08.

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Cuando Pedro Pablo llega a la mansión los trabajadores no dudan en dejarlo entrar.

Un jardinero le saluda con un movimiento de mano y una trabajadora de limpieza le va sacando plática hasta la habitación del primer hijo varón de Esteban Villa de Cortés, el alfa mayor de sus hijos y posiblemente el heredero de todo. La ley seguía funcionando a favor de los alfas, ellos eran los herederos predispuestos de cualquier cosa que dejaran sus padres, a los omegas cómo Gala, les tocaba jugar un poco más duro.

 Y si eran de una clase más baja, como ellos, era más probable que contrataran a alfas para cualquier puesto y que la ley cuestionara los abusos dirigidos a omegas.

 Betas cómo su familia tenían que ingeniárselas para sobrevivir ante el prejuicio de que había algo mal con su anatomía que los llevara a no desarrollar un subgénero.

—Suerte, muchacho.

—¿Suerte por qué? Voy a devolverle un libro a mi amigo.

—No quiero faltarle el respeto al joven Bosco, pero tiene un humor muy peculiar últimamente.

—¿Nada mas últimamente?

La mujer le coloca una mano en el hombro en señal de apoyo y se va a continuar con su trabajo.

Quería hacerse el tonto, pero en realidad llevaba días sin poder parar de pensar en él y sin saber cómo volverlo a ver, ¿cómo llegar a un lugar donde no sabes si te esperan?

Pedro Pablo sostiene el libro contra su pecho antes de pasar. No hay puerta todavía.

Su corazón tiembla, siente un mareo rápido que se extingue el momento en cuanto el olor de la habitación le golpea la nariz.

A sus pies cae un libro y cuando levanta la mirada, ve a Bosco bufando. Pepa lo mira como si fuera una alucinación, hace tanto no lo veía y vuelve a sentirse armado después de hacerlo, como si le faltara antes alguna pieza.

 Quiere saludarlo o incluso hacerle alguna broma, sus sentidos están agudos, sus manos quieren temblar, la comisura de sus labios se quiere alzar y su cuerpo ya no le pertenece.

 Algo dentro de él se revuelve. La última vez que se vieron se habían besado y nuevamente estaban de frente.

 Bosco está bien arreglado como siempre: zapatos relucientes, suéteres caros y camisas bien planchadas.

 Este no era como otros chicos que Pepa había conocido. Antes había tenido romances secretos y fugaces que creaban mariposas en su estómago, había tenido enamoramientos con amigos suyos y amigos de los que se enamoraba platónicamente, pero esto era distinto.

Bosco, aunque no era su tipo, había sido un flechazo. Normalmente se alejaría de chicos como él: groseros y altaneros, pero lo llamaba de alguna forma. Luego de convivir con él había tenido un enamoramiento que ya no rozaba lo platónico, se preguntaba si Bosco alguna vez había sentido los ojos lagrimear de ver a alguien que le gustaba de manera sobrehumana, como le estaba pasando a él.

Su mente activa se silencia por una revolución extraña de su cuerpo, como si lo sacudiera haciendo vibrar su sangre y su corazón golpeara con tanta fuerza que le sacaba el aire.

La piel le pica y el aroma alfa de Bosco le arde en la nariz. ¿Por qué demonios él percibía las hormonas de Bosco?

—¿Cómo entraste? —Es tosco y saca al castaño de su parálisis.

—Ah, pues aquí todos nos conocen. —Pepa no se da cuenta cuando inclina la cabeza o cuando las mejillas le empiezan arder, pero ve el rostro de Bosco siendo impasible. —Vine a entregarte el libro que me prestaste.

Y si el destino no alcanza construyo un puente (Bospa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora