8- Recibirás El Beso de Sangre

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—Entonces, ¿ellos siempre han estado aquí?
Volver a mi casa y sentarnos en el patio trasero porque ya no podíamos dormir fue fácil. Lo difícil fue explicarle a Eris por qué me había encontrado en el bosque en tal estado. No se lo dije todo, por supuesto. Le dije que Damián pertenecía a un grupo de personas que eran peligrosas y que se encargaban de hacer cosas malas en Asfil, pero no mencioné cuán grande era ese grupo ni cuáles eran esas cosas exactamente.
Eris no me interrumpió hasta que dejé de hablar. El viento nocturno hacía que se le atravesaran en la cara unos cuantos mechones de ese salvaje cabello rojizo. Su reacción fue impecable, calmada, con tan solo un débil asomo de miedo en algún punto escandaloso de la historia. A veces admiraba su madurez y frialdad para enfrentar el mundo.
—Sí, pero nunca nos dimos cuenta.
—¿Cómo…? —dudó—. ¿Como si todo sucediera frente a nuestras narices, pero de todos modos no lo vemos?
—Justo así —asentí.
Ella devolvió la atención al libro de Beatrice que ahora reposaba sobre su regazo, repleto de hojas y anotaciones incomprensibles. Como Eris tenía una gran habilidad intelectual y sus pasatiempos eran investigar y saber más de lo necesario, pensé que lograría comprender algo.
—Está todo escrito en latín y algunas anotaciones están en ruso… —dijo, a medida que pasaba las páginas—. Puedo intentar traducirlo hoja por hoja, creo que es importante.
—Ella sabía lo mismo que yo —aseguré—. Cuando entró a la fiesta pidiendo ayuda, sabía que estaba en peligro. Es lo que ellos hacen, amenazan y vigilan a cualquiera que sepa el secreto.
Por no decir que en realidad mataban a cualquiera que lo supiera.
Eris se mantuvo pensativa.
—La pregunta es, ¿cuándo y cómo lo descubrió?
No sabía si de la misma forma que yo, pero estaba segura de que eso la había llevado a la muerte.
De pronto recordé algo.
—Eris, ¿a cuántos funerales has ido desde que tienes memoria? ¿Has visto alguna vez algún reporte de personas desaparecidas?
Pareció extrañada por las preguntas, pero luego se dio cuenta de que era un punto intrigante.
—Creo que no he ido a ninguno y no he visto ningún reporte… nunca.
Ni siquiera habían dicho nada de la muerte de Beatrice, como si no hubiera pasado. Incluso al principio, mientras le contaba las cosas a Eris, también había pasado algo raro. Ella había tardado un poco en ubicar el nombre, como si tampoco la recordara. Al final había logrado entenderme, pero había sido extraño que no lo hiciera de inmediato.
—Una parte de mí me dice que tengo que contarle a la policía —suspiré, abrumada.
—No. —Eris reaccionó rápido—. Si es como me lo cuentas, podrían lastimarte.
—Lo sé, pero, callarme… —Es pensar en ti también —completó, preocupada—. Es posible que, si hablas, estas personas con poder logren borrar cualquier prueba y nadie te crea. Luego te buscarían y lo que intentaste no habrá valido la pena.
Yo también sospechaba que eso sucedería, porque, además, ¿qué habían hecho con el cuerpo de Beatrice?
—Mira, debes reunirte con Damián y su grupo, y dejarles en claro que piensas guardar el secreto —añadió ella, utilizando un tono de voz muy bajo—. Suena horrible, pero tienes que asegurar tu vida.
Tampoco le había dicho sobre El Beso de Sangre. Eris pensaba que se trataba de reunirnos para que los otros Novenos creyeran que yo era confiable.
—Y la de los demás —dije—. A mis padres, a ustedes… Sus labios formaron una fina línea en un gesto de pesar.
—Debemos separar a Alicia de esto, es demasiado inestable como para soportarlo —decidió—. Ella no lo entendería.
Estuve de acuerdo con eso. La vida de Alicia era demasiado normal. Algo así la habría hecho reaccionar sin cordura y con muchísimo más miedo que yo.
—Tú también debes alejarte —le recordé.
—Esto es muy riesgoso como para que estés sola. —Negó con la cabeza—. Podemos tratar de manejarlo con cuidado.
Me encargaré de mantener a Alicia alejada de ti. Tú y yo nos mensajearemos a cada momento, pero evitaremos juntarnos en público. Ahora lo importante es que estas personas no desconfíen de ti.
Algo que me hacía sentir mejor con Eris era que siempre sacaba un plan rápido para todo.
Y si era sincera, realmente no quería estar sola.
—¿Alicia qué? —dijo una voz detrás de nosotras.
Me sobresalté. Ambas giramos la cabeza, medio nerviosas.
Alicia. Estaba de pie en la puerta trasera, somnolienta y con el cabello despeinado. Apretó con fuerza los ojos para aclararse y nos miró, ceñuda.
—Que eres fastidiosa. —Eris intentó cubrirlo.
Alicia resopló.
—¿Por qué me dejan sola? Tuve un sueño de lo más horrible —se quejó—. Que un tipo sin rostro aparecía en mi casa para decirme que las tres íbamos a morir, y moríamos. ¿Ves lo que causas con tus historias de terror, Eris?
Se sentó con nosotras en la escalerilla del patio.
—¿Yo? —replicó Eris con naturalidad—. Es tu mente que absorbe cualquier cosa y la convierte en un miedo.
—No, esa es Padme —se rio Alicia.
—Cierto, tú todo lo transformas en algo sexual —Eris también soltó una risa.
Quise reírme también como siempre lo habíamos hecho, pero no pude.
Sí, esa era yo: la que siempre se estaba muriendo de miedo.
En el fondo, ni siquiera era lo que quería ser.
                                    *****
Cerca de las seis de la tarde del día siguiente ya estaba lista para ir al bosque.
Como la idea era no resaltar y mezclarme entre los Novenos, justo como había dicho Damián, terminé por usar una sudadera negra y vaqueros. Vestida así, además del cabello oscuro cayéndome hasta la espalda, el rostro pálido y las ojeras profundas, podía pasar desapercibida.
Objetivo: Acabar completamente con mi estilo.
Estado: Cumplido.
Bajé las escaleras con rapidez para salir sin tener que dar explicaciones, solo que apenas puse un pie en el corredor, una pregunta me detuvo:
—¿A dónde vas, cariño?
Cuando me giré, vi a mi madre. Estaba parada en la entrada de la cocina. ¿Otra vez había vuelto temprano a casa? Sin la luz del pasillo encendida, su figura era casi siniestra, y me hizo recordar a la misma de años atrás, la que se había detenido en mi puerta para decirme:
«Te irás con ellos, Padme».
¿Por qué esos recuerdos estaban volviendo con tanta intensidad? Si me había esforzado en apartarlos.
—A casa de Eris —respondí, con naturalidad.
—Tu padre está aquí —dijo—. Vamos a cenar los tres. Hice el pie de manzana que te gusta.
Mi padre solía pasar mucho tiempo fuera por su trabajo.
Cuando regresaba aprovechábamos la noche para cenar juntos y ponernos al día. Me aburría un poco, pero en ese momento en verdad quise tener todo el tiempo y la libertad de sentarme en la mesa con ellos por horas como una familia normal. Pero no podía llegar tarde. No quería que creyeran que había cambiado de opinión y que vinieran a matarnos a todos por eso.
—Hay un examen muy importante de matemáticas y no entiendo nada —mentí—. Eris prometió explicarme para sacar buena calificación.
Ella me echó una mirada de extrema curiosidad. La ropa, claro.
—Estoy probando cosas nuevas —dije, ante el silencio que se extendió entre nosotras.
—Pero esa ropa es vieja y no te favorece —señaló.
—Solo estoy experimentando para cambiar de estilo — repliqué con simpleza— así que compraré ropa pronto.
—Compraste ropa hace un mes —se quejó—. No te daré dinero para eso.
—Tengo ahorros, los usaré. —Y lo siguiente me salió sin pensarlo—. Creo que me he estado vistiendo como una niña, y ya no lo soy.
Fue inesperado para ella. La manera en la que hundió las cejas y se me quedó mirando, medio consternada, casi me intimidó. Ya ahí había desaparecido la madre cariñosa, lo cual no era buena señal, pero sentí una punzante necesidad de mostrar seguridad, tal vez porque era la primera cosa que yo misma imponía. No era muy significativa, pero hasta mi ropa siempre había tenido que pasar por su aprobación.
—La forma en la que la gente te ve es importante — contradijo—. ¿Qué crees que van a pensar si estás vestida así?
—Que voy cómoda… —Que no estás bien.
—Lo estoy —aseguré.
—Que se note entonces.
Suspiré, frustrada porque no me entendería nunca.
—Sabes que la ropa no tiene nada que ver.
—Sabes que necesitas ser guiada, ¿no? ¿O tenemos que volver a hablar de eso?
Habría girado los ojos de no ser la mujer a la que tenía que respetar. La mujer que tenía toda la intención de empezar una riña solo por ese tema, porque la más mínima cosa que pudiera alterar mi normalidad, la alteraba a ella. Y si algo indicaba que yo no estaba bien, su instinto analítico y paranoico se despertaba.
No era buena idea despertarlo, pero… Quise intentar imponerme.
—Nadie va a pensar nada solo por una sudadera, y hablaremos de esto luego —me atreví a decir como una decisión—. No puedo dejar el examen a la suerte, así que volveré mañana.
Volví a avanzar hacia la puerta, segura de que había sido la palabra de una chica de dieciocho años que tenía control de su vida y de sus límites.
Solo que con Grace, los límites los determinaba ella. Y el control debía ser suyo, no mío. Por esa razón, sus palabras sonaron tan suaves como imponentes justo cuando estaba girando la perilla:
—Padme, han pasado años desde que cerré la puerta, pero puedo volver a hacerlo si no subes ahora mismo y cambias tu ropa.
El impacto de esas palabras, tranquilas pero amenazantes, me dejó en el sitio.
Cerrar la puerta.
Otra vez.
Dio en mi miedo. Dio en lo que sabía que era capaz de hacer.
Incluso logró que la corriente de valor que me había empujado a casi irme se apagara. Me giré hacia ella, lento.
Se me hizo difícil respirar, pero luché para mostrarme en calma.
—Mamá… Me interrumpió e hizo énfasis en cada palabra:
—Cambia. Tu. Ropa. Ahora.
Ella aguardó, quieta, serena. Ni siquiera necesitaba alzar la voz o hablar en un tono agresivo para que yo la viera como una figura aterradora. Ni siquiera necesitaba parecerlo. Nadie tampoco lo habría sospechado. Eso era lo más escalofriante.
Logró que mis defensas bajaran. Sentí que estaba poniendo las cadenas otra vez, y que mi única opción era obedecer o las consecuencias serían peores, porque aun siendo capaz de abrir la puerta y correr, sabía que me buscaría y convencería a todos de que el problema era yo, y que había que corregirlo. Pero tenía que ir al bosque o esas consecuencias serían el doble de catastróficas… La misma encrucijada de siempre. La misma solución.
—De acuerdo —terminé por aceptar, casi en un susurro.
Sus ojos me siguieron mientras subía cada escalón. Antes de desaparecer en el segundo piso, vi que me sonreía con calidez.
No lo dijo, pero estuve segura de que lo pensaba, porque ya lo había escuchado de su parte después de cumplir sus órdenes:
«esa es una buena hija», «mientras obedezcas, lo tendrás todo».
—Envíame un mensaje cuando llegues a casa de Eris — gritó, como si nada hubiera pasado cuando yo ya entraba en mi habitación—. ¡Te amo!
Cerré la puerta detrás de mí y solté todo el aire que había estado conteniendo. Cerré los ojos con fuerza. Y con rabia.
Impotencia. Frustración. Estaba acostumbrada, pero cada vez que pasaba, me detestaba a mí misma por no tener la fuerza y la indiferencia suficiente para alzarme y decir que «no».
Pero igual no era el momento de llorar y culparme. Tenía que irme rápido. Como no podía llegar al bosque con uno de mis vestidos de chica normal, tomé una mochila y metí allí la ropa que ya llevaba puesta, escondida debajo de unos libros. Para poder salir de la casa, me vestí como mi madre quería, como todos me conocían.
No lo comprobé, pero tuve la impresión de que mientras iba por la acera, ella me estaba mirando por una de las ventanas.
*****
Damián me había enviado un mensaje asegurándome que me esperarían cerca de los bordes al norte del bosque para que no me perdiera entre la oscuridad. Antes de eso, claro, me metí en una tienda y me cambié a la ropa menos llamativa. Luego dejé la mochila escondida en el callejón trasero de la tienda.
Mientras caminaba a paso apurado hundí las manos en los bolsillos de la sudadera para disimular que todavía me ponía nerviosa el andar sola. La noche estaba muy fría y un tanto siniestra. No había estrellas en el cielo, sino varios remolinos grisáceos y densos. La zona de los bordes me puso los pelos de punta hasta que alcancé a ver un par de siluetas cerca de un árbol. Sentí cierta desconfianza por un momento, pero luego reconocí que eran Poe y Damián por el cabello oscuro de uno y claro del otro.
—¡Pastelito! —exclamó Poe en saludo muy animado y divertido apenas me acerqué—. Por fin llegaste. Damián estaba nerviosísimo y no paraba de decir que te acobardarías, pero yo mantuve la fe en ti en todo momento.
Me guiñó el ojo. Entendí que era una broma por su nota dramática, pero no pude evitar mirar a Damián en busca de algún asomo de nervios. No lo había. Estaba tan serio como el buen Príncipe de la Inexpresividad que era.
—Me dijeron que debía seguir las indicaciones, así que estoy lista —dije, tomando valor.
—Y nos alegra mucho, en serio —asintió Poe, con entusiasmo. Luego giró en dirección a Damián—. ¿No es así, amigo?
De nuevo, ambos lo observamos en espera de algo. Damián tardó un momento en notarlo.
—Ajá —se limitó a decir con indiferencia.
—Vamos, Damián, ¿no te he enseñado modales? —se quejó Poe con las cejas hundidas de una forma desconcertada, pero divertida—. ¡Díselo!
Damián no le obedeció, así que Verne le dio un empujón entre suave y agresivo en la espalda para impulsarlo. A él le molestó, pero Poe solo le insistió con la cabeza y me señaló con la mano para que procediera.
Damián se resistió, pero al final giró los ojos como si no tuviera más remedio o Poe no lo dejaría en paz.
—Me alegra que hayas venido, Padme —suspiró de mala gana.
—Sí, ya veo que es el fiel retrato de la alegría —comenté con cierto sarcasmo.
Poe soltó una risa. Le palmeó la espalda a Damián en un gesto cariñoso y de felicitación.
—Te aseguro que por fuera parece no sentir nada, pero no te dejes engañar, en realidad hay algo de luz y también algo floreciendo dentro de ese hoyo negro en su pecho. —Le apuntó el corazón con el dedo índice y lo pinchó con cada palabra—. Algo muy, muy, muy, muy en el fondo.
Si era que existía, ese algo debía de estar acorazado en las profundidades, porque desde que habíamos empezado a interactuar solo había visto a Damián enojado, obstinado y hastiado.
Damián le apartó la mano con brusquedad y malhumor.
—Vamos —zanjó—. No hay que perder tiempo.
Y avanzó sin más en dirección al interior del bosque. Poe se mordió el labio inferior reprimiendo la risa. Luego hizo una reverencia dramática y burlona para que caminara delante de él.
Lo hice. Mientras, tomé aire y me preparé mentalmente. Me repetí que era la decisión correcta incluso cuando consideraba que había una gran posibilidad de que algo saliera mal o de que alguien notara que yo no pertenecía a ellos. O también esa posibilidad que había estado ignorando: que el resto de los miembros de la manada me rechazaran. Aún debía conocer a dos más, ¿no?
Los imaginé tan raros como Poe, en especial a ese tal Archie que según un día se había despertado queriendo una cueva y a quien no habían podido calmar hasta conseguirla. No sonaba nada… menos anormal.
Bueno, no me equivoqué en que serían extraños. Cuando estábamos llegando de nuevo a la inquietante área del viejo roble, ellos estaban esperándonos allí. Un chico y una chica. El chico llevaba una camisa con el logo de algún superhéroe y encima un chaleco sin abotonar. Su cabello era una maraña desordenada con un corte raro, y usaba unas gruesas gafas de pasta detrás de las que se avistaban unos ojos grandes, alertas y un tanto nerviosos.
Ambos llevaban las manos cubiertas por unos guantes de cuero oscuro, y esas mismas manos estaban entrelazadas, pero lo que más llamó mi atención fue la mirada medio paranoica de él. Era todo lo contrario a la de la chica. Ella lucía tranquila y animada, y él como si algo horrible fuera a suceder a su alrededor.
—Tatiana y Archie —los señaló Damián como presentación.
Tatiana fue la primera que se acercó a mí. Su cabello era corto y teñido de verde y azul en las puntas.
—Qué nombre tan curioso —me saludó, amable—.
Bienvenida, ya quería conocerte.
Quise responder, pero de un momento a otro, Archie también se aproximó. Lo hizo tan rápido que durante un segundo pensé que iba a atacarme, pero se dedicó a examinarme fija y extrañamente con esos ojos enormes.
—¿Te lavaste la cara y los dientes? —me preguntó muy rápido—. ¿A qué hora te bañaste? ¿Con qué tipo de jabón?
—¿Eh? —solté sin comprender.
—Dime la marca —insistió—. Me las sé todas.
Antes de poder emitir otro sonido de confusión por lo inesperado y fuera de lugar de esas preguntas, Tatiana se acercó y lo tomó por el brazo con afecto.
—Archie, recuerda que Damián te explicó que ella está limpia como todos nosotros —le dijo con una suavidad paciente.
—Damián puede decir muchas cosas —replicó Archie.
—Lo sé, pero esta vez no mintió —siguió Tatiana, calmada como siempre—. Mírala bien, yo la veo muy aseada.
Archie me estudió de nuevo con desconfianza y curiosidad.
Sus ojos se movieron a medida que recorrió mi cara como si buscara eso que Tatiana decía ver, y luego se atrevió a rodearme para no saltarse ningún detalle. Me quedé inmóvil.
No supe qué hacer. Hasta me sentí analizada, casi olfateada.
¿Debía moverme? Busqué respuestas en la cara de Damián, pero él solo observaba a Archie, atento.
¿Había algún tipo de peligro?
Pasó casi un minuto.
—Sí, creo que sí —murmuró Archie, tras el suspenso.
—Sí, sabes que sí —lo corrigió Tatiana, casi como una dulce maestra enseñando.
Archie asintió muy poco con cierta desconfianza hasta que el gesto se convirtió en uno seguro, y todo su rostro cambió. La desconfianza desapareció. Esbozó una sonrisa a medias.
—Sí, me agrada —aceptó él.
Me fue imposible no mirarlos a ambos con rareza. ¿Qué acababa de pasar? ¿Me había analizado como si fuera un enemigo?
Poe señaló a Archie.
—Pastelito, este es el loquito del grupo —me aclaró, divertido—. Ve cosas raras y peligrosas por todas partes. Por esa razón anda nervioso todo el tiempo. No te asustes; Tatiana sabe controlarlo.
Poe juntó su dedo índice de la mano derecha con el de la mano izquierda y los frotó de arriba hacia abajo. Al mismo tiempo alzó las cejas repetitivamente en un gesto de picardía y complicidad. Entendí que me quería dar a entender que Tatiana y Archie eran novios, pero me asombraba que uno fuera más raro que otro.
—¿Que soy qué? —se quejó Archie.
—Estás desquiciado, Archie, ¿para qué mentirle? —suspiró Poe.
—Ajá, ¿y ya le dijiste lo que Damián y tú son? —rebatió Archie.
Poe solo soltó una risilla pícara como si fuera un secreto que era más entretenido no revelar.
—Mejor empecemos —pidió en lugar de aclarar algo. Echó la cabeza hacia atrás, miró hacia el techo y soltó un gran suspiro de satisfacción—. La luz de la luna suele tener ciertos efectos eróticos en mí, y son cosas que no puedo resolver estando en este lugar. Al menos no con ustedes y su mente cerrada.
Tatiana puso cara de asco ante el comentario. Archie, por el contrario, volvió a cambiar de expresión con brusquedad. La molestia por ser nombrado «el loquito» desapareció, y pasó a lucir emocionado. Incluso se removió con cierto entusiasmo.
—Me encantan los secretos —murmuró, y soltó unas pequeñas y extrañas risas que duraron hasta que Tatiana le apretó el brazo para que se calmara.
¿Qué secreto?
Bueno, supuse que se refería al ritual.
—Muy bien, Padme —volvió a intervenir Damián, ya sin mirar a Archie con cautela—. No necesitas moverte, solo quédate ahí.
Okey, todo empezaría. No tenía ni idea de cuánto duraría, pero me mantuve en mi posición, inmóvil. Creí que él haría algo, pero fue Poe quien dio unos pasos hacia no sé dónde.
Solo que antes de que cualquier cosa iniciara, de forma inesperada, Tatiana los detuvo:
—Un momento.
Al parecer eso no estaba en el plan porque Damián lució extrañado por su intervención. Ella se acercó a mí, y hubo un pequeño momento en el que tuve la impresión de que él iba a detenerla, pero solo estuvo atento a sus movimientos.
Tatiana se detuvo justo en frente y en otro acto imprevisto, tomó mis manos. Pude haber reaccionado en defensa y alejarme porque era una desconocida y una Novena, a fin de cuentas, pero en realidad sus guantes estaban cálidos y por alguna razón lo sentí como que era un gesto de apoyo. Incluso, siendo un poco más alta que yo, logró que el ambiente se percibiera menos amenazante, como si solo estuviéramos las dos y no a punto de hacer un ritual de aceptación.
—¿Estás asustada? —me sonrió, mirando con curiosidad mis expresiones.
De todas las cosas que pude haber esperado que dijera, esa jamás habría pasado por mi mente. Ni Damián ni Poe ni nadie me había preguntado eso, y era lo que más sentía. Quise mentirle, porque ahora todo se basaba en ocultar cualquier verdad, pero sus ojos eran verdes, despiertos y amigables. Me pareció curioso. Inspiraba algo muy diferente al resto. En donde Archie lucía atemorizado por sus alrededores, ella lucía en total control, como alguien con quien se podía sentir comodidad.
—Algo —confesé.
—Se nota —asintió, y balanceó nuestras manos con confianza—. Estamos rodeadas de idiotas.
Archie, Poe y Damián fruncieron el ceño. Tatiana se burló ágilmente en sus caras al haber dicho eso, y casi me hizo reír porque, sí, les había llamado así sin temor ni preocupación.
—Pero mira —continuó ella—. Esto no será nada doloroso ni peligroso. Poe va a acercarse a ti, y luego cada uno de nosotros también, y te besaremos.
—¿Besarme? —Mi boca se entreabrió del pasmo.
—No en una forma romántica ni intrusiva —se rio Tatiana —. Es para crear una conexión de lealtad como manada. Todos pasamos por el mismo ritual en su momento, así que, ahora que lo sabes, ¿estás de acuerdo con eso, Padme?
Todos me miraron a la expectativa. Sentí que esperaban que yo fuera a cambiar de opinión por la revelación de lo que en verdad era el ritual de El Beso de Sangre. ¿Tal vez por eso Damián no me lo había explicado antes? Porque sabía que, si seguía todo lo que desde mi infancia me habían inculcado, si seguía lo que moralmente era correcto, debía salir corriendo de allí en ese mismo instante.
Pero mi mente se había quedado en la parte de «Te besaremos». Y casi al mismo tiempo, también en la imagen de mi madre oyendo lo que yo acababa de oír. La imaginé alterada, gritando que jamás en mi vida iba a permitir que una chica o unos desconocidos me besaran. La imaginé diciendo:
«Algo que Padme no haría ni debería hacer», y sobre todo:
«Porque si lo haces, voy a cerrar la puerta otra vez».
Justo como me había amenazado un rato atrás solo por vestir diferente. Justo como me había quitado sin piedad mi arranque de valor. Justo como solía reprimirme cada vez que sospechaba que yo quería pensar por mí misma.
Había tenido que vivir con esa imposición y ese control durante toda mi vida, y siempre había logrado ocultar que me causaba mucha rabia, que lo odiaba, que quería que se detuviera. Pero en ese momento no quise contenerlo más. El enfado y mi libertad reprimida me hicieron apretar el puño de forma inconsciente, y por un segundo me idealicé siendo capaz de decirle: «Esa curiosidad que tanto odias, madre, está despierta justo ahora».
O mejor: «Haré algo que no te va a gustar».
Así que, aunque el corazón se me aceleró por unos nervios más intensos, aunque las náuseas volvieron, miré los ojos negros de Damián, a la espera, y salió de mi boca:
—Sí.
Tatiana esbozó una sonrisa media, asintió, soltó mis manos y se apartó.
Había aceptado. No había marcha atrás.
Me quedé esperando algún tipo de instrucción, pero Poe reanudó lo que Tatiana había interrumpido. Fue hacia el enorme roble que seguía de protagonista en el aterrador escenario que era el bosque a esas horas. Por la oscuridad más espesa de esa zona me fue difícil entender para qué. Después regresó y junto a Damián se situó frente a mí.
—Antes de El Beso, tenemos que encargarnos de un pequeño detalle —empezó a explicar Poe—. Los Novenos y las presas tienen un olor distinto. Es ligero, pero diferenciable si el Noveno intenta desarrollar más su sentido del olfato. No es algo fácil, claro. Sin embargo, en la cabaña hay muchos que son capaces de detectar el más sutil cambio de aroma. Así que, para evitarlo, vamos a cubrir tu olor natural con uno que ellos ya conocen.
Dicho eso, extendió una mano hacia mi rostro y sostuvo con delicadeza mi barbilla. Me hizo inclinar un poco la cabeza hacia atrás, de modo que pude ver los rostros de ambos delineados por la penumbra. Pensé que estaba preparada para lo que sea que fuera a suceder, pero quien hizo el siguiente movimiento no fue Poe, sino Damián.
Él también alzó su mano y, en lo que pudo ser el momento más hipnotizante y al mismo tiempo más retorcido de mi vida, puso su dedo índice en mis labios y lo introdujo un poco dentro de mi boca.
Mis ojos se abrieron y mis cejas se elevaron con sorpresa.
Sentí la yema de su dedo deslizarse sobre mi lengua, y experimenté una sensación que habría sido capaz de enloquecer a mis padres. De hecho, ellos se fueron de mi mente, y con la piel erizada fui solo yo, y fue solo Damián, y fue su dedo, y sus ojos fijos en mí, y un súbito frío de pasmo que se desvaneció para que explotara otra súbita emoción. Una de calor, de gusto, de fascinación, de que eso que estaba pasando era incorrecto, malo, pero que me gustaba, porque era algo que Padme no debía estar viviendo.
Solo que todo eso se esfumó en el segundo en el que mis papilas gustativas detectaron que en su dedo había algo más, que lo que estaba haciendo tenía un significado.
Que, de hecho, estaba poniendo… ¿sangre en mi boca?
¿Sangre del roble? Pero era un árbol. ¿Sangre mezclada con algo?
Reaccioné en un gesto desagradable al percibir el sabor inusual, como una mezcla dulce, ácida y al mismo tiempo metálica. Quise escupir su dedo y sacar todo eso de mi lengua, pero Poe sostuvo mi barbilla con firmeza para impedirlo. Me miró con una sonrisa extasiada que dejaba en claro que estaba disfrutando mucho lo que veía.
—No puedes escupirla, pastelito —dijo, en un regaño suave —. La savia debe estar dentro de ti.
Si era savia, ¿por qué sabía a sangre? No estuve segura de cómo no escupirla si mi propia garganta quería resistirse porque era repugnante, pero me di cuenta de que sabía aún peor mientras la estaba reteniendo.
—Trágala, Padme —me dijo Damián en una orden.
Lo miré de nuevo. Estaba quieto, solo observándome.
Aunque, un momento, ¿sus cejas estaban ligeramente hundidas? ¿Otra vez en ese gesto de desconcierto como si estuviera viviendo algo nuevo e incomprensible? Odié que la semioscuridad no me permitiera ver por completo sus rasgos y su expresión. La parte más curiosa de mí quiso comprobarlo, confirmar si no estaba siendo tan indiferente a que su dedo estuviera en mi boca, a que su piel estuviera en contacto con mi lengua y mi saliva.
Entonces lo hice, sin apartar mis ojos de su rostro, sintiendo toda su atención en mí. Una corriente me erizó la piel. Chupé el dedo y contra mi garganta cerrada, tragué.
Damián lo sacó de mi boca. Una arcada me hizo inclinarme y apoyar las manos encima de mis rodillas.
—No, no lo vomites —advirtió Poe también.
—¡Ah, pero es horrible! —casi sollocé cuando otra arcada me atacó.
Me esforcé en no devolver mi almuerzo y todo lo que tuviera en el estómago, aunque incluso sentí un revoltijo y un hormigueo en mis labios y encías.
—Si vomita, no la beso —escuché a Archie decir en un susurro.
Se formó un ambiente de expectativa, de si lo vomitaría o no, de si me recuperaría o no. No estaban haciendo ningún tipo de presión, pero me recordó a todas las veces que los ojos de mi madre habían aguardado a que yo decidiera rendirme, porque era demasiado débil. Así que no me lo permití. A pesar de que pensé que fallaría y que terminaría soltándolo frente a ellos, tras varias respiraciones hondas, conseguí volver a enderezarme.
Mi pecho quedó agitado.
Poe soltó una risilla, mordiéndose el labio inferior con éxtasis.
—Lo disfruté, no voy a negarlo —confesó, y luego miró a Damián a su lado con el rabillo del ojo—. Tú también, supongo.
Esperé su respuesta con un ansia que me avergonzó, pero él solo desvió la mirada y tensó la mandíbula, medio hosco. Dio un paso a un lado.
—Muy bien —suspiró Poe ante el silencio—. ¿Estás bien ya, pastelito?
Asentí. Todavía tenía el mal sabor de boca, pero mi respiración se estaba alivianando.
Con esa confirmación, Poe se ubicó en el lugar en el que Damián había estado. Esta vez me sostuvo el rostro con ambas manos. En su cara estaba estampada una sonrisa pequeña pero perversa, un tanto divertida y al mismo tiempo juguetona.
Pronunció cada palabra de memoria:
—El vínculo se ha abierto, nos uniremos en Beso de Sangre y la conexión se creará. A partir de ahora si tú sangras, yo sangraré; mi vida fluirá a través de la tuya y mi manada será tu único hogar. Amigo mío, tú no me traicionarás. Amigo mío, yo no te traicionaré. Mi lealtad siempre estará contigo, y solo la muerte la romperá.
Entonces se inclinó hacia adelante y presionó sus labios contra los míos.
Desconocí lo que pasó. Primero, mi mente se puso en blanco. Cada pensamiento, cada duda, cada pregunta, cada emoción contenida, desapareció. Fue como si la presión suave de sus labios reiniciara mi cerebro. Luego, cuando todo quedó vacío, una corriente incitadora aprovechó para tomar control y estalló en mi cuerpo. Fue como si el mismo Poe abriera las rejas de mi cárcel mental para liberar lo que fuera que estuviera encerrado. Y de un segundo a otro empecé a imaginar un montón de situaciones que normalmente no habría imaginado, casi todas… íntimas, entre él y yo.
No les encontré sentido a pesar de que pulsaron con intensidad. Tampoco esa reacción incomprensible que de pronto me hizo sentir las piernas débiles, un temblor en mi capacidad de sostenerme, una ligereza sosegada, similar a cuando te ponen anestesia y poco a poco ese poder natural que tienes sobre ti mismo comienza a dormirse.
Pero al mismo tiempo estuve segura de que no era yo quien le había ordenado a mi sistema debilitarse de esa forma, sino algo externo, algo que no me pertenecía. Una fuerza insinuante. Una fuerza seductora.
Cuando Poe se apartó, me quedó una sensación rara en el cuerpo, algo parecido a una especie de deseo vergonzoso, de apetito carnal incoherente. Él se relamió los labios en un gesto sutil. Después, todavía con la sonrisilla, dio unos pasos hacia atrás y le dio el lugar a Archie.
Me puso las manos enguantadas alrededor del rostro y pronunció con el mismo tono de seguridad las palabras que había dicho Poe. Luego presionó su boca contra la mía. Por alguna razón esperé sentir lo mismo que con Poe, pero no fue así. No pensé nada extraño. No me sentí diferente. Todo lo contrario, el momento fue más rápido. Él se apartó y volvió a su lugar.
Tatiana se acercó. Ella dijo las palabras, después sostuvo mi rostro y me dio el beso cerca de las comisuras de mis labios en un roce que ni siquiera fue una presión. Regresó a su lugar.
Finalmente, Damián se ubicó de nuevo frente a mí.
Colocó las manos alrededor de mi rostro. Estaban frías.
Mantuvo esa expresión indescifrable y comenzó a pronunciar las palabras exactas, pero dejé de escucharlo porque tal y como había pasado con su dedo en mi boca, el resto se desvaneció y para mí el momento pareció casi irreal.
Aquel al que por años había mirado desde lejos, el que había vivido en un mundo que yo no debía alcanzar, el que había idealizado, estaba a punto de darme un beso. Un beso sin significado, sí, pero que me causaba miedo y al mismo tiempo una emoción atroz. Porque estaba segura de que en el instante en el que me besara, iba a perderme y todas las voces que a diario yo misma creaba para recordarme que no podía perder el control, se apagarían.
Recordé otra vez lo que me habían dicho aquel horrible día:
«Hay algo mal en ti, pero lo vamos a corregir».
«No volverás a hacer eso».
Y ahí estaba cara a cara con el detonante. Admití que a pesar de que su aspecto no era muy común, eso al mismo tiempo lo convertía en el chico más atractivo que había conocido en mi vida. Aunque yo siempre había pensado eso de él, que parecía la representación más oscura de la humanidad con su cabello negro, libre de tomar la forma que quería, y esas suaves ojeras bajo sus ojos dándole un aire de agotamiento.
Era impresionante cómo me había atraído desde la primera vez que lo vi. Y lo mucho que había tratado de reprimirlo… Lo mucho que debía reprimirlo ahora también… Damián se inclinó hacia mí y presionó nuestros labios.
Fue directo y sin indecisión. Por más que me esforcé en suprimir cualquier sensación, no pude. Se sintió como si una chispa hubiese salido del infierno y aterrizado sobre mi boca para encender en un fuego intenso. Ardió en mis labios, y barrió la confusión que Poe había dejado en mi mente, barrió el miedo.
Y esa emoción que ya conocía, la más peligrosa y tentadora, latió con fuerza. Latió en un «deseabas esto y no puedes negarlo». No dudé de que eso sí era mío. Esa Padme fascinada con Damián, sus misterios y ahora su respiración contra mi piel, era real. Siempre lo había sido, por más que había tratado de esconderlo.
Se apartó. Lo miré en busca de algo, pero solo encontré lo mismo: frialdad. Mi cabeza había quedado aturdida, pero no quise demostrarlo. Mantuve una postura igual a la suya como si hubiese besado a una pared.
Supuse que pasaría algo más, pero todos empezaron a caminar y a alejarse del roble.
—¿A dónde van? —pregunté, desorientada.
Solo Poe, en cuanto pasó a mi lado, me dedicó una amplia y juguetona sonrisa, y susurró:
—Esto todavía no termina. Debemos ir a la cabaña, y ahora sí conocerás el mundo de los Novenos.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora