capitulo 43

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Gema.

El silencio de la mansión siempre me había resultado reconfortante, pero esta noche algo estaba mal. Podía sentirlo. No sé qué fue lo que lo desencadenó, tal vez una ligera vibración en el aire o quizás el simple instinto de supervivencia que me había mantenido con vida tantas veces antes. No había ruido alguno, pero lo supe.

Algo pasaba.

Dejé de leer los informes que tenía delante y me levanté lentamente, cada músculo en mi cuerpo tensándose. Sentía cómo la adrenalina comenzaba a correr por mis venas. Todo estaba en calma a mi alrededor, pero en mi interior, las alarmas sonaban con fuerza.

-Maxito -murmuré casi sin pensarlo, y él, mi leal compañero, alzó la cabeza desde su lugar cerca de la chimenea. Sus grandes ojos me miraron con esa confianza inquebrantable que siempre lograba apaciguarme.

Lo observé por un segundo más, pero esa sensación de peligro no desapareció. Algo estaba por suceder, y no podía permitir que él estuviera en el medio de todo eso.

-Ven aquí -le ordené, más firme esta vez, levantándolo en mis brazos.

Mientras caminaba hacia la habitación del ala oeste, podía sentir cómo mi corazón latía más rápido con cada paso. El aire se sentía más denso, más pesado, como si algo oscuro estuviera a punto de arremeter contra todo lo que había construido.

Abrí la puerta de la habitación, la más segura de toda la mansión, diseñada por mí para resistir cualquier ataque. Colocarlo ahí me daba la única paz que podría permitirme esta noche.

-Quédate aquí. No salgas hasta que yo regrese -susurré, acariciando su cabeza con una ternura que apenas lograba controlar.

Cerré la puerta detrás de mí, y al instante todo cambió.

El nudo en mi pecho, esa presión constante, explotó. Era una rabia que no sentía desde hacía mucho, desde mi vida pasada, desde Julieta Hamilton. Mi visión comenzó a teñirse de rojo, y no había marcha atrás. El enfado creció, arremolinándose como un torbellino en mi mente.

¿Cómo se atreven a venir a por mí? ¿Cómo se atreven a poner en peligro lo que es mío?

Mis manos se cerraron en puños, y podía sentir mis uñas clavándose en la piel. Pero el dolor físico no me distraía, no me importaba. El único dolor que sentía era el de la traición, el de saber que alguien creía que podía atacarme en mi propia casa. Alguien había subestimado quién soy, lo que he hecho, lo que puedo hacer.

No sabían con quién estaban lidiando.

Mi respiración se hizo más rápida, y cada pensamiento se teñía de ese rojo oscuro, visceral. No había vuelta atrás. No me detendría hasta que todos estuvieran muertos, hasta que su sangre cubriera el suelo.

Van a pagar. Todos, pense.

No sé cuánto tiempo más podría controlar esta ira, este deseo abrasador de destruir. Pero sabía una cosa con certeza: ellos no vivirían para contarlo.

Mi pecho se tenso aún más cuando Cruze el pasillo, lo que ví cuando entre a la cocina hizo que todo el aire abandonará mis pulmones.

Bea, yacía en el suelo su cuerpo sin vida, estaba bañada en sangré, y sus ojos que tantas veces me miraron con calidez ahora estaban vacíos.

Me acerque lentamente como si no pudiera creer lo que veía, Bea mi bea
Esa mujer que me había Sido de mucha ayuda, ella era más madre para mi que marie, estaba muerta.

El dolor intento hacerse paso Pero fue rápidamente sofocado por la irá, una ira tan fuerte que no dejaba espacio para nada mas.

-lo van a pagar- murmuré para ella.

Renacida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora