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★– Sombras del Pasado.

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Rodrigo sabía que el pequeño respiro que había tenido en las últimas semanas no podía durar para siempre. El bullying nunca desaparecía realmente, solo se escondía, esperando el momento perfecto para atacar de nuevo. Y ese momento había llegado.

Esa mañana, mientras caminaba hacia su casillero, notó las miradas furtivas, las risas a escondidas y los murmullos a sus espaldas. Trató de ignorarlo, como lo había hecho tantas veces antes, pero había algo diferente en el aire. Un peso que lo hacía sentir expuesto, vulnerable.

Al llegar a su casillero, vio lo que lo había provocado todo. Pegado a la puerta, había un papel garabateado con letras gruesas y rojas: **"Eres un bicho raro, nadie te quiere"**. El estómago de Rodrigo se hundió. Trató de arrancar el papel rápidamente, pero al hacerlo, su mochila cayó al suelo, desparramando sus cosas por todas partes. Las risas estallaron alrededor de él.

"¡Míralo! No puede ni con una simple mochila," alguien gritó entre la multitud. Rodrigo sintió las lágrimas ardiendo detrás de sus ojos, pero no iba a llorar. No allí, no frente a ellos.

Agachándose rápidamente, comenzó a recoger sus cosas, con las manos temblorosas. De repente, una mano apareció frente a él, ayudándolo a levantar sus libros. Levantó la vista y vio a Iván, su rostro serio, pero tranquilo. Sin decir una palabra, Iván recogió los libros y se los pasó.

"¿Estás bien?" murmuró Iván, su voz suave, como si no quisiera atraer más atención hacia ellos.

Rodrigo asintió rápidamente, sin levantar la vista. "Estoy bien", mintió, su voz apenas un susurro. Sabía que Iván no le creía, pero agradecía que no insistiera.

Se levantaron juntos, y las miradas a su alrededor finalmente empezaron a disiparse, aunque Rodrigo sabía que los murmullos continuarían. Sin decir nada más, Iván se quedó a su lado mientras caminaban hacia la clase. La presencia de Iván era reconfortante, pero en ese momento, no podía evitar sentir que su presencia solo atraía más atención no deseada.

***

El resto del día pasó en un borrón. Rodrigo intentaba concentrarse en las clases, pero las palabras en la pizarra parecían desvanecerse frente a sus ojos. La nota, las risas, las miradas, todo se mezclaba en su cabeza, recordándole lo insignificante que se sentía. Se preguntaba cuánto tiempo más podría seguir soportando esto.

Cuando finalmente llegó el final del día, Rodrigo no esperó a nadie. Salió de la escuela rápidamente, su corazón palpitando en su pecho, tratando de alejarse de todo. El aire frío de la tarde lo golpeó, pero no alivió la tensión en su cuerpo. Caminó sin rumbo fijo, sin querer volver a casa, sin querer enfrentarse a su madre ni a sus propias inseguridades.

Mientras caminaba, los pensamientos se acumulaban en su mente: **¿Por qué Iván se molestaba en ayudarme? ¿Por qué no puede ver lo patético que soy? ¿Qué pasa si también se cansa de mí?**

Se detuvo frente a un banco en el parque y se sentó, apoyando la cabeza entre sus manos. Las lágrimas que había estado conteniendo todo el día finalmente comenzaron a caer, silenciosas pero implacables. Sentía que nunca sería suficiente, que nunca podría escapar del dolor que lo perseguía día tras día.

De repente, una sombra apareció a su lado. Rodrigo levantó la vista, esperando encontrar a algún extraño curioso, pero, para su sorpresa, era Iván nuevamente.

"¿Te has ido sin despedirte de nuevo?" dijo Iván, con una sonrisa suave en los labios. Pero cuando vio las lágrimas en el rostro de Rodrigo, su expresión cambió inmediatamente. Se sentó a su lado en silencio.

Rodrigo rápidamente se limpió el rostro, tratando de ocultar su vulnerabilidad, pero ya era demasiado tarde. "Estoy bien", mintió una vez más, su voz temblando.

Iván no dijo nada. Simplemente se quedó allí, dándole espacio, sin presionarlo para hablar. Y de alguna manera, ese silencio compartido era más reconfortante que cualquier palabra de consuelo que pudiera haber dicho. Después de unos minutos, Rodrigo finalmente rompió el silencio.

"¿Por qué te molestas en ayudarme? Sabes lo que dicen de mí, lo que me hacen. No tiene sentido que estés aquí."

Iván lo miró con calma, su mirada firme pero amable. "No siempre tienes que tener una razón para ayudar a alguien. A veces, simplemente es lo correcto."

Rodrigo no sabía cómo responder a eso. Nadie había estado a su lado de esa forma antes. Había pasado tanto tiempo creyendo que no valía la pena, que no merecía la ayuda de nadie, que ahora no sabía cómo aceptar lo que Iván le ofrecía.

El viento fresco de la tarde soplaba suavemente, llevándose consigo las palabras no dichas entre ellos. Aunque el dolor seguía ahí, y las cicatrices del bullying seguían frescas, en ese momento, Rodrigo sintió que, tal vez, no estaba tan solo como había creído.

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𝘏𝘦𝘳𝘪𝘥𝘢𝘴 - 𝑅𝑜𝑑𝑟𝑖𝑣𝑎𝑛 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora