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La noche parecía sacada de un sueño, de esos de los que no quieres despertar. Las calles estaban llenas de vida con el zumbido de la ciudad, el tenue resplandor de las farolas iluminaba la acera mientras Sylus te guiaba hacia el restaurante. Su mano era cálida, firme, envolvía la tuya con un agarre casual pero firme que hablaba de su protección, un gesto que habías llegado a conocer bien con el paso de los años.
Sylus, como siempre, se había asegurado de que cada detalle fuera perfecto. El aire tenía una frescura fresca, que traía consigo el sutil aroma de la lluvia que había caído más temprano en la noche. Sus pasos eran seguros, exudando la autoridad tranquila que hacía que las cabezas se volvieran cuando entrabas por la gran entrada del restaurante. Viste de reojo cómo la gente se movía en sus asientos, enderezándose cuando él pasaba, sus miradas siguiéndolo con una mezcla de respeto y curiosidad. No se podía negar que Sylus tenía poder, no solo en tu vida, sino en el mundo más allá de ella. Tenía una presencia que exigía atención, pero contigo, era más suave, más íntima.
El anfitrión los recibió con un gesto casi reverencial y los condujo a través del espacio tenuemente iluminado. El restaurante en sí era un oasis de lujo: techos altos adornados con candelabros que brillaban como cúmulos de estrellas y música suave de fondo, apenas audible pero que creaba un ambiente tranquilo. Sylus había dispuesto una sala privada, por supuesto. Siempre lo hacía cuando se trataba de momentos como estos. La privacidad era algo que valoraba cuando se trataba de ti.
Cuando el camarero abrió la puerta de tu mesa apartada, se te hizo un nudo en la garganta. La sala era impresionante: paredes de cristal en tres lados que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. Las luces de los rascacielos se extendían sin fin, parpadeando como pequeños diamantes en la distancia. Podías ver todo el horizonte, las imponentes estructuras brillando contra el cielo negro como la tinta. Era el tipo de vista que te hacía sentir como si estuvieras flotando sobre el mundo, un escape privado lejos del caos de abajo.
Sylus te apretó la mano con suavidad y una sonrisa cómplice se dibujó en las comisuras de sus labios mientras te guiaba hacia la mesa. —Hermoso, ¿no? —murmuró, con voz baja y aterciopelada, con esa característica nota burlona bailando en sus palabras.
Te giraste hacia él y captaste la forma en que las luces de la ciudad se reflejaban en sus ojos, esos fascinantes ojos carmesí que nunca dejaban de atraerte. Ardían con intensidad, como si cada emoción que sentía por ti estuviera capturada en sus profundidades. Sonreíste suavemente y sentiste que tu corazón se agitaba mientras asentías. "Es mucho más grande que la belleza... es asombroso".
La mirada de Sylus nunca te abandonó, una sonrisa se dibujaba en sus labios mientras se acercaba más, su voz era suave e íntima. "Y, sin embargo, por más impresionante que sea esta vista, palidece en comparación con el resplandor que traes a mi vida. Para mí, eres la verdadera obra maestra, más impresionante que cualquier paisaje urbano, más precioso que cualquier cosa que esté obligado a darte".
