7.

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Grietas en la superficie.

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Rodrigo se levantó esa mañana con una sensación de vacío, una sensación que ya se le hacía familiar. Aunque el sol entraba por las cortinas de su habitación, su mente seguía atrapada en las sombras. Miró su reflejo en el espejo, una vez más, pero evitó mirarse directamente a los ojos. 'Era más fácil no enfrentarse a uno mismo cuando todo lo que veías te decepcionaba'.

El sonido de su celular lo sacó de sus pensamientos. Era un mensaje de Iván. Últimamente, eso se estaba volviendo una costumbre: un mensaje corto y amistoso por las mañanas, como si Iván supiera que esos pequeños gestos eran lo único que a veces lo mantenían en pie.

**Iván: ¡Hoy tenemos examen de historia! No te olvides. Si quieres, repasamos en el recreo.**

Rodrigo no pudo evitar sonreír. Iván siempre estaba pendiente de esos detalles. Y aunque por fuera intentaba mostrarse distante, por dentro, Rodrigo empezaba a valorar cada vez más esa amistad. 'Una amistad que, si se permitía admitirlo, significaba más de lo que estaba dispuesto a reconocer.'

***

En la escuela, el día pasó con una lentitud insoportable. El peso de los rumores seguía persiguiéndolo, y aunque Iván intentaba distraerlo con charlas o bromas, Rodrigo no podía evitar sentir que cada mirada en los pasillos, cada susurro, era dirigido hacia él.

Durante el recreo, Iván se sentó junto a él, libros de historia en mano. “¿Listo para repasar? A ver, dime, ¿quién fue el primer emperador romano?” Iván sonrió, intentando hacer ligera la conversación.

Rodrigo lo miró, distraído. Su mente estaba en otro lugar. 'Las palabras hirientes, las risas de sus compañeros... todo eso lo asfixiaba'. "Augusto," murmuró automáticamente.

Iván lo observó con cuidado. "Sí, correcto. Pero... ¿estás bien?" Su tono se volvió más serio. Sabía que algo pasaba. Rodrigo estaba más distante de lo habitual.

"Sí, solo estoy cansado," mintió Rodrigo, como lo había hecho tantas veces antes. Sabía que Iván no creía del todo en sus palabras, pero agradecía que no insistiera.

"Si necesitas hablar, ya sabes que estoy aquí," dijo Iván, sin forzarlo, solo dejándole saber que no estaba solo.

Rodrigo asintió, agradecido por la comprensión de Iván. Pero aunque lo apreciaba, no podía sacudirse el miedo de abrirse por completo. '¿Qué pasaría si Iván se diera cuenta de lo roto que estaba? ¿De lo débil que realmente era?' No estaba listo para mostrar esas partes de sí mismo, no todavía.

***

La tarde llegó más rápido de lo que Rodrigo esperaba. La clase de educación física volvió a ser una pesadilla. El ejercicio de hoy era correr vueltas alrededor de la cancha, y el agotamiento físico de Rodrigo, sumado a su desgano, se reflejaba en cada paso que daba.

"¡Vamos, que te quedas atrás!" gritó el profesor, sin darse cuenta de la carga emocional que esas palabras llevaban para Rodrigo. Cada vez que alguien le decía que no estaba dando lo suficiente, no podía evitar sentir que era cierto. 'Que, de alguna manera, siempre estaba fallando.'

Después de lo que parecieron horas, la clase terminó. Rodrigo se sentó en una esquina del gimnasio, jadeando, intentando recuperar el aliento. Iván se acercó a él, como solía hacer, pero esta vez notó algo diferente en la expresión de Rodrigo. Lo conocía lo suficiente como para saber que estaba al límite.

"Rodrigo, creo que deberíamos hablar."

Rodrigo lo miró, tratando de mantener la compostura, pero sabía que estaba al borde de romperse. "No hay nada de qué hablar," murmuró, más para sí mismo que para Iván.

"Lo hay. Te he visto. Sé que algo te está consumiendo, y aunque no quieras decírmelo, no puedo quedarme sin hacer nada."

Las palabras de Iván atravesaron la coraza que Rodrigo había construido a su alrededor. Sentía la presión en su pecho, el nudo en su garganta. Durante meses había escondido su dolor, pero ahora, frente a Iván, todo parecía demasiado grande para seguir ignorándolo.

"Yo... no sé cómo lidiar con esto," admitió finalmente, con la voz rota. "Todo lo que dicen... todo lo que siento... no lo soporto más."

Iván lo miró, su rostro lleno de preocupación, pero no de lástima. "Rodrigo, no tienes que cargar con esto solo. No está mal sentirte así, pero tienes que dejar que alguien te ayude."

Rodrigo nunca había sido bueno pidiendo ayuda. Siempre había creído que debía soportarlo todo en silencio, que nadie entendería realmente lo que pasaba por su mente. Pero Iván no lo juzgaba. No lo veía como un caso perdido. Lo veía como alguien que valía la pena, y aunque Rodrigo aún no podía verlo, esa pequeña chispa de esperanza era lo único que lo mantenía a flote.

"Está bien," susurró finalmente. "Te contaré, pero... no ahora. No estoy listo."

Iván asintió, entendiendo. "Cuando estés listo, aquí estaré."

El camino seguía siendo incierto, lleno de obstáculos, pero por primera vez en mucho tiempo, Rodrigo sintió que tal vez, solo tal vez, no tendría que enfrentarlo todo solo.

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𝘏𝘦𝘳𝘪𝘥𝘢𝘴 - 𝑅𝑜𝑑𝑟𝑖𝑣𝑎𝑛 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora