7- Pero hay un par de condiciones...

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De alguna parte de su ropa, el asesino sacó un cuchillo.
Estaba tirando tan fuerte de mi pie que ya tenía la angustiosa sensación de que se me desprendería. Cada intento fallaba, pero traté de zafarme por más que doliera. Incluso pensé que, si tenía que dejar el pie atrás, no sería tan horrible. Al mismo tiempo, la silueta comenzó a aproximarse. Parecía cada vez más alta y poderosa, más capaz de rebanarme con ese cuchillo en un microsegundo.
No había salida. O quizás sí… En cuanto el tipo se agachó a centímetros de mí y la débil iluminación de la luna me permitió ver mejor su rostro, noté que no era Nicolas.
Nicolas tenía el cabello oscuro y la piel de un tono cálido.
Este que estaba frente a mí tenía características muy diferentes. Su cabello era rubio dorado, desordenado en ondas suaves y naturales. Los rasgos faciales se delineaban finos, elegantes y armoniosos; pero el protagonismo se lo llevaba su mirada felina de un gris casi transparente. Debajo se avistaban unas tenues ojeras, y la piel era tan clara que resaltaban algunas venitas rojas en ellas.
Además, su boca estaba extendida en una expresiva y retorcida sonrisa burlona.
Me miró fijamente, y por alguna razón no pude hacer más que lo mismo. Quedé hipnotizada con cada detalle de su cara.
No dijimos nada durante un instante. No supe si debía. Quien anduviera por aquel bosque a esas horas con un cuchillo en la mano debía de ser un Noveno, pero ¿qué clase de Noveno era ese y por qué no me hacía sentir del todo en peligro? Todo lo contrario, contra mi propia personalidad experimenté una sensación de intriga, como que de repente quería saber más sobre él… Todavía agachado avanzó con cuidado y se inclinó con lentitud hasta detenerse a centímetros de mi rostro. Me llegó una especie de aroma que anuló el desagradable olor de la sangre. Sabía que provenía de él, pero no podía identificarlo.
Olía a… olía a… —Es un perfume bastante caro —murmuró.
Su voz era suave, pero con una nota distinguida, como si hubiera hablado todos los idiomas del mundo, como si le divirtiera la vida, como si supiera cosas escandalosas y guardara secretos que nunca deben contarse… —Y el tuyo es… —continuó e hizo un gesto muy leve con la nariz—. ¿Virginidad Nº5?
La risilla que soltó después de esa pregunta fue extraña, pero divertida. De hecho, tenía un parecido al Sombrerero Loco de Alicia en el País de las Maravillas con esa actitud, pero más perturbador, claro.
—¿Me estás oliendo? —pregunté, estupefacta.
—No… o sí… —Volvió a soltar la risilla, burlona.
—¡Basta! —Traté de impedirlo.
Pero tan rápido como había aparecido, la misma sonrisa se esfumó. Sus labios quedaron entreabiertos, y él permaneció entre serio, embelesado y curioso. Fue un gesto un tanto maniático. Acercó su rostro al mío unos centímetros más. Yo traté de retroceder, pero mi pie seguía atascado y no había mucho espacio para moverme.
—Es que tienes un poco de… —Elevó la mano con la que sostenía el cuchillo y con el dedo índice señaló alguna parte de mi cara.
Solo miré la filosa hoja. Tragué saliva.
—¿De qué?
—De sangre de hace cientos de años —dijo, con simpleza—.
Te la quitaré.
Cogió mi rostro con la misma mano que sostenía el cuchillo.
Quise apartarme, pero en realidad no fue brusco. El contacto fue cuidadoso y casi cariñoso, como si sus manos supieran con exactitud cómo tocar a otra persona. O… eso fue lo que pasó por mi mente.
Apenas me di cuenta de que su intención era pasar la lengua por mi cara, reaccioné.
—¡No me toques! —chillé.
Le propiné una bofetada. Logré detenerlo, pero aquello solo lo hizo emitir otra risilla.
—Ya déjala, Poe —intervino Damián—. Pensé que habías dejado de hacer eso de oler a la gente sin razón.
Intenté buscarlo con la mirada, pero el tipo sostenía mi barbilla, así que solo lograba ver su sonrisa burlona.
—Así que es ella —dijo el tal Poe, estudiando cada centímetro de mi expresión—. Es algo guapa, aunque no demasiado. Igual me gusta. Parece… un pastelito. ¿Te molestaría que te llamara así? ¿No? Muy bien, porque lo haré.
—No me llamarás así. —Volví a darle otro manotazo, esa vez en el brazo. Poe rio entre dientes y soltó mi rostro.
—¿Qué pasará si lo hago? —susurró, y añadió un tono juguetón, pero retador a sus palabras—. ¿Me seguirás golpeando? Porque ese no sería precisamente un castigo para mí.
Me guiñó un ojo. Luego se inclinó todavía más hacia mi rostro hasta que las puntas de nuestras narices se separaron por milímetros. Escuché su respiración, serena, y vi con detalle la curva retorcida de su boca. De nuevo, de forma extraña y contra mis propios pensamientos, me pregunté qué pasaría si se acercaba más.
Pero sin apartar su mirada de la mía, solo utilizó el cuchillo para cortar algunas de las raíces que habían atrapado mi pie.
En el instante que me sentí liberada, me levanté rápido. Quise alejarme por instinto, pero Damián se atravesó en mi camino.
—¿Por qué reaccionas así a todo? —se quejó—. No puedes huir a cada cosa que sucede. Desgraciadamente, necesitamos hablar sobre un par de cosas.
—Un tipo aparece de la nada, casi me lame y resulta que también lo conoces —señalé, molesta—. ¡Es obvio que mi primer impulso será irme!
Damián miró a Poe con reproche.
—Mantén tu lengua en tu boca —le advirtió.
—Solo quería ayudarla —dijo Poe al alzar los hombros con divertida inocencia.
Me pareció todo muy absurdo.
—¡¿Quién es él?! —exigí saber de una vez—. ¿Qué está pasando?
El rubio guardó el cuchillo en alguna parte de su ropa y se acercó.
—Pero ¡qué modales los míos! —exclamó, sonriente—. Ni siquiera me he presentado, así que permíteme hacerlo. Como ha dicho Damián, me llamo Poe Verne, y soy el miembro más viejo de esta manada.
Un momento… El nombre llegó a mis recuerdos. Poe… Entonces, ¿ese era el anciano barbudo que había imaginado cuando Damián lo mencionó? Pues no tenía nada de anciano ni de barbudo. Todo lo contrario, lucía como un veinteañero que te podías encontrar por las calles de Europa. El cabello despeinado, la altura esbelta y arrogante, el buen olor… —Lo sé, no te lo crees —dijo Poe al notar que me le había quedado mirando—. Pero es tan cierto como que te parezco atractivo.
—No me pareces… —intenté reprochar, pero decidí no darle largas al tema y me volví hacia Damián—. De acuerdo, gracias por la presentación. Ahora, ¿de qué tenemos que hablar?
Damián miró los alrededores con desconfianza.
—Primero debemos movernos —dijo—. No es seguro.
—Oh, ¿cómo dices eso de mi sitio favorito para meditar? — reprochó Poe, juguetón.
Para meditar sobre cómo matar a alguien del susto, sí.
Los tres nos alejamos de la zona del viejo roble. En cierto punto no pude evitar mirar hacia atrás, y por un instante me pareció que había más figuras sobre las ramas, mirando, acechando, escuchando. Incluso creí avistar algunas sombras entre el árbol, riendo de forma tan perversa como Poe.
Ese sitio era escalofriante.
A medida que avanzamos el terreno cambió. El suelo se hizo más duro, los olores menos desagradables y el frío incluso ya no era tan inquietante. Por delante de mí, Poe y Damián caminaban con total tranquilidad a pesar de la oscuridad. A ratos, Poe echaba un vistazo hacia atrás y me enfocaba con esa sonrisa retorcida y sus ojos entornados como si yo fuera un buen chisme; luego se inclinaba un poco para decirle algo a Damián.
Cada vez que me veía me sentía rara, pero aún no podía definir exactamente por qué.
Caminamos durante varios minutos hasta que un enorme peñasco nos impidió continuar. Damián y Poe avanzaron por entre las rocas y se agacharon un poco para poder atravesar un agujero. Hice lo mismo. Las piedras creaban un pasillo estrecho y claustrofóbico que terminó ensanchándose hasta convertirse en un espacio amplio. Olía a humedad y a algo feo, como podrido.
Me detuve, desconfiada, pero Damián encendió una lámpara de gas y todo se iluminó.
—¿Qué es este lugar? —pregunté.
Poe se adelantó a responder, paseándose con aire divertido:
—Te presento a «la cueva que tenemos por razones absurdas».
—¿Razones absurdas? —repetí.
—Era de otra manada —explicó Poe— pero Archie se despertó un día con una crisis diciendo que la necesitaba. No había manera de calmarlo, así que peleamos por ella.
—Matamos por ella —corrigió Damián.
Poe suspiró, nostálgico.
—Ah, qué día. —Después frunció el ceño—. Tenemos a Archie demasiado consentido. —Y después lo relajó—.
Bueno, es que es el menor de la manada, ya sabes, uno tiene sus debilidades.
—Tenemos la misma edad —aclaró Damián, con extrañeza.
—Bueno, pero se ve más pequeño —resopló Poe.
Pestañeé.
Habían matado por una cueva. Okey.
Miré mejor el lugar. En una esquina había un estante que tenía algunos cuchillos, frascos y otras cosas que no alcancé a distinguir. Al fondo había algunos pufs viejos, una mesa de madera gastada y sobre ella un animal muerto, algo como un conejo. Tenía el abdomen abierto de par en par, las vísceras fuera y el pelaje empapado de sangre. Al cadáver de la criatura le faltaban los ojos y mostraba dos cuencas negras y aterradoras.
—¿Y qué hay de la cabaña? —pregunté, desconcertada—.
¿No es esa la guarida de los Novenos?
Poe negó con la cabeza. Se giró hacia mí con una elegancia natural.
—La cabaña es el punto de encuentro legal —aclaró—. En esta guarida se habla de todo lo que no podemos hablar allá.
Es un punto seguro.
Damián avanzó hacia la mesa en donde yacía el animal, tomó un cuchillo de empuñadura negra y comenzó a moverlo entre sus dedos, jugueteando.
—Me dijiste que no sabes muy bien cuáles son las reglas a seguir y qué no debes hacer para que no te descubran, así que te lo vamos a explicar mejor. Escucharás con atención, ¿no?
Fue inevitable no seguir cada movimiento del cuchillo en su mano.
—Sí —asentí.
—Tu vida como la conoces acaba de terminar —dijo, y enseguida enumeró cada cosa—. No fiestas, no relacionarte amistosamente con otras personas que no sean Novenos, no ser el centro de atención y en definitiva nada de vestirte con esa ropa ridícula llena de colores que siempre usas. —Me echó un vistazo de reojo—. Justo como eso que traes puesto.
Cuando miré mi ropa me di cuenta de que había salido de casa con unos shorts de color azul cielo y una sudadera rosada con un estampado en el centro. Entendí por qué Cristian me había visto tan raro. De seguro pensó que estaba loca.
—¡Pero si le queda exquisito! —opinó Poe. Sus perfectos dientes relucieron bajo la amplia y lasciva sonrisa—. A mí me encanta. En privado puedes usar ese pijama, pastelito, por mí no hay problema.
Yo me había quedado en un punto de lo mencionado.
—¿No debo relacionarme con otros que no sean ustedes? — inquirí e ignoré las palabras de Poe—. Seguiré hablando con mis amigas, ¿no? A los demás sí puedo ignorarlos, pero a ellas no.
Damián miró el cadáver del animal. Tocó algún punto que le dejó una mancha de sangre sobre la yema y luego la frotó con el pulgar como si le gustara la sensación, aunque su expresión no demostró más que seriedad.
—Con Alicia es riesgoso —explicó—. Eris tiene un perfil más bajo, pero debes limitarte a tener conversaciones ocasionales con ellas.
¿Conversaciones ocasionales? ¿Con las chicas con las que solía ir de un lado a otro casi a brazo enganchado? Abrí la boca para protestar, pero ¿protestar qué? No me gustaba la idea, me dolía mucho tener que separarnos, pero si iba a entrar en el peligroso mundo de los Novenos, tal vez era mejor que ellas estuvieran lejos de mí. No quería perjudicarlas.
—Pastelito… —ronroneó Poe con cierta condescendencia como si supiera que me afectaba la idea—. Tendrás amigos mejores, es decir, nos tendrás a nosotros. No quiero presumir, pero somos un buen grupo.
Me salió como un murmullo:
—No sé si podré dejarlas a un lado de un día para otro.
Poe formó una fina línea con los labios y me miró con pesar.
No supe si era genuino porque él tenía un aire burlón y un tanto perverso.
—Es que no se trata de poder hacerlo, sino de deber hacerlo —aclaró con detenimiento—. Y ahora que hablamos de lo que debes dejar atrás, eso también incluye tu identidad porque el peligro no solo está en que alguien reconozca que eres normal, sino también en que noten que no apareces en los registros.
Alterné la mirada entre ambos, desconcertada.
—¿Cuáles registros?
—Los registros de nacimiento —dijo Poe.
Y, por más simple que sonó, más complejo lo sentí.
—¿También saben exactamente quiénes nacen como ustedes y quiénes no?
—Nuestro mundo tiene algunas leyes, como ya te dije — asintió Damián—. Los registros son importantes para asegurar que nadie viole la regla más importante. Tu nombre debe aparecer en ellos, si no es así, te investigarán.
Poe hundió la mano en el bolsillo de su pantalón, sacó su teléfono y me lo ofreció. Lo tomé en un gesto automático, pero no supe qué hacer con él.
—Es ahí en donde entro yo —agregó, con un aire de suficiencia—. Necesito tus datos completos para ponerlos en los registros, pastelito, y salvar el día.
—Podrás mantener tu nombre, pero te daremos otro apellido y otra identificación —añadió Damián.
—Y no habrá peligro alguno porque pasarás desapercibida.
Pestañeé como una estúpida por los bombazos de información. Como no dije nada, Poe me susurró:
—Por si no lo sabes, este es el momento en el que empiezas a adorarme.
Me sentí más liada que antes, pero una sola cosa rondó por mi mente:
—¿Y mis padres? ¿Qué pasará con ellos?
—Ante los registros no serán tus padres —me explicó Damián, como si nada—. Serás huérfana, pero nacida el nueve del nueve que es lo importante.
Me quedé rígida.
—¿También debo alejarme de mis padres? —pregunté, en un aliento de perplejidad.
—Estamos tratando de resolver esto parte por parte. Por ahora puedes quedarte con ellos, pero no sabemos si tendrás que alejarte.
Mi cabeza iba a toda máquina procesando aquello. Por alguna razón había creído que guardar el secreto y soportar el hecho de que asesinaran sería suficiente. Ahora no sabía cómo rayos iba a alejarme de mis propios padres.
No, mejor dicho: cómo demonios lograría alejarme de mi madre, la mujer que me había sobreprotegido desde mi nacimiento.
Exhalé con fuerza de nuevo, con ganas de vomitar.
Empezaba a sentirme ansiosa.
—¿Quieren algo de mí? —pregunté, alternando la vista entre ambos—. Porque si entiendo bien el concepto de Novenos, entonces ustedes no son las personas más compasivas del mundo. Esta ayuda, ¿tiene algún precio?
Poe suspiró sonoramente.
—Podría hacerte una escandalosa, pero exquisita lista sobre lo que quiero de ti en este momento… —me dijo en un tonillo sugerente y aterciopelado.
Pero Damián lo interrumpió al hablarme directo:
—Ya te dije que si descubren todo querrán saber por qué o quién te lo dijo, y tarde o temprano llegarán a mí y a mi manada. Eso es lo que intentamos evitar.
Sentí que las piernas dejarían de sostenerme en cualquier momento, y por eso debía buscar en dónde apoyarme. Terminé recargada en la pared, pero al instante tuve que apartarme porque en mis manos quedaron unas manchas oscuras de algo que no supe identificar. Me las limpié rápido con mi short.
—Por esa razón la nueva identidad es una de las posibles soluciones —dijo Poe—. No sabemos qué sucederá luego, pero tomaremos las medidas necesarias para resolver este desastre.
No me quedó otra opción. Escribí mis datos completos en el celular. Se lo devolví.
—¿Ni siquiera hay seguridad de que no lo descubrirán todo?
—En nuestro mundo nada es seguro —replicó Damián.
—Pero mira las ventajas, pastelito —comentó Poe, entusiasmado—. Tendrás una nueva y más emocionante vida.
Algo que es mejor.
—¿Mejor? —Solté una risa absurda—. Bueno, dado que lo haré solo porque no quiero que nadie muera, dime, ¿en qué aspecto sería mejor?
Poe parpadeó con asombro por mi reacción y cerró la boca.
Damián dio unos pasos hacia mí. Tal vez quiso intimidarme con esos ojos enojados y esa expresión dura, pero lo desafié de la misma forma.
—Mañana por la noche nos reuniremos aquí para que recibas El Beso de Sangre —indicó, aunque sonó más como una advertencia—. Recuerda que la forma en que nosotros actuemos dependerá de tus decisiones. Si decides seguir nuestras indicaciones será más fácil, pero si no lo haces y haces cosas estúpidas, puede terminar mal. Si nos interrogaran tendríamos que delatarte. Daríamos toda la información que tengo sobre ti y tu familia, y ellos irían a buscarte. A partir de aquí, ten cuidado con lo que haces.
Tanto él como Poe me miraron como si esperaran una respuesta inmediata. Intenté dárselas, pero las emociones querían salirse de mi control, así que solo conseguí soltar:
—Necesito aire.
Y salí de la cueva a paso rápido.
No era mentira, sí necesitaba respirar mejor. Había empezado a sentir el estómago revuelto, tanto que esas insoportables ganas de vomitar por cobardía se volvieron más fuertes. Mi piel sudaba frío. En algún punto de las afueras de la cueva no fui capaz de dar otro paso y tuve que apoyarme del tronco de un árbol. Puse una mano en mi rodilla y entre arcadas dejé que saliera.
Fue patético, pero no conseguí aguantarme más. Las imágenes estaban tan fijas y vívidas en mi cabeza. Nicolas acuchillando, ese animal muerto sobre la mesa, el olor de ese lugar, Beatrice inmóvil en el suelo, la presión, lo que debía hacer para que nadie muriera, lo que implicaba callarme. Mi madre. Lo que ella podía hacer si se enterara de que yo había seguido a Damián… ¿Tal vez era eso lo que más me asustaba?
Otra vez estuve ahí.
Otra vez gritando que no lo hiciera.
Que ya sabía que estaba mal.
Me senté en el suelo, exhausta y temblorosa. Enterré la cabeza entre mis piernas.
Inhalé hondo, exhalé… Ni siquiera escuché que alguien se acercaba, solo alcé la cabeza cuando la luz de una linterna me dio directo en la cara.
—¿Padme? —dijo—. Por todos los cielos, apenas te sentí salir de la casa supuse que no sería nada bueno, pero no me imaginé esto… Sentí que dejaba de respirar por un momento.
Era Eris.
Se había cambiado el pijama por sus jeans y un suéter. Me miraba con mucha preocupación y consternación. Se acercó a ofrecerme la mano para levantarme. De forma automática me apoyé en ella, pero apenas me puse en pie el mundo se reanudó, fui consciente de lo que su presencia significaba y la tomé por los hombros.
—¿Qué haces aquí? —solté.
—Te seguí, obviamente… Dios santo. Me había seguido como yo había seguido a Damián.
—¡Apaga eso! —Le arrebaté la linterna.
Yo misma la apagué. La luz podía delatarnos.
—¿Qué pasa? —inquirió, confundida por mi actitud.
—¿Alguien te vio? —volví a preguntarle. Al no obtener más que desconcierto de su parte, me desesperé—: ¡¿Alguien te vio?! ¡¿Te topaste a alguien?! ¡¿Escuchaste algo?!
—No, nada, ¡nada! —soltó con rapidez.
Miré hacia todos lados. El bosque seguía oscuro y silencioso, pero la cueva no estaba muy lejos.
—¡No debes estar aquí! —le reclamé con fuerza—. ¡No deben verte! ¡Tenemos que irnos!
Tiré de ella para alejarnos lo antes posible y evitar que Damián o Poe la vieran, pero Eris se resistió.
—¡Padme, tranquilízate! —me interrumpió con brusquedad.
Me detuve por el tono demandante de su voz. Tenía la respiración acelerada y ahora los nervios de punta. No pude evitar echar otro repaso a nuestro alrededor. ¿Y si estaban escondidos mirando?
—¡Tú eres la que debe responder qué sucede! —exigió, mirándome con horror—. Te seguí desde que saliste. Te vi entrar aquí con Damián. Te encuentro tirada en el suelo del bosque, de madrugada, temblando y oliendo a vómito. Dime la verdad. ¿Él te lastimó? ¿Te ha estado lastimando?
—¡No! —Sacudí la cabeza.
Eris buscó mi mirada. Me quitó la linterna de la mano, la encendió y me alumbró con ella. La luz me fastidió en los ojos, así que intenté cubrírmelos con la mano.
—¡¿Qué es eso?! —soltó con horror—. ¡¿Sangre?!
La sangre que Poe había señalado en mi rostro, y además las manchas oscuras de la pared de la cueva. Las había limpiado con la tela de mi short.
—Me corté con algo —mentí en busca de una excusa—. Fue un accidente. Está oscuro y no vi el camino y… —¿Te lo hizo Damián? —rebatió ella, alterada.
—¡Que la apagues o podrían vernos! —Fue mi reacción.
Traté de quitarle la linterna, pero Eris fue más ágil y esquivó mis manos. El movimiento brusco me hizo sentir que el mundo daba vueltas a mi alrededor. Me tambaleé por un mareo, pero no caí porque ella me sostuvo. ¡¿Qué demonios me sucedía?!
—Escúchame, Padme —exigió, al tiempo que me agarraba por los hombros. No quería mirarla a la cara—. ¡Escúchame!
¿Qué demonios es lo que te hace Damián?
—¡Nada!
—¡Sé que algo está pasando! —insistió, severa—. ¡¿Por qué te juntas con él aquí?!
—Solo lo conozco, no… —¡Sé cuando mientes! —me interrumpió, y como notó que casi todo mi rostro se iba en debilidad, añadió con suavidad—:
Si pasó algo entre ustedes y él es malo contigo y tienes miedo, yo puedo ayudarte. Podemos ayudarte.
Sacudí de nuevo la cabeza.
—Él no me hace nada —aseguré—. No es lo que crees.
Vámonos ya.
Intenté jalarla para que camináramos, pero volvió a negarse.
—¡Habla!
—¡No es nada! ¡Estás exagerando! —bramé—. ¡Tenemos que irnos de aquí!
Jadeó como si fuera absurdo que le estuviera mintiendo en la cara.
—¿Exagero? —repitió. Sus cejas se hundieron con molestia —. Ayer cuando terminó la mañana de clases y me devolví para buscar mi libro de Geografía que se había quedado en el cajón de la mesa, vi por la ventanilla que hablabas con él. Para no ser ni siquiera conocidos no parecían tener una buena primera conversación.
Hice otro escaneo panorámico.
¿Y si ambos estaban escuchándonos?
—Eris, por favor, tenemos que irnos —supliqué con angustia.
Ella no entendía la gravedad del momento. No entendía que, si Damián o Poe la veían, creerían que lo sabía todo y la matarían.
—¡¿Por qué?!
—¡No es seguro!
Eris dio un paso adelante y me señaló con advertencia.
—Dime qué sucede o tendré que decirle a tu madre que estás actuando muy raro —me amenazó, decidida—. Y no quiero cumplir lo que nos pidió a Alicia y a mí una vez.
—¿Qué? —Quedé atónita.
—Que le avisáramos si alguna vez sospechábamos que algo extraño te pasaba.
La miré con los ojos muy abiertos. ¿Hasta les había pedido eso?
—No le digas nada. —Negué con la cabeza muy rápido, casi rogando.
—Entonces habla, Padme —presionó—, o también iré a la policía y les diré que Damián te hace daño y no quieres delatarlo.
Respiraba por la boca, que ya tenía seca.
¿Qué debía hacer?
Ella sí era capaz de buscar ayuda si no le decía algo.
Me le acerqué para hablar más bajo:
—No puedo decírtelo por completo, pero aquí estamos en peligro y no precisamente por Damián.
—¿Peligro? —preguntó, inquieta—. ¿De qué hablas?
¡Padme, más rápido debes decirme lo que sucede!
La miré, suplicante. Estuve a punto de insistir en que nos moviéramos, pero apenas di un paso volví a tambalearme.
Frente a mí, el panorama se volvió borroso. Cerré los ojos con fuerza para aclararme. Funcionó cuando los abrí, pero algo estaba a punto de tumbarme.
—Estoy mareada… —susurré, aferrada a sus hombros—. No me siento bien.
—¿Te llevo al hospital?
Me esforcé en mantenerme en pie. La miré directo a los ojos.
—No, Eris, debes prometerme que fingirás que no estuvimos aquí, por favor —musité con gravedad—. Yo jamás diré que te lo conté.
—Lo prometo —aceptó sin pensar—. Lo prometo con mi vida.
No quería… Pero debía.
—Sé algo de Damián que me pone en peligro de muerte.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora