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★– Silencios compartidos.
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Rodrigo evitaba el contacto visual mientras caminaba por los pasillos de la escuela. Aunque no lo admitiría, una parte de él esperaba volver a encontrarse con Iván. No estaba acostumbrado a que alguien lo defendiera, y mucho menos a que lo hicieran sin esperar nada a cambio. Pero el miedo a ser herido de nuevo lo mantenía a la defensiva. En su experiencia, las personas siempre querían algo.

Se sentó solo, como de costumbre, en una de las esquinas más apartadas del comedor. El lugar donde nadie se molestaba en mirarlo, donde podía comer sin sentir las miradas de juicio o las palabras crueles. Su bandeja estaba casi vacía. Había tomado algo de comida, más por aparentar que por tener hambre. Miró el reloj. Solo veinte minutos más y podría escapar de ese lugar.

Sin embargo, justo cuando pensaba que iba a tener un almuerzo tranquilo, una sombra apareció frente a él. Levantó la vista lentamente y ahí estaba Iván, con una bandeja en la mano y una sonrisa en el rostro.

"¿Te molesta si me siento?", preguntó, aunque ya estaba tomando asiento frente a Rodrigo.

Rodrigo lo miró sin decir una palabra, desconcertado. No sabía cómo reaccionar. Nadie jamás había querido compartir su mesa, y mucho menos alguien que, al parecer, no tenía miedo de enfrentarse a los matones.

Iván tomó un bocado de su almuerzo antes de volver a hablar. "¿Te siguen molestando esos tipos?"

Rodrigo se encogió de hombros. "Siempre lo hacen."

"¿Y nunca has pensado en enfrentarte a ellos?"

Rodrigo se quedó en silencio por unos momentos. La idea de enfrentarse a Marcos y su grupo le parecía imposible. Cada vez que intentaba defenderse, las cosas solo empeoraban. "No vale la pena", respondió finalmente, con la voz baja.

Iván frunció el ceño. "Eso no es verdad. Nadie debería soportar lo que te están haciendo."

Rodrigo dejó el tenedor en su bandeja y cruzó los brazos, incómodo. "¿Por qué te importa? No me conoces."

Iván se recostó en la silla, como si estuviera considerando su respuesta. "Tal vez porque sé lo que es sentir que no tienes a nadie de tu lado. Y odio ver a alguien pasar por eso."

Rodrigo lo miró, sorprendido por la sinceridad de sus palabras. En ese momento, algo dentro de él empezó a cambiar, aunque apenas podía identificarlo. No estaba listo para confiar en Iván, pero por primera vez en mucho tiempo, la presencia de alguien más no le resultaba asfixiante.

Los minutos pasaron en un silencio que no era incómodo, sino compartido. Iván no presionaba para obtener respuestas ni esperaba que Rodrigo se abriera. Simplemente estaba allí, acompañándolo.

Antes de que terminara el almuerzo, Iván se levantó y, con una sonrisa, dijo: "Nos vemos en clase." Rodrigo lo observó alejarse, y aunque no lo admitiría, sentía algo que hacía mucho no experimentaba: una chispa de esperanza.

Esa tarde, mientras caminaba de vuelta a casa, Rodrigo no podía dejar de pensar en Iván. Nadie se había tomado el tiempo de hablar con él, de intentar entender lo que estaba pasando en su vida. Sentía una mezcla de emociones: agradecimiento, confusión, y un temor latente de que todo esto fuera solo temporal, un espejismo que se desvanecería en cualquier momento.

El aire de la tarde era fresco, pero el peso de sus pensamientos hacía que cada paso se sintiera pesado. Cuando llegó a casa, su madre lo esperaba en la sala, su preocupación evidente.

"¿Cómo te fue hoy?", preguntó con una voz suave.

Rodrigo se encogió de hombros. "Igual que siempre." No tenía la energía para hablar de más.

Se dirigió a su habitación, cerró la puerta y se dejó caer en la cama. Las sombras de la tarde se filtraban por la ventana, creando un ambiente de calma en su pequeño refugio. Pensó en el almuerzo con Iván, en su sonrisa, en su valentía. No sabía si podría confiar en él, pero una parte de Rodrigo deseaba, aunque fuera solo por un instante, que las cosas pudieran ser diferentes.

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𝘏𝘦𝘳𝘪𝘥𝘢𝘴 - 𝑅𝑜𝑑𝑟𝑖𝑣𝑎𝑛 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora