24.

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Está seguro de que la habitación que compartían Pedro Pablo y Salomón cabría perfectamente en su baño personal. O eso es su primer pensamiento cuando acompaña al castaño para que se recueste, demasiado mareado y adolorido para seguir de pie.

Pedro Pablo se recorre a un lado de la cama y golpea a ligeramente con la mano las sábanas, invitándolo a su lado mientras él se tapa la luz con el otro brazo.

No está seguro de sentirse cómodo de recostarse a su lado, por lo que después de cerrar las cortinas para evitar la luz, solo se sienta a sus pies, incluso así se siente incómodo por estar en la misma habitación (sobre todo la misma cama) con alguien más.

—No es de mi incumbencia ni nada, pero ¿Dónde pondrás al bebé?

—Ehhh, ¿Su cuna y eso? —Pregunta mientras se recuesta de lado para mirarle.

—Sí, tu hermano también espera un bebé.

—Nuestro plan es ahorrar e ir construyendo otro cuarto en el piso de arriba, así yo y el bebé nos quedamos aquí. No es lo ideal, pero estamos esperando a ver que surge de aquí a entonces.

—Pues ya no tienes tanto tiempo, eh.

—Ya sé, pienso en ello diario. Igual es probable que Gema quiera tener en su casa al bebé durante los primeros meses, entonces tenemos más tiempo. Por eso no me puedo detener ahora con la chamba.

—¿Y la escuela?

—Supongo que la pausaré en lo que nace. Ahora necesito prepararme para los gastos que se vienen.

Recuerda que cuando mamá estaba embarazada de Eder, ella había dejado de trabajar en la empresa para poder disfrutar de esa etapa y descansar. Se la vivía con malestar, dolor y antojos, pero siempre había alguien en casa que la acompañaba y un instructor de yoga que iba a darle clases seguidas para que se preparara para el parto y estirara los músculos sedentarios.

Él no tendría nada de eso y sonaba duro e injusto. No estaba en cinta por decisión propia, ¿por qué debía de tenerla complicada?

En la mansión, por ejemplo, estaría cómodo. Podría acomodarse en alguna de las muchas habitaciones vacías y tener a empleados atentos a él en todo momento, aparte de un enorme patio donde poder tomar el sol con el bebé cuando naciera.

Mira su rostro con seriedad, con la imagen mental de varios escenarios detrás de sus ojos. Pedro Pablo le da un golpecito en el brazo cambiando de tema y sacándolo de su ensoñación.

—Oye, la playera que te presté el otro día...

—Lo olvidé, la próxima vez te la devuelvo. Siempre usas esa camisa enorme. Ni siquiera es tuya, ¿Verdad?

—Era de un amigo, pero cuando se me note el embarazo no me quedará tan grande y mis de más playeras apenas me quedarán. —Dice risueño, Bosco no se ríe.

Alza una ceja cuando el castaño desvía la mirada, ¿se le pasó el dolor de cabeza o por qué sonríe lejano?

¿Quién conserva ropa de sus amigos? Y todavía más, ¿Quién usa ropa ajena como prenda de la suerte? Aparte de él, con la playera que el día del ataque le había prestado, pero lo suyo era justificable. Su olor lo ayudaba a dormir.

—Deberías conseguir más, ropa, digo, no amigos. Para cuando la tuya te deje de quedar.

—Por ahora no tengo prisa y quiero conseguir otras cosas primero, como los muebles del bebé, ropa, asegurar los servicios médicos, tú sabes. De todas formas, no se me nota el embarazo todavía.

—Si se te nota. —Ladea la cabeza. —Un poquito.

—¿Crees? Mi abuela me dice que no tengo nada de panza.

Y si el destino no alcanza construyo un puente (Bospa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora