Fauzia AbbasEl silencio abunda en la habitación, mientras mis manos acarician mis cicatrices. Cada una de ellas se resaltaba con fuerza en mi piel, bajo la luz del sol, como si el sol quisiera burlarse de mí, como si esas marcas en mi piel no fueran suficientes recordatorios de lo que he vivido.
Pasé los dedos sobre ellas, con delicadeza y atención, sintiendo cómo aquella textura irregular me recuerda cada uno de esos momentos dolorosos que viví.
—Cada una de estas... —susurré, sola en la habitación— es un recuerdo del infierno que soporté.
De lo que me hicieron, de todo lo que me rompió en pedazos.
Mi voz resonaba vacía con aquel dolor encarnado en mi alma. Sabía que estas cicatrices no son solo físicas. Son de las más profundas, aquellas que no se ven a simple vista, las que llevo por dentro del alma y que ni siquiera el tiempo parece querer sanar. El sol que una vez me reconfortaba ahora solo hace que me sienta más vulnerable, más expuesta ante todo lo que pasé.
Siento cómo las lágrimas quieren salir, pero las detengo, como una vez más del montón. No podía llorar una vez más por esto, ya no soy capaz de hacerlo esta vez. Estas cicatrices, aunque las odio con todo mi ser, son lo único que me recuerda que sobreviví, que seguía viva después de todo lo que pasó, después de todo lo que me hicieron.
Me duele, no solo recordar, sino sentirlo otra vez. Porque aunque esté aquí, lejos de ese infierno, nunca he dejado de revivirlo en mi mente. En mis sueños, esas noches vuelven una y otra vez. Las manos que me rompieron, los gritos que nadie escuchó. Todo es recordado con cada detalle. Me quitaron tanto, me dejaron con tan poco, y aun así, me obligaron a seguir adelante, a sobrevivir en medio de este infierno.
—Esas noches... —cierro los ojos, luchando por no dejar que los recuerdos me devoren—. Cada golpe, cada insulto, cada vez que me hicieron sentir como si no valiera nada.
Respiro hondo, tratando de no perderme en esos pensamientos otra vez, pero es difícil. Mis manos siguen recorriendo las cicatrices como si intentaran sentir esa dulce piel que una vez sentí, como si intentaran buscar amor en medio de las ruinas.
Cada cicatriz es un pedazo de mi vida, de lo que me quitaron, de lo que jamás recuperaré.
Pero aquí estoy, mirando esas marcas bajo la luz del sol, intentando convencerme de que son un testamento de mi fuerza, de que aún estoy de pie... aunque a veces sienta que apenas lo logro.
—Esto no se cura con el tiempo... —murmuré, mientras mis dedos seguían trazando mis cicatrices que recorren mi piel, como si con cada caricia a las cicatrices pudiera borrar el pasado, aunque sabía que eso era imposible.
—Pero sí que se curarán con mis caricias —escuché una voz fría, llena de esa arrogancia que siempre lo rodeaba.
Mi cuerpo se tensó de inmediato ante aquella voz. Sin querer creer lo que acababa de escuchar, mi cuerpo se giró, viéndolo a él.
Ahí estaba, de pie en la puerta, su silueta envuelta en un traje negro, impecable y lujoso, tan elegante como imponente. Su cuerpo se veía perfecto, como si nada de lo ocurrido le importara.
Como si nada hubiera pasado, como si mi alma no estuviera entre la vida y la muerte.
La luz del sol filtrándose a través de la ventana resaltaba los bordes de su figura, haciendo que su presencia llenara toda la habitación con una mezcla de poder y frialdad. Sus ojos, siempre tan oscuros y calculadores, me estudiaban sin parpadear, como si todo lo que veía le perteneciera, como si yo le perteneciera...
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El Capo y su Dama
RomanceAquella mujer solo era una cocinera como las demás. Dulce, sonriente, amable, todo lo que un ser humano necesita para poder ser feliz . Pero ella, cayó en las manos equivocadas, cayó entre las manos de su jefe, el Capo de la Mafia japonesa. Akihiro...