12- Unos están más locos que otros

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Eris y yo nos reunimos en el área del gimnasio del instituto.
Estábamos sentadas en las gradas. Ella tenía el libro de Beatrice sobre su regazo. Los alumnos apenas empezaban a llegar y nadie iba por allí a las seis y treinta de la mañana, así que el sitio era el lugar perfecto para hablar del tema.
Le conté acerca del viaje y La Cacería, pero no le expliqué lo de matar en grupo ni que eso era justo lo que habían hecho en el árbol de los colgados. Le dije que se trataba de un evento sumamente importante en el que probaban la lealtad de cada Noveno con tareas extrañas que solo averiguaríamos ese día.
Seguía decidida a ocultarle el resto, porque tenía la esperanza de que, si ella no lo sabía por completo, no estaría del todo en peligro.
—Al parecer, cambiaron su manera de llevarla a cabo porque corrían un alto riesgo de ser descubiertos —añadí a mi explicación—. Tal vez alguien sí los descubrió y estuvo a punto de demostrarlo con pruebas. ¿Qué tal si sucedió algo igual con Carson y su artículo? Él lo sabía y trató de decirlo.
—Recordé que Margaret dijo: «No se les unió» —asintió ella —. Eso quizás significa que aun sabiendo el secreto logró vivir muchos años… Se quedó pensando mientras leía y pasaba las páginas del cuaderno. Yo estaba convencida de algo más.
—No lo sé, pero no puedo ir a La Cacería —le dije, seria—.
Debo encontrar una forma de faltar sin que sea sospechoso.
Eris sacó un punto importante:
—Igual tus padres no dejarán que te ausentes un fin de semana, ¿pensaste en eso?
Sí, ya lo había pensado. Incluso si quería ir, convencerlos iba a ser imposible. Solo me dejaban dormir en casa de Eris porque conocían muy bien a su madre, pero con el asunto de quedarme en donde Alicia siempre habían tenido quejas y muchas veces me lo habían prohibido, por lo que las maratones o pijamadas habían terminado por darse en mi casa.
—¿No crees que puedas convencer a Damián de que cubra tu falta? —volvió a hablar ella.
—No me ayudará —suspiré, frustrada—. Él… tiene opiniones muy diferentes sobre… todo.
—Explícate —pidió.
Dudé, estrujando mis dedos. No podía decirle todo, pero consideré que podía tratar de modificar la verdad para desahogarme.
—Tuvimos una discusión —me costó decirlo— porque él no cree en el bien o el mal y, yo creo que sí hay personas buenas.
—¿Discutieron por eso? —Eris frunció el ceño.
Hice un sonido de afirmación y ella finalmente alzó la cara y puso toda su atención en mí. Por unos segundos me miró con una expresión de desconcierto y análisis.
—Me acabo de dar cuenta de que ni siquiera me has dicho cómo es él además de que te exige que te adaptes a su mundo.
Hablar de su personalidad… ¿Cómo le explicaba que ni yo la entendía?
—Es muy extraño —murmuré tras buscar las palabras—. Es muy frío, no le gusta hablar mucho, le molesta si alguien se le acerca, y está enojado porque tuvo que ayudarme y no nos llevamos bien.
—Pero si confió en ti para que guardes el secreto, ¿no significa que de alguna forma él…?
Me pregunté qué diría después de «él», pero de repente ella abrió mucho los ojos como si algo grande se hubiera revelado frente a nosotras. Entonces volvió su atención al cuaderno de Beatrice, fue hasta la página que tenía escrito nuestros nombres y señaló aquella palabra en otro idioma que estaba trazada junto al nombre de Zacarias. Ante mi cara de que no entendía un rábano qué era lo que había descubierto con relación a la palabra, ella me explicó:
—¡Claro, ya tiene sentido! —exclamó, olvidando por completo el tema anterior y entrando en uno nuevo—.
¿Recuerdas que te dije que esto significa «¿cómo?» Pues ahora sé que significa «¿cómo lo hizo?». Beatrice lo marcó porque también quería saber cómo es que él logró sobrevivir por tanto tiempo. Por esa razón intentó encontrar el artículo, porque podría contener algo capaz de explicar una alternativa a meterse en el mundo de los Novenos. Pero ella no fue muy cuidadosa. Margaret dijo que después de que esa chica fue al asilo, todo sucedió. Era obvio que le estaban siguiendo la pista, así que, sin saberlo, Beatrice llevó a los Novenos hasta Carson y ellos finalmente lo mataron.
Eris me miró extasiada, porque cada punto conectaba. Como no dije nada, me sacudió el brazo.
—¿Entiendes lo que esto implica, Padme? —añadió para hacerme reaccionar—. Es posible que podamos averiguar qué hizo Carson para vivir una vida normal, y tal vez antes de que se dé La Cacería. ¡Sí podría haber una salida!
Una salida. Una forma de no tener que fingir ser una Novena.
Yo no estaba diciendo nada porque por alguna razón me había llegado a la mente los recuerdos de la noche de El Beso de Sangre. Recuerdos con culpa, porque no podía negar que me estaba costando mucho ignorar mis ganas de volver a beber La Ambrosía solo para también sentirme libre y sin miedos, para volver a estar sola en mi mente.
Y desde la noche anterior tampoco podía sacar de mi cabeza a Damián diciendo: «Pero ¿por qué lo haces, Padme? ¿Por qué te esmeras en ser diferente si no es lo tuyo?».
No. No. Él no me conocía en lo absoluto.
¿Había dicho eso para hacerme dudar de mí misma? Lo había logrado… Una salida era lo que necesitaba. Yo no era como ellos.
—¿Qué tenemos que hacer primero? —pregunté al volver a la realidad.
—Encontrar el artículo, por supuesto, pero aún no sé por dónde podemos empezar —murmuró, ahora absorta en su móvil, buscando algo en Google—. Pero mira, acabo de encontrar algo sobre esa mansión Hanson a la que irán para La Cacería.
—Déjame ver. —Me acerqué más.
Una sola imagen de las áreas frontales y de la fachada ya era impresionante. La estructura, majestuosa pero moderna, con muchas ventanas de cristales oscuros. Me hizo pensar en algo que había sido construido para la realeza. También tenía un aire escondido entre los terrenos repletos de árboles, lo cual supuse era para asegurar privacidad. Un sitio perfecto para una matanza, porque sin nada alrededor, ¿quién oiría gritos?
Eris deslizó el dedo y entró a una página que proporcionaba un pequeño artículo con información:
La mansión Hanson, llamada así por el largo linaje de la familia Hanson que habitó en ella, es más que una ,,aravilla arquitectónica. Construida desde la segunda guerra mundial la mansión ha sido centro de admiración tanto para antiguos como para reconocidos arquitectos actuales. Cuenta con treinta habitaciones principales, diez habitaciones de huéspedes, treinta y cinco baños, dos cocinas, un sótano/mazmorra e incluso dicen que con misteriosos pasajes secretos; pero no es solo su amplia estructura la que hace de esta mansión un deleite para los amantes de la grandeza, sino su gigantesco jardín que parece infinito y en donde fue creado un laberinto cuyo artistico centro es visible desde las alturas. Su último dueño, Dioner Hanson, falleció en 2014. Hasta ahora se piensa que la mansión está deshabitada, sin embargo, el acceso es completamente imposible. La casa fue sellada con altos muros y se ha convertido en un espacio privado sin permiso de entrada a desconocidos. ¿A quiém le pertenece la mansión Hanson? Hasta ahora no se sabe si el linaje murió con el famoso empresario Dioner o si, por el contrario, hay un misterio más exclusivo detrás de sus imperiosas paredes.
Eris y yo nos miramos, impresionadas.
Porque ahora había una nueva pregunta:
Si el dueño estaba muerto, ¿quién recibiría a los Novenos?
***** Pensé que eso de la mansión sería mi única preocupación del día, pero después de que Eris y yo nos separamos porque ella tenía que ir a sus clases extra, mientras iba por el pasillo, Alicia se plantó frente a mí con los brazos cruzados.
Parecía muy enojada. Estaba maquillada a la perfección, hermosa, y sí, muy enojada.
—¿Qué pasa contigo?, ¿eh? —me reprochó.
—¿De qué? —Pestañeé, perdida.
—Ya casi no te veo, Padme —dijo con obviedad—. ¿Qué sucede? Es como si te hubieras mudado a otro país. ¿Estás bien?
Por el lado de Eris siempre había adorado su sarcasmo y sus bromas, pero por el de Alicia siempre había adorado que ella en verdad se preocupaba por los demás. A pesar de que parecía superficial porque todo el tiempo hablaba de ella misma, Alicia era capaz de tomarse un segundo para preguntarle a alguien más si se encontraba bien, y escuchaba las respuestas con atención, sin aburrirse.
Me dolió en el pecho tener que mentirle a la cara. Tal vez por esa razón había deseado tanto no topármela y que Eris le diera las excusas, porque sentía cierta debilidad.
Traté de verme lo más convincente posible.
—Sí, bueno, es que he estado muy ocupada y… —¿Ocupada en qué? —interrumpió, mirándome con sospechosa curiosidad—. He estado a punto de llamar a tu madre, pero sé que eso podría ocasionarte un lío innecesario.
—Exhaló y dejó caer los brazos—. Cada vez que le digo a Eris para reunirnos, sale con una excusa. Quiero que sean sinceras, ¿acaso me están evitando?
Jamás, en todos los años que llevábamos de amistad, nos habíamos evitado o ignorado. Por más que tuve ganas de explicarle que esa no era la razón, no podía. Ella no podía saber nada. No iba a arruinar su vida de esa manera.
—¡No, no! —le aclaré con rapidez—. Ya casi ni la veo a ella tampoco. He tenido que investigar sobre la universidad. No falta mucho para graduarnos y mi mamá me ha presionado con que envíe solicitudes. Es todo muy estresante.
Alicia no se vio nada convencida.
—¡No me lo trago! Antes, cada tarde nos reuníamos en Ginger Café y ahora apenas en clases compartimos algo — dijo, e hizo gestos exagerados mientras hablaba tan alto como de costumbre—. Sé que algo pasa y quiero que me lo digan.
Su escándalo me hizo mirar hacia los lados. Nadie nos estaba prestando atención, pero los Novenos eran más observadores que el resto, y era obvio que también podían estar en el instituto.
—No pasa nada, Alicia, en serio —intenté tranquilizarle.
Pero se puso más histérica.
—¡Hasta me han dicho que sales con ese rarito de la otra vez! ¿Cómo es que se llama? —Se lo pensó por un momento —. Dame… Dimo… ¡Dorian! Bueno, ese. El punto es que el chisme anda por allí. ¿Y me dirás que no es nada?
—Es solo un chisme, en serio es… —¿Y qué hay con esa ropa que usas? —Me señaló con el dedo—. ¡Qué cambio tan repentino! Estás muy extraña, muy, muy extraña, Padme, ¿va a pasar como esa vez que…?
La interrumpí con fuerza al perder la paciencia por los nervios de que nos escucharan:
—¡Te digo que no pasa nada!
Ella inmediatamente cerró la boca, asombrada. Sí, no solía hablarle así, pero llamar la atención implicaba ponerla en riesgo. Además, si era suave de seguro no iba a poder despegarla de mí. Estar a mi alrededor ya no era una buena opción.
Hice lo peor para protegerla: ser cruel.
—Si digo que no, es porque no —le solté, firme—. Si Eris dice que no podemos es porque no podemos. Si aseguro que es un chisme, lo es. Las cosas no siempre serán iguales. Ya debemos madurar.
Después de eso me fui.
***** Al llegar a casa todavía era temprano para que mis padres salieran del trabajo, así que pensé en aprovechar la soledad para darme un baño y pensar mejor.
Las consecuencias de todo lo que había pasado estaban empezando a hacer efecto en mí, y cada vez me sentía más estresada y agobiada. Tener que evadir a Alicia y ser cruel con ella, tener que mentirle a mi madre (con lo peligrosa que era) para poder ir a la cabaña, la repetitiva imagen en mi mente de Nicolas matando a aquel chico en el bosque, la idea de ir a La Cacería, esforzarme en fingir que era Novena, intentar darle sentido a lo de Carson, tratar de alejar mi gusto culposo por La Ambrosía, contener a la Padme que no era normal… Todo eso era en extremo agotador.
No había dormido bien. Comía por obligación para que nadie notara que algo me preocupaba. Ni siquiera sabía cuánto más podría aguantar. ¿Y si explotaba? ¿Y si de nuevo, por primera vez en mucho tiempo, explotaba como…?
No. Eso no sucedería. Yo podía controlarme.
Salí de la ducha con la toalla alrededor del cuerpo. Abrí la puerta y estiré el cuello de un lado a otro. Entonces, vi que había alguien sentado en la silla giratoria frente a mi escritorio.
Mis pensamientos se esfumaron. Solo me quedé paralizada mirándolo. Tenía las piernas extendidas sobre el escritorio en donde reposaba mi laptop, y con las manos adornadas por un par de elegantes y masculinos anillos de plata sostenía un pequeño libro de tapa dura que leía con mucha atención.
Mi antiguo diario.
Él carraspeó la garganta, y empezó a leer una de las páginas:
—Diez de enero. Estoy frustrada. Mucho. Creí que hoy descubriría algo, pero otra vez nada. Lo seguí luego de que salimos de clases, y solo fue a una tintorería. Aunque eso estuvo un poco raro. Su saco con ropa ya estaba allí. El señor Félix, que es el dueño desde que tengo memoria, se lo entregó y luego él la lavó. Solo tiene doce años, ¿por qué va a lavar su ropa y no lo hace su madre? De todas formas, luego se fue a casa y no salió en todo el día. Esto me está afectando más de lo que creí. A veces quiero… quiero golpear algo, pero no es correcto. Debe ser por la frustración. Esta noche descansaré.
¿Qué escondes, Damián? Si supieras que muero por saberlo… Tras la última palabra, Poe alzó la mirada hacia mí. Su expresiva boca estaba extendida en una de esas sonrisitas de Guasón: burlonas y retorcidas. Me vio helada en el sitio.
—Así que cuando llegaste a la cabaña, no era la primera vez que lo seguías —me dijo con voz suave, pero al mismo tiempo de «te atrapé»—. Qué sucios y oscuros secretitos tienes aquí, pastelito.
—¡¿Qué demonios haces en mi habitación?! —reaccioné.
Me sostuve bien la toalla y a zancadas me aproximé a él. Le arranqué el diario de mala gana y lo apreté contra mí para protegerlo.
Poe estalló en carcajadas ante mi actitud.
—¿Desde qué edad empezaste a obsesionarte con Damián y a escribir eso? —preguntó, mientras intentaba detener las risas —. ¡Las cosas que hay ahí ni siquiera parecen escritas por alguien como tú!
Sentí toda mi cara enrojecerse de vergüenza y rabia. Era mi bitácora cuando espiaba a Damián y jamás había esperado que alguien lo leyera. Tenía todo tipo de cosas sobre él, sobre su aspecto, sobre mis teorías de que tal vez sus padres lo encerraban de manera intencional, y además hablaba de que me sentía extraña e intensamente atraída.
—¡Lo empecé a los once años! —me defendí.
Poe soltó carcajadas sin moderación hasta que se desvanecieron y solo quedaron unas risitas pequeñas. Sus ojos se habían humedecido un poco.
—Pero es que como dije, chica buena que en el fondo es mala —canturreó en una exhalación, extasiado de diversión—.
Ese lado acosador, pastelito, qué delicia… —¡Cállate! —escupí, disgustada por su entrometimiento—.
¡Se suponía que lo tenía bien escondido!
Poe se encogió de hombros.
—Tengo un gran talento para encontrar cosas… —¿Qué haces aquí en mi habitación? —solté—. ¿Cómo entraste?
Dejé el diario justo debajo de la almohada, y me giré para dedicarle mi mirada más dura. Él empezó a girar la silla como si quisiera entretenerse.
—¿De verdad preguntas algo tan obvio? —replicó, extrañado—. Soy un Noveno y puedo entrar a cualquier lugar sin que nadie lo note, no dejar huellas ni rastros… Todo eso.
—Pues hay asesinos que se han equivocado —contradije.
Él asintió y detuvo la silla.
—Ah, sí, pero existe una gran diferencia entre asesinos normales y Novenos. Los Novenos son mentes maestras y nunca, pero nunca, han sido atrapados; los otros son solo loquitos con fallos mentales.
Me crucé de brazos y puse una expresión severa.
—¿A qué viniste, Poe? —pregunté, afincada en cada sílaba.
Él suspiró y señaló un sobre amarillo que reposaba sobre mi escritorio. No me había fijado en eso por el susto que me dio verlo leyendo las cosas que mi antigua yo escribía sobre Damián, o, mejor dicho, sobre el Damián que creía que era interesante y enigmático.
—Te traje tus nuevos documentos —me informó con el dedo juguetón moviéndose de un lado a otro—. Está todo allí:
identificación, acta de nacimiento, permiso para conducir… —Muchas gracias —acepté de manera maquinal y seca—.
Eres un gran tipo. Ahora vete.
Esperé que lo hiciera, pero no se movió. De hecho, su sonrisilla se amplió al máximo sin despegar los labios. Sus ojos representativos de un felino depredador, bordeados por unas tenues ojeras rosáceas, adquirieron una chispa de divertida malicia.
—¿Tú crees que lo soy? —inquirió en un tono lento—.
Puedes agradecerme por esto como quieras.
Esbocé una sonrisa fingida y odiosa.
—Puedes arreglártelas con Damián porque fue él quien te pidió que hicieras esto del cambio de identidad —zanjé.
Emitió una de sus peculiares risillas y se levantó con suma elegancia. Sus pantalones por encima de los tobillos, ese chaleco y la bufanda alrededor de su pálido cuello lo hacían ver como un arrogante extranjero que había heredado millones de su familia y los derrochaba en cualquier antojo de chico aburrido.
Agh, ¿por qué cada vez que lo veía mi mente lo detallaba sin mi permiso?
Avanzó un par de pasos hacia mí, pero no retrocedí para no parecer asustada. Me mantuve firme, justo como había encarado a Damián en el bosque. Al parecer, eso funcionaba mejor con ellos.
—Ustedes dos se parecen tanto —murmuró—. No sé si eso me gusta o me encanta.
—Mejor vete, Poe —volví a exigir, ceñuda—. Tengo cosas que hacer.
Intenté avanzar dentro de mi propia habitación, pero él dio un paso para atravesarse. Quedó mucho más cerca. Percibí de nuevo esa fragancia que atontaba un poco. Temí que se metiera en mi cabeza por completo, porque los pensamientos extraños y lujuriosos ya estaban surgiendo en mi mente como al parecer pasaba siempre debido a sus habilidades similares a las de los Andróginos, así que intenté no caer.
—¿Acaso me tienes miedo? —me preguntó en un ronroneo.
—No —aseguré sin titubear—. Y si no te quitas, no respondo.
Sabía que en cualquier caso él resultaría ser más fuerte que yo. Sin embargo, si se trataba de gritar, patalear y golpear… Poe alzó las cejas con cierta sorpresa y emitió una risa espontánea.
—¡Qué agresiva! —expresó, otra vez con esa fascinación perversa—. Y yo que pensé que eras bastante tranquila, casi sumisa… —Soy tranquila y agradable, pero si te me acercas también soy capaz de defenderme —lancé.
Tuve la intención de sonar amenazante, pero aquello no lo asustó en lo absoluto. Todo lo contrario, le despertó más curiosidad.
—¿Y de qué vas a defenderte? —preguntó, intrigado, en un nivel un tanto burlón—. ¿Estoy haciendo algo indebido? Digo, lo indebido me encanta, pero no estoy haciendo ni la cuarta parte de lo que quisiera. Solo estoy aquí parado.
—Parado demasiado cerca de mi espacio personal —refuté —. Me siento invadida, y no me gusta.
Un brillo deseoso apareció en sus ojos.
—¿Y si me permites invadirte de una forma que sí te guste?
Lo susurró como si acabara de despertar en él un apetito incapaz de saciar con comida normal. Lo peor era que no podía sentirme del todo furiosa u ofendida por ello. Es decir, sentía el enfado, pero al mismo tiempo también una relajación inusual.
Debía ser su influencia, porque de un segundo a otro comenzó a ser más fuerte. Nadie me estaba tocando, pero sentía como si lo hicieran. Se sentía como cuando llevas mucho rato besándote con alguien y quieres pasar a los siguientes puntos. Era algo en la piel, un cosquilleo, una necesidad efervescente… Desvié la mirada y la fijé en otro punto de la habitación.
Sabía que eran sensaciones forzadas. Yo no me calentaba con cualquier chico.
Me lo repetí: esa no era yo, esa no era yo, esa no era yo.
Cuando me di cuenta, estaba a centímetros de mí. Se mordió el labio inferior como si fuera una situación muy tentadora.
—Pastelito, yo podría… —ronroneó con esa voz juguetona —. Sí que podría… y te encantaría que lo hiciera, ¿lo sabes?
No es como estar con cualquier persona, es como probar La Ambrosía, luego querrías más y más. Tú misma me suplicarías con una deliciosa cara de dolor, de ganas… —No estoy… —¿Segura? —completó.
En realidad, iba a decir «interesada» para no ser tan grosera, pero de alguna forma la palabra «segura» también fue la indicada.
Le dediqué una mirada consternada.
¿Cómo demonios lo hacía?
—Se me hace muy fácil percibir los deseos de las personas —dijo en un tono de confesión, como si hubiera leído mis pensamientos—. Puedo olerlo. Puedo oler el cambio, las hormonas. Yo podría estar a metros de ti y aun así escuchar cuánto se acelera tu corazón, si se debilitan tus piernas, en qué niveles se activa tu imaginación, qué puntos se sensibilizan y saber a exactitud con qué fantaseas cuando estás sola… Las palabras bailaron en mi mente con cierta seducción. Poe se inclinó más hacia mí y acercó su boca a mi oreja, tanto que la hipnotizadora fragancia intentó arremeter contra mi fuerza de voluntad.
Lo susurró como un hecho incuestionable:
—Damián.
—La habilidad te falla entonces —repliqué, y con toda intención le añadí una nota burlona, muy parecida a la suya.
Poe rio, encantado. Se enderezó de nuevo y se balanceó sobre sus pies con una actitud más relajada. Agradecí por la distancia, aunque no disminuía demasiado la influencia. Era difícil ignorar las raras imágenes mentales en las que él me acorralaba contra la pared, acercaba sus labios a los míos para pasar la punta de su lengua sobre el inferior y… ¡Debía concentrarme!
—Toda esta habitación casi tiene pintado su nombre de tanto que lo piensas —dijo Poe, con simpleza—. Hasta tu cuerpo emana su olor. Tus ojos reflejan sus ojos. Tu boca exige la suya. Estás marcada por él. Se pertenecen. Si no fuera de ese modo ya me habrías pedido que te usara a mi antojo, pero tu resistencia es fuerte porque no soy él. Y es… —emitió una risilla conspirativa—. Es difícil dominar una mente obsesiva.
La palabra me asustó, pero no lo demostré.
—Es normal que piense en él porque no paro de pensar en los Novenos y en que debo ser como ustedes —rebatí.
—Lo piensas de forma diferente. —Verne negó lento con la cabeza, entretenido con todo aquello—. El problema es que tratas de reprimirlo, y eso está mal porque reprimir solo sirve para intensificar.
No pude replicar algo ingenioso que dejara en claro que eso no era cierto. De hecho, me dejó absorta durante un momento.
Me llevó al beso frente al roble, al sabor de la savia, al hecho de que sí, pensaba en él de forma diferente a pesar de que no era lo que yo había idealizado. Aunque de pronto también me pregunté, ¿qué había idealizado con exactitud? Un secreto, un descubrimiento. Justo lo que había pasado… Una persona normal no se sentía atraída por un asesino. Y yo era normal. Además, Damián era un imbécil. Cada vez dejaba más claro que le molestaba mi presencia, que me odiaba por haberlo seguido. Solo sentía desprecio de su parte.
—Huele rico mientras más piensas en él. —Poe rompió el silencio, encantado.
Dios.
—¡No te metas en mi mente ni huelas lo que sea que sale de mí! —le exigí.
Él volvió a reír, burlón.
—Solo deberías dejar fluir tus deseos por más oscuros que sean, Padme, tal vez te termina gustando —dijo como una voz dispuesta a influenciar, junto a un guiño de ojo—. Y tal vez a él también.
Me puse a la defensiva otra vez, en busca de alguna salida.
—Si me dices que cumpla mis deseos, ¿por qué te me insinúas? ¿Por qué haces esto? ¿No se supone que son amigos?
—Ah, si tan solo a Damián le gustara compartir —suspiró con tristeza fingida—. Pero desde que rechazó mi propuesta de un ménage à trois entendí que es un poco egoísta. Igual lo somos. Soy su amigo. No, soy más que eso, soy su verdadera familia. Por esa razón me estoy controlando. —De pronto se puso serio—. Ahora voy a dejar clara una cosa. Si formas parte de nuestra manada, puedes confiar plenamente en mí. No voy a hacerte nada que no quieras. Solo no nos falles y no te fallaremos.
—Hice el ritual —le aseguré.
Pero eso no pareció influir en nada.
—Y no eres una Novena, así que no es seguro que vas a cumplirlo. Entonces, nos pones en peligro a todos. —Luego volvió a usar su voz suave—. Quisiera seguir viviendo un poco más para probar unas cuantas cosas que todavía no he tenido el placer de probar. Hoy estaremos a orillas del lago.
Sin decir más avanzó hacia la puerta y salió de la habitación llevándose su hipnotizador aroma y su peligrosa, pero ardiente influencia. Aunque descubrí que también se llevó un poco de mi calma, porque al no oír sus pasos, exhalé ruidosamente, acalorada, alterada y medio preocupada.
El muy astuto había intensificado las dudas que llevaban días pasando por mi cabeza.
Aunque solo me concentré en una. ¿Por qué me había pedido que no les fallara? ¿Acaso las habilidades de Poe eran tan grandes como para saber que yo quería encontrar una salida?
Y si lo sabía, ¿eso era peligroso?
Le dije a mis padres que iría a casa de Eris para que no se preocuparan si no volvía esa noche. Luego tomé el camino hacia el bosque. Esas vías siempre estaban solas, y me ponía los pelos de punta imaginar que alguien podía estar escondido entre la oscuridad detrás de algún árbol, pero con prisa y sin detenerme logré llegar a salvo.
En el mismo punto de los bordes del bosque por primera vez me esperaba solo Tatiana. Tenía las manos hundidas en los bolsillos de su gabardina oscura y llevaba un delicado gorro de lana que le cubría el cabello azul.
Caminamos juntas. El bosque estaba bastante oscuro, frío y los sonidos sibilantes eran un poco aterradores. Esa era una de las cosas que menos disfrutaba, el hecho de que los Novenos tuvieran que reunirse allí. A mí me parecía espeluznante, y todavía tenía la leve impresión de que varios ojos nos seguían a cada paso.
—Tatiana —le hablé de pronto, un poco dudosa pero dispuesta a averiguarlo—. ¿Sabes si hice algo… extraño la noche del ritual después de que bebí La Ambrosía? No recuerdo nada.
Ella se rio con diversión.
—Soy una Novena, Padme, define «extraño».
—Algo inusual, vergonzoso, malo… —Ya —me entendió a pesar de que me costaba explicarlo—.
La verdad es que no lo sé. Archie y yo fuimos a lo nuestro después de bailar. Aunque recuerdo haberte visto yendo a la mesa en donde estaba Damián. Poe también se fue, así que solo Damián debe saber qué pasó.
Ni siquiera logré ocultar mi cara de frustración. Él no iba a decírmelo.
—¿Está siendo muy difícil eso de adaptarte? —preguntó ella.
No quise decir nada. Me había tratado muy bien y había respondido a mis preguntas, pero a fin de cuentas ella era parte de la manada y llevaba siendo amiga del resto mucho más tiempo. Yo era casi una desconocida a la que habían metido de golpe y sin preguntar. Mi paranoia natural me llevó a preguntarme si a lo mejor Damián le había pedido que averiguara si odiaba demasiado aquello como para planear algo peligroso… Que sí lo estaba planeando con Eris, pero debía ser cuidadosa.
—Para mí también fue complicado —dijo, al no obtener respuesta de mi parte—. Cuando me uní, tampoco hablaba mucho con Damián o con Poe. Era todo muy raro.
—No pudo haber sido peor de lo que es para mí, esta es tu naturaleza —resoplé en una risa baja e irónica.
Aunque me escuchó, no le molestó en lo absoluto.
—Mira, solo quiero que sepas que yo te voy a entender mejor que esos tres tontos. No estás sola aquí, así que si quieres hablar sobre algunas cosas, siéntete libre de hacerlo.
Eso me dio en un punto sensible. La verdad era que, también existía otro lado de mí acostumbrado a contarle cosas a mis mejores amigas. Pero ya no podía decirle todo a Eris, y había alejado a Alicia de forma cruel. Por más duro que fuera, ya no las tenía como antes, y en el fondo extrañaba la charla de chicas.
Tal vez por esa razón lo consideré. Tatiana era la única chica de la manada. También era amigable y nada amenazadora. No se me acercaba de forma seductora como Poe ni me miraba con ojos psicóticos como Archie, ni discutía conmigo como Damián. En realidad, era la que más normal parecía.
Me pregunté si podía intentar confiar en ella… No. No debía arriesgarme.
Cambié el tema.
—¿Cuán grande es la comunidad de los Novenos?
—Todas las personas que nacen el nueve de septiembre son Novenos, sin excepción —contestó—. Eso significa que estamos en diferentes partes del mundo.
—¿Hay sitios como la cabaña en todas partes?
—Eso creo —asintió—. Solo que antes eran muy solitarios.
Asfil fue en donde se iniciaron las primeras formaciones de manadas.
—¿Todo eso son cosas que se cuentan entre Novenos? — pregunté, sorprendida por esa información tan específica, ya que había pensado que no existían datos sobre los Novenos porque en internet no aparecía nada.
—No, lo averigüé en la biblioteca —dijo, entre risas extrañas por mi duda—. No somos una raza de monstruos estúpidos que se pelean por piedras, Padme.
Quedé el doble de sorprendida.
—¿Hay una biblioteca sobre Novenos?
—Sí, en la cabaña —asintió ella con simpleza—. Cada Noveno tiene derecho a leer sobre su naturaleza. Para nosotros es muy importante conocer nuestra historia. Nos gusta saber lo que hicimos porque nos ayuda a hacer lo que todavía no.
No podía creerlo. ¡Toda una biblioteca sobre ellos!
—¿Así que puedo ir y leer un libro sobre Novenos?
—Exacto, pero no puedes llevarte ninguno porque son reliquias, algo así como material sagrado. —Tatiana le agregó una nota de seriedad—. Si alguien roba uno, lo matan. No pueden salir de la biblioteca jamás.
Anunció que ya llegábamos al lago. Lo admiré como una estúpida, porque nunca había visto esa parte de Asfil en la realidad, solo en las imágenes de los libros de la escuela. La luna llena se reflejaba en él con un ligero ondeo, y sobre el agua aparecían pequeños destellos intermitentes. Se extendía kilómetros y kilómetros hacia el horizonte, y aunque tenía final, no fui capaz de imaginarlo.
En la orilla había una pequeña fogata, y reconocí solo a dos de las tres personas que rodeaban el fuego: Archie y Poe. El otro era un muchacho desconocido.
Al acercarnos lo suficiente me di cuenta de que no estaba integrado en el grupo de manera normal. En realidad, estaba amordazado. Tenía las manos y los pies atados con cuerdas, y un grueso pañuelo alrededor de su boca le impedía hablar. Sus ojos eran dos círculos enmarcados en lágrimas y espanto.
—¡Pastelito! —exclamó Poe al verme. Cuando notó la mirada de desconcierto que le dediqué al muchacho, añadió—:
Ah, él es un amigo. No te asustes, solo nos acompañará esta noche. Vamos, siéntate con nosotros, siéntate.
Mis pasos se hicieron más lentos, por lo que Tatiana llegó primero y se sentó junto a Archie. Él dejó a un lado un cómic que estaba leyendo y se enganchó a su brazo con las cejas arqueadas de preocupación. Se aferró a ella con necesidad.
—Tardaste mucho —le dijo, y su voz sonó asustada—.
Quince minutos con treinta segundos.
—Pero no más de veinte minutos que es nuestro límite, ¿recuerdas? —le contestó ella con una sonrisa comprensiva.
—S-sí, pero creí que te había pasado algo como a… — insistió él, horrorizado.
Tatiana le puso las manos en el rostro, otra vez con esa paciencia reconfortante. Lo miró con cariño.
—Mírame, estoy perfecta —le aseguró—. Nunca me va a pasar nada como temes. Te tengo a ti para protegerme.
La expresión nerviosa de Archie se suavizó poco a poco, hasta que, al parecer, comprendió que ella estaba bien y volvió a concentrarse en su cómic.
Poe se les había quedado mirando.
—Ya pídele a un cirujano que los haga siameses y cumples tu tóxica fantasía de que no se separe ni un segundo de ti, obsesivo sofocante —le dijo a Archie con un giro de ojos.
El chico atado se removió de nuevo en su posición, y mirándome dijo algo que no sonaron más que a balbuceos debido a la mordaza.
Parecía desesperado, así que tal vez fue un pedido de ayuda.
No pude ignorarlo. Algunas partes de su ropa estaban rasgadas, ¿quizás porque había intentado defenderse de Poe?
Había perdido los zapatos, sus pies estaban sucios y sus tobillos hinchados en un nivel preocupante, tal vez rotos.
Definitivamente no podría caminar. También noté que muchas gotas de sudor le corrían por la frente, y entendí que eso se debía a que estaba más cerca del fuego que cualquiera de nosotros.
Sentí una urgente necesidad de acercarme, desatarlo y ayudarlo a huir, pero sabía que eso habría sido traicionar a la manada y ganarme una muerte segura. Era obvio que, de intentar cualquier escape, no íbamos a salir vivos los dos.
—¿Por qué él está…? —intenté preguntar, dejándome llevar por la curiosidad.
—¿Llorando? —completó Poe.
Más bien «atado y en ese estado», pero la mirada de Poe me indicó que eso no era lo importante.
Asentí.
Poe volteó a mirarlo con una sonrisa de oreja a oreja, malvada, sádica.
—Porque es un cobarde, aunque esta mañana cuando se burló de mi bufanda y me dijo «marica» no parecía serlo — explicó. Luego extendió una mano pálida y elegante y la colocó en el hombro de su víctima—. Sé que le gusta mucho burlarse de los demás, golpear a los niños que según él son «afeminados», a la gente con diferente color de piel, a todo aquel que no considere «normal», pero él ya no piensa hacer eso de nuevo porque es de muy mal gusto, ¿no es así, amigo?
El desconocido asintió con insistencia y se movió como pez fuera del agua. Sin embargo, los intentos eran en vano. Esos nudos eran expertos y fuertes, y su destino ya estaba espantosamente marcado por Poe Verne, quien por muy guapo, encantador y gracioso que se viera, tal vez era un verdugo despiadado e inhumano cuando atrapaba una presa.
—Claro que sí —comentó él entre risillas y palmadas al hombro—. Todos en tu posición se arrepienten, se vuelven buenos y valoran la vida.
De pronto, una figura alta y arrogante se hizo visible entre la oscuridad. Era Damián que venía limpiando sangre de la hoja de un cuchillo. Me pregunté si habría estado haciendo algo peor que Poe, pero al mismo tiempo no quise saber los detalles.
Se sentó frente a la fogata y guardó el cuchillo con cierta habilidad en el interior de su bota trenzada. Se echó el cabello oscuro hacia atrás con los dedos, un gesto de calor. De hecho, se veía un poco cansado y con cierta falta de aire. ¿No había dormido bien? ¿Había matado a alguien y había puesto mucho esfuerzo?
—¿Qué trajiste? —le preguntó Poe.
—¿Para qué quieres algo si ahí tienes una presa? — respondió Damián, y con un movimiento de la cabeza señaló al chico.
—Esto no es una presa. —Poe soltó un resoplido de desagrado—. Es un simple bocadillo.
—Pensé que lo llevarías a La Cacería —comentó Damián.
Poe soltó una risotada que fue disminuyendo hasta que en su esculpido rostro solo quedó una sonrisa perversa.
—Quiero una presa especial, no basura común —dijo, y luego me señaló con el dedo—. Aprende eso, pastelito. Uno no lleva cualquier cosa a La Cacería. Tu presa debe tener un significado. No la matas por matar. No la atrapas por atrapar.
Debes pensar en si merece que planees su muerte, en si hacerlo desaparecer valdrá algo.
En su lugar, Archie soltó una carcajada sonora que le añadió un toque escalofriante al momento, pero fue por algo que leyó en su cómic.
—¿Ya encontraste a tu presa, Padme? —me preguntó Tatiana.
Ni intenciones tenía de buscar, pero no diría la verdad.
—No. —Me aclaré la garganta y añadí en un tono firme—.
Debo buscar a alguien especial, como dijo Poe. ¿Y ustedes?
—Hay un idiota intentando secuestrar gente cerca de donde vivo —dijo Tatiana encogiéndose de hombros—. Lo escogí a él. Me cae bastante mal desde que lo descubrí planeando cosas. Se cree un asesino serial o algo así.
—Todavía no elijo —confesó Archie con una ligera nota de disgusto—. Pero me gustan ágiles para que den la pelea mientras los persigo.
Hasta lo imaginé persiguiendo gente con una cara de desquiciado.
Poe se recostó en el suelo con los brazos detrás de la cabeza y exhaló un jadeo. Tatiana y Archie volvieron a concentrarse en lo suyo. El silencio reinó por un momento. Bueno, si se ignoraban los gemidos de desesperación y llanto que soltaba el chico con la boca cubierta, había silencio.
Todos parecieron muy cómodos con eso hasta que Poe volvió a hablar en otro suspiro:
—Miren la luna, ¿no provoca una buena follada a esta hora?
Tatiana soltó una pequeña risa por el comentario y compartió una mirada cómplice con Archie, que hasta se ruborizó un poco.
Eso me generó ciertas preguntas. Damián era tan distante y obstinado que daba la impresión de ser enemigo de todo lo relacionado al contacto y las relaciones, mientras que Poe parecía dispuesto a estar en cualquier situación íntima, hacía chistes y demostraba sentir atracción. Incluso Tatiana y Archie eran novios, así que esa frialdad y desinterés que Damián también demostraba, no era una característica fija de los Novenos.
¿Era solo su personalidad? Según, estando ebria le había reclamado por su insensibilidad y su malhumor, ¿y si él me había dado una respuesta? Pero en verdad no recordaba nada.
Lo miré tan fijo durante mi análisis mental que noté que sus manos temblaban de forma extraña. Incluso movió un poco el cuello como si tuviera una ligera tensión.
La voz de Poe rompió el silencio.
—Bueno, ¿alguien tiene hambre? —Se levantó con mucha agilidad y entusiasmo—. Porque yo sí, y tengo ganas de hacer algo delicioso.
Cogió una mochila oscura que estaba a su lado y procedió a abrirla. De ella empezó a sacar unas cuantas cosas, pero lo que más llamó mi atención fueron los guantes negros con los que enfundó sus manos y un destornillador que sostuvo como si fuera a hacer de todo menos darle su uso correcto.
Dejó la mochila en el suelo y desde su altura contempló al chico. El pobre lloró con desespero al ver al rubio con los guantes y la herramienta. Hasta mi piel se sintió fría. De hecho, me puse muy nerviosa porque sabía lo que vendría, así que miré hacia ambos lados como quien intenta encontrar alguna vía para huir.
Aunque antes de que sucediera cualquier cosa, Poe se enderezó sobre sus pies, carraspeó la garganta y juntó las manos como se hacía para rezar. Inclinó la cabeza hacia atrás, miró el cielo y bramó en tono de oración:
—Señor, señora o persona sin sexo definido que estás allá arriba, te pido que bendigas este miserable trozo de carne que hoy llamo presa. Asegúrate de que vaya al infierno y que arda en él como es necesario. No permitas que me den gases y continúa haciendo que me tope con más seres insignificantes como él. ¡Amén!
Por detrás, Archie exclamó a todo pulmón con una sonrisa de oreja a oreja:
—¡Amén!
Poe volvió de nuevo su atención a la víctima. Su mirada se ensombreció hasta tal punto de parecer propia de un divertido maniático, y sonrió.
Junto a mí, Tatiana aplaudió, entusiasmada por lo que sucedería.
—¿Recuerdas cuando esta mañana yo iba caminando por la acera e hiciste un análisis innecesario sobre mí? —le preguntó Poe a su presa—. Dijiste cosas como: «Esos pantalones son de millonario pasivo» o «¿en qué burdel bailas?». Ahora yo quiero analizarte a ti.
El hombre balbuceó un montón de cosas que se ahogaron por el pañuelo. Poe empezó a rodearlo con pasos lentos y un tanto depredadores. Forzó una expresión de análisis con los dedos enguantados sobre los labios, el índice dando toques consecutivos.
—No me gusta ese cabello. —Deslizó la punta del destornillador por los mechones desordenados. No fue más que eso, pero provocó que el chico soltara un chillido ahogado —. Tampoco me gustan tus ojos —señaló, y le puso la punta del destornillador sobre el puente de la nariz—. Son muy grandes, como de sapo. Me molestan.
—Feos, feos —asintió Archie en su lugar. Me di cuenta de que estaba mirando la escena con una fascinación brillante y desequilibrada.
Poe contempló a la víctima por unos segundos. Después, cuando decidió que era suficiente, acercó el destornillador al ojo derecho. El muchacho se sacudió con toda su fuerza para tratar de alejarse de la punta, pero Poe solo movió el destornillador hacia atrás como si necesitara medir la distancia entre ese ojo y el lugar perfecto para tomar impulso.
Sabía que tenía toda la intención de clavárselo. A lo mejor iba a sacárselo. Tal vez iba a torturarlo de otras maneras. Lo que fuera, me aceleró el corazón a un ritmo de pánico, trajo de vuelta el recuerdo de Nicolas matando a alguien, y eso mismo a lo que tanto le temía, activó todos mis impulsos.
Quise reaccionar dando un salto para pedirle que se detuviera. Estaba segura de que Damián se iba a enfadar, de que los demás posiblemente iban a odiarme, pero no podía ver eso de nuevo.
—¡Espera!
Aunque esa pude haber sido yo, en realidad fue Archie. Le había hablado a Poe.
—¿Qué? —preguntó Verne con el ceño fruncido.
—¿Me das el ojo cuando termines? —pidió Archie.
Poe se cruzó de brazos un momento. Miró a su amigo desde arriba.
—¿Para qué lo quieres?
—Los estoy coleccionando —dijo Archie—. Y no tengo azules. Él los tiene de ese color.
Poe lo pensó un momento.
—¿Qué me das a cambio?
—¿Qué quieres? —Archie enarcó una ceja. Aunque detecté algo nuevo en ellos, como un tipo de entusiasmo propio de alguien que ha hecho ese tipo de trueques muchas veces.
Poe volvió a pensar.
—Ropa interior de Tatiana —decidió.
Dos voces se oyeron al mismo tiempo.
La de Archie diciendo con emoción:
—¡De acuerdo!
Y la de Tatiana diciendo con horror:
—¡No!
Archie la miró, agobiado.
—¿No? —le preguntó a Tatiana—. Pero es un ojo de color azul… —¡No me importa, no le darás eso! —se negó rotundamente.
Poe soltó una risilla, como si causar la diferencia de decisiones fuera divertido para él.
—¡Pide otra cosa! —le rogó Archie.
—Lo siento —suspiró Poe—. sin ropa interior no hay ojo.
Archie hundió las cejas, frustrado.
—¿Para qué la quieres de todas formas?
—La colecciono. —Poe se encogió de hombros.
Volví a mirar al tipo atado. Estaba empapado en sudor y su rostro estaba rojo de tanto llorar y chillar por cada cosa que oía sobre el trueque de su ojo.
Yo estaba ansiosa, pero de la peor forma posible, porque quería que siguieran hablando por si eso aumentaba la posibilidad de que Poe olvidara lo que quería hacer.
—Un momento —interrumpió ahora Tatiana—. ¿Solo vas a matarlo o…?
—¿Debería hacer algo delicioso luego? —Poe pensó.
¿Qué estaba oyendo?
—¿Delicioso? —pregunté, temerosa de lo que iba a escuchar.
—Poe es de los que aprovechan la presa al máximo, así que es posible que haga muchas cosas —dijo Tatiana—. Tal vez se lo comerá.
—El canibalismo también es normal en los Novenos —dijo Archie con naturalidad.
—A mí no me gusta —opinó Damián—. Sabe a basura.
Mis ojos nerviosos pasaron a él. Se me pudo haber caído la mandíbula de lo atónita que estaba por esa nueva información.
—¿Has probado carne humana? —quise saber.
—Le hice un platillo una vez —respondió Poe en su lugar—.
Con mucho amor y esfuerzo.
—Y no me gustó —zanjó Damián.
Poe se puso una mano en el pecho en un falso gesto de dolor.
Su expresión fue de sufrimiento.
—¡Cómo te gusta herir mis sentimientos, Fox!
Se rio de su propio teatro que a Damián no le hizo nada de gracia, y de inmediato volvió a lo que había dejado a medias.
—Lo siento por hacerte esperar —le dijo Poe a la víctima—.
Ahora sí tienes toda mi atención. ¿En qué estaba? Ah, sí, en estos ojos que no me gustan… Lo agarró por el cabello con una mano y le puso la punta del destornillador en el lagrimal de uno de los ojos. Se relamió los labios y luego se mordió el inferior como si le apeteciera empezar. Entonces, lo empujó con una lentitud cruel para que se introdujera poco a poco y se convirtiera en una tortura.
La víctima comenzó a sufrir bajo la satisfacción de Poe. Su grito ascendió de volumen a medida que el destornillador era empujado, y sus sacudidas se intensificaron. Pero era demasiado tarde, ya no había oportunidad de salvarse. Un grueso hilo de sangre salió para maquillar su pálido rostro, como en una película de terror.
A mí se me fue el color de la piel. La temperatura descendió a tal grado que me hizo entender que, si veía a Poe matarlo, me quedaría paralizada para siempre.
—Verne —lo llamó Damián de forma inesperada.
Poe giró la cabeza al mismo tiempo que Archie soltó con molestia por la interrupción:
—¡¿Ahora qué?!
Ambos miraron a Damián, a la espera de una explicación por haber detenido lo que ellos deseaban que ya sucediera. Pero Poe y Damián se observaron por un momento, y quizás se entendieron entre ellos porque de pronto los ojos felinos de Poe se deslizaron hacia mí. Una sonrisita condescendiente ensanchó sus labios.
Devolvió la atención a su víctima y le sacó el destornillador del ojo. Casi se le salió de los párpados y casi me dio una arcada. El agujero se veía grotesco y la sangre fluía.
—Bueno, nuestra amiga Padme todavía no tiene el estómago preparado para ver esto —le dijo con un tono divertido al hombre—. Y como somos caballeros, y los caballeros respetan a las damas, no la perturbaremos esta noche.
A Archie no le cayó bien eso.
—Agh, Padme, ¿es en serio? —hizo un berrinche—. Quería ver.
—Deja de ser don Quejón y pon el ambiente que sí tendrás algo para oír —le ordenó Poe—. Y tal vez te daré el ojo ese que quieres.
Eso cambió su ánimo de una forma brusca a uno entusiasmado. En verdad era perturbador cómo Archie pasaba de una emoción a otra. Así que se apresuró a buscar en la misma mochila de la que Poe había sacado sus herramientas y sacó un par de pequeños altavoces. Los conectó a su móvil y entonces una canción se reprodujo a través de ellos. Era Thriller de Michael Jackson.
Al mismo tiempo, Poe rodeó a su víctima y de mala gana lo cogió por el cuello de la camisa. Luego empezó a arrastrarlo en dirección a la espesura de los árboles. Mientras se lo llevaba, el muchacho se retorció en intentos desesperados que tampoco pudieron liberarlo de las cuerdas. En unos segundos, la oscuridad y un par de árboles los ocultaron.
Pensé que gracias a la música no escucharía nada, pero en realidad todo se mezcló y fue aún más horrible.
Por un lado, la música sumada a la voz de Poe diciendo:
—La verdad es que nunca me ha gustado eso de criticar a la gente, ¿qué tal si mejor jugamos a las adivinanzas? Ahora lo ves y ahora no lo ves. ¿Qué será? —Después se respondió él mismo entre carcajadas desquiciadas—: ¡Lo ciego que vas a quedar!
Por otro lado, Archie diciéndole a Tatiana con emoción:
—¡Mira cómo hago la coreografía!
Y empezó a bailar mientras reía.
Yo miraba en todas direcciones. No veía a Poe ni a su víctima. Lo único que captaba era la oscuridad espesa rodeando los árboles, pero no estaban muy lejos y el chico estaba sufriendo. ¿Poe le estaba enterrando el destornillador en la cara? Su risa era tan clara como la canción, como las risas de Archie, que se movía junto a la fogata en cada paso de la coreografía, como Tatiana aplaudiendo, como algo parecido a un chillido que provino de alguna parte.
Mi cuerpo estaba tenso, frío, nervioso. Me esforcé en pensar otras cosas para ignorarlo todo, y solo me di cuenta de que había cerrado los ojos con fuerza cuando escuché una nueva voz:
—Parece que no fue solo idea nuestra reunirnos por aquí.
Para cuando volteé, Nicolas estaba detrás de mí. Lo vi como el monstruo que aparece en una pesadilla, aunque eso no fue lo peor. Por primera vez lo acompañaban dos tipos más, y descubrí que uno de ellos era nada más y nada menos que el mismo que había visto sobre el cuerpo de Beatrice aquella noche de la fiesta.
Era su asesino. Lo reconocía por el inconfundible cabello teñido de violeta oscuro y el corte militar. De frente, sus rasgos eran duros. Un chico malo en todo su esplendor. Un chico de esos con motocicletas, cigarrillos, ideas rudas y un horrible y sangriento secreto.
Archie de repente bajó volumen a la música. Todos nos miramos.
—Siempre venimos aquí —dijo Tatiana, ahora seria.
Nicolas esbozó una sonrisa ladina e impecable. Ese aire imponente me dejó muy claro que era el cabecilla de su manada.
—¿En qué andas, Nicolas? —le preguntó Damián. Sonó tranquilo, pero tenía la mirada fija en él y no con mucho agrado.
—Estábamos en cazas de práctica —respondió—. Vimos la fogata y vinimos a echar un ojo.
—¿Por si éramos presas? —replicó Damián con esa antipatía directa y afilada—. Ya te das cuenta de que no.
—Todavía hay turistas que tienen el valor de venir a acampar —dijo uno de sus acompañantes, simple.
La mirada de Nicolas se detuvo en mí. Los temibles ojos azules se entornaron un poco. La sonrisa apareció de nuevo, cálida y serena.
—Padme, ¿te gusta practicar o eres de esas que prefieren la improvisación? —me preguntó, amigable—. Porque nosotros tenemos planeadas unas cuantas cacerías menores esta semana, y si no tienes nada que hacer podrías venir.
—¿Nos quieres robar un miembro, Nicolas? —preguntó Damián con una serenidad impecable pero peligrosa.
—En lo absoluto —soltó una risa—. Es una simple invitación que ella puede aceptar o rechazar. Tampoco hay una regla que lo impida, ¿no?
—Estos días hablas mucho de reglas —comentó Damián.
—Soy un buen chico. —Nicolas se encogió de hombros en un falso gesto de inocencia—. Solo me gusta cumplirlas.
Damián no dijo nada más. Traté de no parecer asustada cuando las miradas de la manada de Nicolas estaban fijas en mí, atentos a mi respuesta. Por nuestro lado, todos permanecían atentos como si fuera necesario estar alerta. ¿Por si las cosas se ponían feas?
Nicolas emitió una pequeña risa.
—¿Por qué cada vez que la veo está pálida y nerviosa? — preguntó ante mi falta de respuesta.
Damián se levantó. La forma en la que se acercó a Nicolas, sin prisa, pero con decisión, me tensó. Al detenerse frente a él, no hizo ningún gesto, solo lo miró, serio o medio aburrido.
Luego paseó la vista por los Novenos que estaban detrás.
—¿Por qué cada vez que veo a tu manada percibo un desagradable olor a orina? —rebatió Damián, usando su misma fórmula, pero sin reírse—. Ah, es que uno de ustedes la bebe como si fuera agua, ¿no? O eso decían por ahí.
Honestamente, sentí que se entrarían a golpes. Pero Nicolas solo esbozó una sonrisa pequeña.
—Cualquiera que no entienda tu humor creería que estás intentando pelear con nosotros —le dijo.
—Sí, mi humor —repitió Damián. La comisura derecha de sus labios se elevó unos milímetros.
Aunque solo lo recordé diciéndome que él no lo tenía.
Nicolas volvió a mirarme por encima de Damián. Lo ignoró por completo.
—¿Padme? —me habló de nuevo—. Me encantaría pasar un rato contigo. Podría ser ahora.
Debía responderle, solo que los gritos de la víctima de Poe aún estaban de fondo, y el hecho de que Nicolas había dicho que siempre me encontraba pálida y asustada, me había asustado aún más. Se había sentido como una pista de que sabía que no pertenecía a ellos, y hasta el ambiente había adquirido un aire de contrarreloj, como si solo fuera cuestión de segundos o de algún error de mi parte para que todos se atacaran entre todos.
Mi mente quedó en blanco. La realidad ante mí se puso un poco borrosa. Los gritos y la risa eran más fuertes.
Quizás decir «tal vez otro día» podía funcionar, pero ¿cómo lo pronunciaba?
Estaba respirando por la boca… —Hoy no —salió Damián al rescate, muy serio—. Ya nosotros tenemos algo que hacer. —Luego se dirigió a mí—:
Ahora.
Entonces, se alejó de la fogata en dirección hacia el lago en un claro: «Sígueme». Era mentira, no había ningún plan, pero logré entender que debía seguirle la corriente, por lo que solo me levanté, aún con la mirada de las manadas sobre mí y fui tras Damián.
Di cada paso como si estuviera flotando fuera de mi espacio personal, pero ya cuando estuvimos un poco lejos, giré la cabeza y vi a Nicolas retirándose con su manada. Los tres se perdieron entre la oscuridad del bosque.
—¿A dónde vamos? —pregunté de manera automática.
Damián iba por delante de mí—. Si es a la cabaña no creo que justo ahora pueda… —No vamos a la cabaña —dejó en claro—. Tu miedo es demasiado obvio, está llegando a límites riesgosos.
—Intenté decir algo, pero me bloqueo cuando Nicolas aparece —confesé sin muchos ánimos—. ¿Por qué ambos se detestan?
—Detesto a todo el mundo —respondió, sin ganas de explicar nada.
—¿Crees que está tan interesado en mí porque sabe la verdad?
Eso sonó a una gran preocupación, pero Damián negó con la cabeza.
—Creo que si lo supiera ya lo hubiera dicho. Solo sospecha algo. Mantente alejada de él.
—Se acerca a mí cada vez que puede.
Se detuvo para mirarme, severo.
—Aléjalo —pronunció como una orden definitiva.
—Pero… —Ser una Novena es aprender a defenderte tú misma de todo. Los miedos solo van a ponerte en peligro. —Y luego lanzó una pregunta inesperada—: ¿Tú lloras, Padme?
Me le quedé mirando en busca de algún detalle que me permitiera entender si eso había sido una burla o algo parecido, pero descubrí que era una pregunta seria. Y me tomó desprevenida y me turbó porque sí había una respuesta, y también una razón. Una razón que consideraba horrible.
¿Cómo le decía que mis padres me habían metido en la cabeza que llorar también era un error? Que muchas veces me habían repetido que las personas normales buscaban soluciones en lugar de echarse a llorar. Que tenía que contener esa debilidad y mostrarme en equilibrio, así que la idea de que me descubrieran llorando o teniendo algún tipo de crisis emocional, me había hecho obligarme a evitarlo.
—Yo… no —titubeé, y carraspeé la garganta para decir el resto—: No he llorado en mucho tiempo.
Pensé que lo encontraría estúpido, que creería que estaba mintiendo.
—Según sé, los humanos liberan el estrés llorando —dijo, un poco extrañado—. ¿Qué haces para liberar tu estrés?
También, ¿cómo le decía que mi única técnica era contenerlo?
—Nada. —Tragué saliva.
Se hizo silencio un momento, como si fuera una revelación importante. Que lo era, porque yo nunca hablaba de eso con nadie. Pero otra vez sentí la cabeza embotada, y el lago, que estaba cerca, en un parpadeo pareció rojo ante mi perspectiva, pero en otro volvió a ser pacífico y claro.
Sin agregar nada, Damián siguió caminando hasta que llegamos a una montaña de rocas que provenían de la espesura del bosque y se atravesaban en mitad de la orilla, perdiéndose hacia el lago. Conocedor experto del camino, me guio por una larga grieta que había entre las piedras, por la que un cuerpo podía atravesar con facilidad. Pronto entendí que íbamos hacia la cueva de la manada, esa por la que habían peleado para calmar a Archie.
Cuando entramos, estaba igual que la última vez, apenas iluminada por un par de lámparas. Aún olía muy raro. No me gustaba nada estar ahí.
Damián fue hasta el estante en el que tenían un montón de cosas, luego volvió con un pañuelo negro y me lo entregó.
—Cúbrete los ojos —me ordenó.
Alterné la mirada entre el pañuelo en mi mano y él.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Para qué?
—Vamos a jugar un juego.
—¿Qué clase de juego? —desconfié.
Damián afincó sus oscuros e intimidantes ojos en mí. Hizo las preguntas para que yo las respondiera como una buena aprendiz:
—Somos una manada, ¿no?
—Sí.
—No nos dañamos, ¿no?
—No.
—Entonces no preguntes y confía.
Un poco difícil considerando que yo no era la Novena que podía atacar con una jugada imprevista, pero tras quedarme mirando el pañuelo decidí hacerlo. Lo até alrededor de mi cabeza, cubrí mis ojos y me quedé ahí parada, quieta. A oscuras, mi oído empezó a captar con mayor necesidad cualquier sonido a mi alrededor.
Primero escuché sus pasos moviéndose por la cueva y después el ruido de algo pesado arrastrándose. Lo que fuera que había agarrado, lo dejó caer cerca de mí, tal vez justo en frente, porque el sonido fue seco contra el suelo de piedra.
Después volvió a dar algunos pasos y arrastró lo que sonó como una silla de madera.
El siguiente sonido tardó unos segundos en llegar.
Y fue muy claro: cadenas.
Unas cadenas gruesas y pesadas se desplegaron de alguna parte. Me puso más nerviosa, ¿para qué las necesitaba? Quise quitarme el pañuelo y retroceder, porque una parte de mí aún estaba a la defensiva, pero antes, escuché sus pasos acercándose. Acercándose mucho.
Mis piernas se pusieron rígidas. No podía verlo, pero sentí que se detuvo delante de mí. Percibí cierto calor, el de un cuerpo alrededor de mi espacio personal.
—¿Qué hac…?
—No hables —me interrumpió, y su voz se oyó muy cerca —. Me vas a escuchar y cuando te pida algo, lo harás.
—Si no me gusta lo que me vas a pedir, no. —Fruncí el ceño.
—Tal vez esta es la razón por la que no nos llevamos bien — se quejó—. Haces todo difícil.
—No nos llevamos bien porque eres grosero y odioso —me quejé también—. E igual tú no te llevas bien con nadie.
—Escúchame, Padme, y necesitas esto por tu seguridad y la de la manada —dijo con decisión—. Y tengo la sensación de que esto sí te gustará.
Sentí algo extraño al oír eso último. Algo que no debía. Me asusté un poco, porque fue esa misma punzada de intriga, esa cosquillosa curiosidad que me había llevado a obsesionarme con él por años. Ese: «Quiero saber más», peligroso pero emocionante que, si despertaba en mí, también despertaba mis impulsos. También lo había experimentado en El Beso de Sangre, y luego con La Ambrosía. Estaba demasiado presente desde que había descubierto el secreto, al igual que los recuerdos:
«—¿Esto es lo que en verdad eres, Padme? ¿Esto es lo que quieres ser? No, así que vamos a corregirlo y si alguna vez vuelves a sentirlo, tú misma sabrás cómo arreglarlo».
Tenía que contenerlo más. Tenía que reprimir ese lado. Eso era lo que había aprendido.
—Sostén esto —me pidió él.
Extendí la mano para tomar lo que me ofrecería. Lo puso sobre mi palma. Una empuñadura. Estaba fría. ¿Era un cuchillo?
—¿Para qué…?
—Que no hables —repitió, esa vez algo irritado—. Haces tanto ruido siempre… Una parte de mí quiso protestar, pero otra me impulsó a solo apretar los labios.
Escuché sus pasos rodeándome. Agudicé el oído. Se detuvo detrás de mí.
—Le tienes miedo a muchas cosas, pero justo ahora tu mayor miedo es Nicolas, ¿no es así? —me preguntó. Su voz medio apática pero profunda era el único sonido en la cueva ahora. Mi respiración calmada, expectante.
Asentí con la cabeza.
—Porque sientes que te hará daño —siguió él—. Sientes que te hará lo mismo que viste en el bosque.
Volví a asentir con la cabeza.
—Sientes que te persigue, que te mira desde cualquier parte porque sabe tu secreto.
Asentí.
—Imagina que él está justo frente a ti en este momento —me ordenó—. Imagínalo como lo viste hace un momento alrededor de la fogata.
Lo proyecté en mi mente de la forma más realista que pude.
Nicolas, alto, con su cabello peinado hacia atrás y su gabardina violeta. Su expresión serena, como quien no mataba ni una mosca. Esos ojos azules, pero intimidantes. La imagen que se formó fue la misma del bosque y me erizó la piel de una forma incómoda, parecida al miedo. Me empezó a acelerar los latidos. Incluso quise dar un paso atrás.
Pero Damián habló de nuevo, aún detrás de mí, como si mis pensamientos se reflejaran en mi piel:
—Esa es la forma en la que Padme, la chica normal, reaccionaría. Con miedo, con dudas. Las palabras se irían de su mente, no sería capaz de defenderse, y se delataría.
Entonces, Nicolas se daría cuenta y todo lo que Padme temió, se haría realidad. Sería torturada de formas horribles y luego, asesinada.
Tal vez fue la forma lenta y cargada de suspenso con la que narró eso, pero las escenas se tejieron en mi mente con mucha facilidad y con una realidad poderosa. ¿O quizás porque esos eran mis más grandes temores? Era tan cierto, le temía más a Nicolas que al mismo Damián o a Poe o a Archie, aun sabiendo que ellos también eran asesinos. Ni siquiera entendía por qué, pero tenía la certeza de que deseaba lastimarme.
Mis labios se entreabrieron porque mi respiración se vio afectada. Noté que sostenía el cuchillo con mano temblorosa.
—Pero eso no va a pasar —continuó Damián— porque esa ya no eres tú y no es así como vas a reaccionar. Ahora eres una Novena, y una Novena es capaz de deshacerse de cualquier miedo y estorbo en cualquier momento. Es lo que vas a hacer.
En este instante, estás parada frente a Nicolas y eres Padme Gray, así que actuarás como ella lo haría.
«¿Y cómo lo haría?», me pregunté a mí misma.
Iba a enseñármelo. El contacto de la mano de Damián en el dorso de mi mano, me sobresaltó, pero al mismo tiempo me impidió alejarme. Sentí las yemas un tanto ásperas deslizarse sobre mis nudillos y luego envolver mis dedos. Un apretón firme que aplastó el temblor del miedo. Y luego, las puntas de sus zapatos chocaron con la parte trasera de los míos, porque se acercó a mí lo suficiente para que su boca quedara a centímetros de mi oreja.
Solo su aliento rozó mi piel mientras dio las instrucciones:
—Padme Gray alzaría la cara con seguridad y miraría a Nicolas a los ojos.
Me imaginé haciendo exactamente eso.
—No importaría la diferencia de estatura, ni la diferencia de fuerza, ni la diferencia de experiencia.
También imaginé que no temblaba ni temía.
—Ella daría un paso adelante… Di un paso automático con él aún sosteniéndome.
—Y él ni siquiera notaría lo peligroso que es eso, porque estaría muy ocupado mirando lo intimidante que Padme se ve.
En mi mente, los ojos de Nicolas fijos en mí.
—Así que, teniéndolo hipnotizado, ella deslizaría su cuchillo fuera de su escondite… Su mano guio la mía hacia adelante en un movimiento lento.
—Pensaría en lo que él quiere hacerle, en que es capaz de lastimar a su familia, en que intenta atraparla… Puso el suspenso de una forma que hasta sentí que Nicolas quería avanzar hacia mí para matarme.
—Y luego… lo clavaría en su pecho.
El impulso fue tanto suyo como mío, y aunque yo creí que no habría nada que el cuchillo en mi mano pudiera penetrar porque solo estaba usando mi imaginación, sí lo hubo. La filosa hoja se clavó en algo, lo rasgó y el sonido fue el del cuero rompiéndose.
Me asusté.
Se sintió bien.
Volví a asustarme.
¿Debía quitarme el pañuelo?
Damián seguía sosteniendo mi mano como guía. En mi mente, Nicolas seguía ahí parado, y yo viendo todo como en un videojuego en primera persona. Él con el cuchillo en el pecho y su expresión de calma al fin desecha y sustituida por una de shock, dolor y horror.
Me llené de un nerviosismo impulsivo. Tenía la respiración agitada y mis latidos resonando en mis oídos.
Damián lo susurró contra mi oído:
—Porque Padme no se detendría hasta asegurarse de que él ya no sea un peligro.
De nuevo, impulsó mi mano para lanzar un segundo cuchillazo. Luego otro y luego otro más. Fue tan fuerte, que penetró aquel objeto con una facilidad mortal. Y aunque podía parecer que él me estaba obligando a hacerlo, me di cuenta de que yo también estaba acuchillando al Nicolas imaginario. Sin parar, sin preguntar, solo descargando todo aquel miedo, aquella rabia, aquella frustración que, desde el día ese en el bosque, al descubrir el secreto, había estado reprimiendo.
No, desde mucho antes. Desde aquel día.
Las imágenes del recuerdo pasaron por mi cabeza, más definidas:
—Mamá, ¿quiénes son esas personas?
—Vienen por ti.
—¿Para ir a dónde? No hagas esto.
—¿Por qué te escapaste? ¿Esto es lo que en verdad eres, Padme? ¿Esto es lo que quieres ser? No, así que vamos a corregirlo y si alguna vez vuelves a sentirlo, tú misma sabrás cómo impedirlo.
Mi miedo. Mi cuerpo frío. Mi inocencia. Mis lágrimas. La última vez que había llorado.
—¿Por cuánto tiempo?
Todo el que sea necesario para arreglarte.
De alguna forma me solté del agarre de Damián. Ciega y sumida en esa realidad creada por mi mente, yo misma ataqué el objeto con el cuchillo. No conté cuantas veces. No medí la fuerza. Solo sé que enterré y saqué la filosa hoja, y con cada cuchillazo arremetí contra cada recuerdo, llena de rabia, de impotencia, de dolor y de culpa. Ataqué ese momento. Ataqué la voz de mi madre sin una nota de piedad a pesar de que supliqué que no dejara que me llevaran, a mi padre sin hacer nada, a la manera en la que después de eso había tenido que moldearme por completo a mí misma para ser una marioneta.
Incluso una parte de mí quiso… Una parte de mí siempre había querido explotar… Cuando por fin me detuve, mi brazo cayó lánguido y el cuchillo al suelo. Respiraba por la boca y se escuchaba, y también me temblaban los dedos y todo el cuerpo, tanto por la descarga como por la presión contra la empuñadura. Sudaba.
Mi visión incluso estaba un poco borrosa y mis sentidos algo desestabilizados, como si fuera a desmayarme.
—Quítate el pañuelo —escuché a Damián ordenarme.
Lo hice, débil. Mis ojos tardaron un momento en detallar la escena. Frente a mí colgaba un saco de boxeo. Pendía de unas gruesas cadenas. Estaba rasgado por todas partes y el relleno caía al piso. No era Nicolas. No era nadie.
Miré a Damián. Estaba ahí parado, serio, a la espera. El cabello negro y los ojos se mezclaban con la débil y siniestra luz de las lámparas de gas. Aun así, tenía una nueva expresión de fascinación, de cuando tienes ante ti algo que acabas de descubrir que te gusta. ¿Era la primera vez que expresaba gusto por algo? En ese caso, combinado con la oscuridad que su rostro siempre transmitía, el resultado era desquiciadamente atractivo.
—Así es como se siente —me dijo, lento, hipnotizado—. Sin miedos. Sin límites. ¿Te gusta?
Esperó mi respuesta mientras me miraba fijo. Volví a ver el saco de boxeo acuchillado. Lo había hecho yo. Sin pensar. O, mejor dicho, pensando en todo lo que en el fondo quería destrozar. Esos recuerdos que seguían atormentándome, las reglas que tenía que seguir. Si tan solo hubiera podido acabar con ellos de esa forma, con un cuchillo mental, era tan capaz de dejarlos como el saco estaba ahora.
Porque en realidad… Sentía que… Mi teléfono vibró con insistencia en mi bolsillo y fue como un tirón a la realidad. Al instante reconocí que era Eris, porque solo ella me insistía de esa manera si era algo importante. Pero ¿cómo es que había cobertura? Si cada vez que entraba al bosque la perdía. Qué extraño… Aunque debía responderle a Damián, lo saqué de mi bolsillo y miré el chat. Había un montón de mensajes de horas atrás con la palabra «urgente», y el más importante:
Sé en dónde está el artículo. Ven a mi casa ya mismo.
—Debo irme —le dije a Damián, y mi voz sonó temblorosa.
—No hemos terminado —se opuso.
—No me importa —solté, alterada—. No quiero estar aquí.
Quiero ir a casa.
Tal vez le molestó, no estuve segura. Ni siquiera esperé que me respondiera, solo avancé rumbo a la salida de la cueva.
Lo único que escuché antes de alejarme, fue su voz diciendo:
—No somos tan diferentes, Padme, y no lo ves porque solo te gusta mucho tu propio mundo en el que crees que existe la bondad y la justicia. Te gusta ese mundo que no existe, y mientras no te atrevas a salir de él, tú puedes ser el mismísimo cielo si quieres, pero yo seguiré siendo el infierno y siempre estaremos en guerra.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora