Bosco se saca la playera mirando su torso totalmente golpeado. A su abuela le iba a dar un infarto cuando lo viera y culparía a Pedro Pablo de ello. Lo ultimo que quería era que insistiera en que dejara de frecuentarlo, no ahora que parecían llevarse bien.
—Malditos.
Pepa se sienta en la cama sosteniéndose la zona golpeada, lleva una camisa celeste abierta y no trae playera debajo dejando ver su torso, como él.
Técnicamente ya lo había visto horas antes, pero ahora tiene un par de segundos para detallarlo sin preocupaciones.
Delgado, lo suficientemente alto para que le llegara al hombro, risos lo suficientemente largos para que se los pudiera agarrar en un moño despeinado, sin mucho músculo pero tampoco un cuerpo que luciera frágil; era fuerte.
Pedro Pablo no era su tipo, no era el tipo de hombres que le solían gustar ni que lo solían rodear.
Bosco siempre pensó que si algún chico llamaba su atención tenía que ser muy alto, con músculo, totalmente pulcro y con un estilo de vestir fino. Algo así como Jerónimo que encajaba perfectamente en sus estándares, que sin embargo no le gustaba, claro que no.
Podía pasar horas viéndolo, pero jamás diría que le gustaba uno de sus mejores amigos. ¿Qué loco haría eso?
Se pone la playera que le prestaron con el aroma a suavizante barato colándose en sus fosas nasales, la sujeta para llevarla bajo su nariz y aspira hondo. Pedro Pablo está demasiado distraído en sus pensamientos mientras abrocha los botones de su propia camisa como para verlo.
Tiene un rostro estoico, como el de las esculturas griegas de los museos y dos cejas rectas fruncidas, pensativas.
Iba a ser padre, se recuerda Bosco para sacarle los ojos de encima antes de que se dé cuenta.
Bueno, tal vez iba a ser padre. Bosco nunca tuvo una opinión acerca del aborto, se veía como una situación lejana y muy ajena a él. No sabe qué opinar, ¿Puede opinar algo siquiera? No era su cría, no era su cuerpo, no era su amigo.
El castaño parece recordar que hay alguien más en la habitación y se apresura a enderezarse, buscando qué decir. Sin embargo, es Bosco el que habla: —Estás todo golpeado.
—Y tu estás peor.
—Soy muy guapo para que me dejen así.
Su comentario lo hace reír sinceramente, quejándose cuando los moretones impiden que gesticule bien. Y su risa es suave, tenue cómo intentar tocar una canción en estambre tenso.
—A ti nada te baja en autoestima, ¿No?
—Me costó mucho, ¿Cómo crees que dejaría que me lo quiten?
No lo juzgaría, jamás. Sea lo que sea que decidiera, esta vez haría las cosas distintas.
…
Pepa sostiene distraídamente el bistec contra su mejilla golpeada, sus dedos rozan la mejilla del rubio.
—¿En qué piensas?
Sale de su trance una vez más y suspira hondamente. Se iba a desinflar si seguía respirando así.
—No sé bien en qué debería pensar.
—¿Qué te inquieta? Auch.
Pepa aleja rápidamente el bistec de su rostro.
—Oye, disculpa, nunca había curado heridas. —Coloca la carne contra su propia mejilla inflamada. — Perdón que no fui de mucha ayuda cuando te atacaron.
—No es culpa tuya, en todo caso quien tiene la culpa es el Tortuga ese y yo por arrastrarte. Hubiera preferido que corrieras.
—No te podía dejar ahí.
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Y si el destino no alcanza construyo un puente (Bospa)
DiversosDonde Bosco y Pedro Pablo son predestinados pero el destino es lo último que parecen tener a favor. O Donde Pedro Pablo queda en cinta sin saber que sería omega y Bosco lidia con la sensación de sentirse perdido.