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(3/3) Mini maratón.

...

—Pensé que tenía todo, traje mis productos, pero olvidé mi pijama, tengo una de seda que... Da igual, duermo con esto.

Bosco se da vuelta completamente justo en el momento en el que Pepa se empieza a cambiar la parte de abajo de su ropa. Ve por la ventana como si de verdad hubiera algo allá afuera que ver, aunque la noche es tan espesa como para permitir ver algo más que la nada.

Los cambios de su cuerpo ya empezaban a ser significativos, no culpa a Bosco de que la oscuridad de la calle le parezca menos desagradable que estos. Pero, aunque lo comprende, no puede evitar el pinchazo de dolor que se suma junto con todo lo demás que lleva acarreando todo el día.

—Te presto ropa para que no arruines la tuya.

—¿Seguro?

—Pero me la devuelves.

Sin verlo sabe que Bosco gira los ojos.

—¿Algún día me lo vas a perdonar?

—No, te haré burla toda mi vida. Eres bien tosco, ¿Cómo iba a saber que era una broma eso de devolverte la hoja?

—¿No es irónico que en ese momento apenas nos podíamos ver y ahora compartiremos habitación?

Pedro Pablo rebusca en su ropa y le pasa su pijama menos viejo a Bosco.

—No es de seda, pero espero te quede.

La imagen de Bosco sin playera no es novedosa, lo vio el día que Tortuga los atacó y él le prestó ropa. Aquella vez la imagen de su bebé y el ritmo de sus latidos no le daba espacio para prestar atención a algo más, pero esta vez sus ojos parecen magnetizados por la espalda pálida y llena de lunares.

Traga pesadamente ante la sequedad de su garganta e intenta distraerse en cualquier otro estímulo que no sea esa vista que le exige atención.

Hunde en el fondo de su mente cualquier pensamiento. Acababa de pasar un momento con su victimaria, ¿Y él tenía esa electricidad vibrando en las piernas? Cómo pequeños calambres en las pantorrillas que se extendían hacia arriba.

Era sin duda horrible. ¿Qué diferencia había entre él y cualquier depredador del mundo?

—Salomón va a dormir en el sofá, tú puedes usar mi cama, Gala va a dormir con mi abuelita y Don Porfirio y Kenzo en la habitación de mamá. —Intenta con todas sus fuerzas decirlo en una respiración cuando el rubio se da la vuelta y vuelven al contacto visual.

—Muchas gracias por dejar que nos quedemos. No sé si es muy desquiciado, pero ya no me siento seguro en mi casa.

—¿Y aquí te sientes más cómodo?

—Con todos ustedes aquí sí. Y me gusta saber que tú estás cerca.

—Mi casa es tu casa.

—No me digas eso o vendré a almorzar diario.

Apaga sin aviso las luces cuando Bosco apenas se acomoda en su cama, no aguanta verlo un segundo más sin culpa.

Apenas un rayo de luz ilumina la habitación gracias a las cortinas que se mueven por la ventana entreabierta. Alguna vez fueron blancas y lisas, ahora en día estaban teñidas de rojo y rotas. A ese punto ya no tenían enmendadura y, por más que Pedro Pablo las tallara, la suciedad ya no se iría de lo que alguna vez fue impoluto.

—¿De cuántos hilos son estas sábanas? Es que me están dando toques.

Pepa se sienta en la cama y lo alumbra con su celular. Bosco también está sentado en su cama mirando sus propios vellos erizados.

Y si el destino no alcanza construyo un puente (Bospa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora