente que tenía detrás—. ¡Que se vaya!
¡Que se vaya! —vociferó, con la intención de que la apoyaran.
Lo peor fue que lo hicieron. Comenzaron a decirle: «¡Largo!
¡Fuera! ¡Vete!», primero en un volumen bajo y luego más alto mientras se unían de manera progresiva.
Beatrice se giró sobre sus pies, mirándolos con pasmo. De alguna manera estuve segura de que debajo de toda esa capa de ropa temblaba, y yo en verdad quise dar un paso adelante y ayudar. En verdad quise gritar que la dejaran en paz, que tal vez había que escucharla, pero la advertencia de Damián volvió a resonar en mi cabeza junto con la imagen de Nicolas, de él mismo matándome por decirle a todos que yo también había visto algo horrible.
Además, tampoco sabía bien cuáles podían ser las consecuencias para el resto si no obedecía.
¿Y si había un Noveno entre nosotros, en esa sala?
Mi propio temor me retuvo.
Beatrice se cubrió las orejas con las manos y comenzó a negar con la cabeza. Las voces que le exigían marcharse eran incesantes.
—¡Tengo que irme! —chilló ella por encima de los gritos—.
¡Tengo que salir de aquí! ¡Debo dejar el pueblo!
Repitiendo eso corrió hacia la puerta y desapareció.
Lo que quedó en su lugar fue un silencio desconcertante. La gente se miró, perdida, pero luego eso no afectó más. Cuando los gritos de Beatrice dejaron de oírse, la música volvió a sonar y el ambiente se llenó de voces, risas, movimientos y tonterías.
—¿Qué demonios acaba de pasar? —soltó Eris a mi lado.
Ni yo estaba segura, pero otra vez un escalofrío me hizo pensar en los Novenos.
Miré hacia la puerta, había quedado abierta… Mis manos estaban sudando ya. Que la gente regresara a su comportamiento normal me perturbó mucho más… No, no podía quedarme ahí.
—¿Puedes buscar a Alicia? —le pedí a Eris, que miraba a nuestro alrededor con cara de desconcierto—. Seguro se lo perdió todo por estar besándose con Dany allá arriba.
Ella hundió un poco las cejas, lucía medio perdida.
—Sí, supongo… —aceptó.
Apenas se alejó, salí a toda prisa de la casa con la intención de alcanzar a Beatrice. Me detuve al final de la acera y miré hacia ambos lados. La noche estaba fría. Los autos estaban aparcados frente a las casas enormes, oscuras y silenciosas.
Ningún rastro de ella.
Aun así, avancé. Miré en todas las direcciones por si la veía correr. Seguí sin encontrarla hasta que atravesé el enrejado de la entrada del conjunto residencial. Por suerte, el guardia de seguridad estaba dentro de la caseta con los audífonos puestos, muy concentrado en su Tablet. Toqué a la ventanilla para preguntarle si había visto a una chica extraña salir corriendo, pero me hizo un ademán con la mano para que lo dejara en paz. Era un imbécil más en ese pueblo de personas que no tenían nada de amabilidad, así que no insistí y continué caminando para buscarla por mi cuenta.
La caseta del guardia y las casas quedaron atrás. Me encontré ante el inicio de la carretera que daba al pueblo y que se alejaba hasta perderse en la oscuridad. A mi alrededor se alzaban los árboles que pertenecían a la densidad del enorme bosque sobre el que se había construido Asfil, y no había nadie, tan solo negrura, soledad, el sonido de los grillos y la amenazadora idea de lo que podía estar escondido entre los arbustos.
Me detuve e hice un repaso panorámico.
Y entonces vi una mancha roja y oscura en el suelo, como si la hubieran arrojado desde una altura muy elevada.
Sangre fresca.
A un lado, la espesura de los arbustos estaba sospechosamente dividida y aplastada. Conecté todo con una rapidez escalofriante y antes de dar otro paso, dudé. Andar sola era entregarme en bandeja de plata a una muerte segura.
Mi sentido lógico me exigió volver a la fiesta e ignorar el tema como habían hecho los demás, pero… Beatrice… necesitaba ayuda… la ayuda que nadie me había dado… ¿Que estaba asustada? Sí. ¿Que tenía miedo de los Novenos?
Sí. Pero seguí el camino con la vista fija en el suelo por si encontraba más sangre.
Intenté pisar suave para que mis pasos fueran silenciosos y aparté arbustos con cautela. Durante un pequeñísimo trayecto no vi más que tierra, hojas, ramitas y piedras. Mis latidos se aceleraron a pesar de que no había nada extraño, y la sensación aprensiva que había encendido Beatrice al entrar con desespero a la fiesta pronto comenzó a convertirse en un pálpito de preocupación, como si ya supiera lo que encontraría, como si fuera un fin inevitable.
En cierto momento escuché que algo se arrastraba, y me agaché entre los arbustos para ocultarme. Luego me moví en cuclillas en dirección al sonido. Lo que alcancé a ver me cortó la respiración. Fue como si me desconectaran la cabeza del resto del cuerpo, porque lo único que sentí capaz de usar fueron mis ojos, abiertos de par en par, horrorizados. Incluso tuve que presionarme la boca con fuerza para no hacer ruido.
Había un hombre agachado y frente a él estaba tendido un cuerpo.
Por un instante pensé que era Damián, pero no. De ese desconocido se veía la espalda cubierta por una chaqueta oscura y el cabello rapado al estilo militar, teñido de un color extraño, ¿quizás azul o púrpura?
Por otra parte, del cuerpo tirado en el suelo se veía la cabeza, el cuello, los brazos extendidos y las piernas desde las rodillas hasta los pies.
Era Beatrice.
Una exhalación de horror amenazó con salir de mi boca, así que me coloqué la otra mano sobre la que ya me cubría y traté de ser invisible.
El tipo se irguió. Se vio muy alto y amenazador desde mi escondite. Sacó algo de su bolsillo, y solo cuando se encendió entendí que era un celular. La iluminación me dejó ver que sus manos estaban enguantadas por un cuero negro, brillante y sucio de sangre. Los dedos quizás mancharon la pantalla, pero escribió algo y unos segundos después lo guardó de nuevo.
Después miró el cuerpo de Beatrice por unos segundos hasta que por fin se perdió entre la oscuridad del bosque.
Permanecí agachada durante lo que me pareció una eternidad, con las manos apretando mi boca con tanta fuerza que ya ni siquiera sentía los labios. Me costaba parpadear. El cuerpo ahí en frente… Tuve la estúpida esperanza de que quizás no estaba muerta, de que era lo suficientemente inteligente y lo estaba fingiendo para salvarse. «Respira, Beatrice, haz algún movimiento, mueve un dedo, levántate, corre, haz algo», pensé.
Pero no sucedió.
Esperé hasta que el silencio fue tan denso que me permitió moverme. Solo entonces tuve el valor de salir de entre los arbustos. Me acerqué a ella.
Sí, era la misma que había entrado a la fiesta, la misma que nos había perseguido por años, la que había copiado el estilo de Alicia y había sido objeto de burlas. Incluso su cuerpo había quedado en un estado extraño: el cabello esparcido alrededor de su cabeza como un halo de paja, la cara hinchada por las lágrimas, los labios entreabiertos como si hubiera muerto gritando que tenía que irse, y los ojos abiertos. Ya no tenían brillo, pero el horror todavía se reflejaba en ellos. Su rigidez era tal que parecía una espeluznante muñeca que alguien había tirado allí para que quedara en el olvido. Ni rastro de la garrafa de gasolina que había llevado consigo.
De pronto entendí que sí quedaría en el olvido. Ahí, con todos esos arbustos y árboles rodeándola, ¿quién la encontraría? Las personas normales de Asfil no exploraban los bosques ni se metían por los alrededores de la carretera. Nadie sabría que ella estaba muerta en ese sitio, y me pareció tan injusto que se me ocurrió una idea.
Con rapidez me quité la camisa de botones que llevaba puesta. Solía usarla sin abotonar con una franela debajo. La envolví en mis dos manos y tomé a Beatrice por uno de los brazos. Con toda la fuerza a la que podía recurrir, comencé a arrastrarla.
Fue demasiado difícil, pesaba un montón. Tardé más de lo que creí. Pensé incluso que el asesino volvería por el cuerpo y me encontraría a mí, pero no me rendí y con éxito logré llegar hasta el borde de la carretera.
Allí la solté. Tal vez por el movimiento, algo se deslizó fuera de un escondite en su ropa. Era un libro. Lucía viejo, la tapa era de un cuero gris plomizo y de los bordes salían retazos de hojas como si estuviera plagado de información. Lo abrí en cualquier página. Vi un montón de palabras escritas en otro idioma y solo un pequeño párrafo con palabras que sí pude entender:
«Es este lugar. Saca lo peor de nosotros, porque solo respiramos su maldad. Si sigue existiendo, seguiremos siendo monstruos».
¿Eh?
Ni tiempo tuve para intentar entender, porque de pronto escuché un ruido extraño, así que solo lo cerré, decidí llevarlo conmigo y me fui corriendo a la parada de bus más cercana sin mirar atrás.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora