capitulo 54

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Gema.

La sala de reuniones estaba impregnada de una tensión palpable cuando entré. Los altos mandos de Londres, todos con trajes oscuros y miradas afiladas como cuchillos, se sentaron en torno a la mesa. La luz cenital caía sobre ellos, acentuando las sombras en sus rostros. Allí estaba Christopher, el subministro, con su expresión grave, un recordatorio constante de que no se podía bajar la guardia, ni siquiera en mi nueva posición.

-Debemos decidir qué hacer con Antoni Mascherano -comenzó uno de ellos, un hombre de cabello gris que me resultaba particularmente repulsivo. Su voz era un murmullo, pero en su tono se sentía la traición que acechaba bajo la superficie.

-Debe ir a prisión -insistió, y en su mirada podía ver el brillo de la codicia. Sabía que ellos querían liberarlo, que sus lealtades eran más frágiles que el cristal.

-No, -interrumpí, mi tono firme y autoritario-. Antoni morirá.

Christopher asintió, su mirada seria y directa.

-Es lo que he estado diciendo. Trasladarnos sería un riesgo innecesario. Si le damos la oportunidad, escapará.

Los otros comenzaron a murmurar entre sí, argumentando que debía ir a una prisión de máxima seguridad. Era un espectáculo patético, una danza de ratas que intentaban encontrar una salida. Sabía que si lo llevaban a una prisión, tendrían el camino despejado para él. No podía permitir que eso sucediera.

-¡Silencio! -grité, levantando mi mano para imponer silencio. La habitación quedó en calma, sus miradas se centraron en mí, desafiadas por mi audacia.

-Antoni Mascherano no es un prisionero. Es un enemigo que debe ser eliminado. Estoy al tanto de lo que cada uno de ustedes intenta hacer, y no lo permitiré. -Mi voz resonó en la sala, firme y decidida.

La reunión terminó en un silencio tenso. Me levanté y salí, dejando a esos hombres balbuceando y temerosos. Mientras caminaba hacia el lugar donde tenía a Antoni encerrado, una sensación de poder se apoderó de mí. Estos hombres podían ser astutos, pero yo siempre estaría un paso adelante. Mi mente ya estaba en marcha, trazando cada movimiento.

El aire se sentía más frío a medida que me acercaba a la celda, y no pude evitar una sonrisa de satisfacción. Antoni estaba a punto de experimentar el precio de sus traiciones. Abrí la puerta con un crujido y lo vi, encadenado y a merced de mis decisiones. Allí estaba, y en ese momento, el mundo se reducía a nosotros dos.

Me incliné hacia el, poniéndome a su altura, y lo miré a los ojos. La ironía del momento no se me escapaba; él, el gran Antoni Mascherano, atrapado y vulnerado ante mí.

-Te felicito por el veneno, Gema. Es realmente efectivo -dijo, y su voz tenía un tono sarcástico que solo podía generar una risa en mí.

-Oh, eso ya lo sé, Antoni -respondí, dejando escapar una carcajada. -Lo usé para deshacerme de Braulio. Fue un placer, debo decir. Le pagué a uno de tus socios para que se lo pusiera en su trago.

Su expresión cambió mientras caía en la cuenta. Una risa oscura emergió de su pecho, resonando en la celda. Era una risa que hablaba de la inevitabilidad de su destino, un reconocimiento de que, a pesar de su arrogancia, había subestimado mi ambición.

-¿Y el regalo que te envié? -le pregunté con un aire de desprecio juguetón.

-Fue lo mejor que recibí en toda mi vida -respondió, su tono ya sin la arrogancia de antes.

-Los ojos de Rachel fueron tu perdición, ¿no? -me burlé, disfrutando de cada palabra que salía de mi boca.

-Lo acepto -dijo, su voz más sombría-. Me equivoqué. Si te hubiera elegido a ti, habría ganado.

Renacida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora