Capítulo 2

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Habían pasado tres meses del accidente. No sabía exactamente por qué había vuelto a Greenville. O quizás sí. Ella se había convertido en lo único bueno que había hecho en mi inútil vida en los últimos años. Necesitaba volver a verla, no para que me diera las gracias, sino para recordarme a mí mismo que todavía había esperanza para alguien como yo.

Pero ahí estaba, sentado en mi camioneta, frente a la veterinaria, con las manos sujetando el volante como si dependiera de ello y dudando sobre qué hacer. Miraba la puerta, preguntándome si realmente era una buena idea conocerla. Después de todo, ese día, tras dejarla en el hospital y dar las explicaciones a las autoridades, había desaparecido. Aún así, había llamado un par de veces solo para asegurarme de que había sobrevivido.

Desvié la mirada hacia el asiento del acompañante. Brownie me observaba inquieto.

— ¿Tú qué opinas? ¿Quieres conocerla?

El pequeño empezó a saltar emocionado. Supongo que eso era un 'sí'.

Al entrar en la recepción, el sonido de una campanilla me sacó de mis pensamientos. Una voz desde atrás del mostrador me hizo darme cuenta de que no estaba solo.

—Dame un minuto y estoy contigo.

Me quedé inmóvil. ¿Sería ella? Unos segundos después, apareció una chica de unos veinte años. De inmediato reconocí esa larga cabellera castaña y su rostro... ahora lleno de vida.

Sonreí, sin querer. Sí, era ella.

—Hola —saludé, mi voz sonó más calmada de lo que me sentía por dentro.

Ella me sonrió, pero su mirada rápidamente se dirigió al cachorro que se movía inquieto en mis brazos. Apenas alcanzamos a hacer contacto visual. Estaba claro que Brownie se había robado su atención.

—¡Hola!... ¡Un beagle! —exclamó, con un brillo en los ojos mientras tomaba al pequeño en sus brazos— Es precioso. ¿Cómo se llama?

La seguí con la mirada, cada uno de sus movimientos capturaba mi atención. Algo en ella me devolvía la paz, esa misma sensación que tuve cuando me enteré de que había sobrevivido. Era ella, el único milagro en mi vida.

—Brownie.

En ese instante, su mirada se detuvo en la mía. Me miró de reojo, como si algo en mi voz o en mi presencia le resultara familiar. Quizá fue mi rostro, quizá algún detalle que logró guardar de ese día. No lo sabía con certeza, pero sentí que el momento había llegado.

—Tú no eres de por aquí... ¿Nos conocemos?

Sonreí. Pero no de esas sonrisas forzadas que usaba cuando quería impresionar a alguien. Con ella no necesitaba eso.

—Tal vez sí —asentí, clavando mis ojos en los suyos.

Y ese fue el momento. Pude verlo en sus ojos, en ese brillo que apareció de repente. Depositó suavemente al cachorro en el suelo, y dio un par de pasos hacia mí. Su cuerpo estaba a centímetros del mío, y entonces, sin dudarlo, me rodeó con sus brazos. Sentí su calor, su fuerza, sus latidos. Fueron apenas algunos segundos que se estiraron como una eternidad. Y no me importó. Ni siquiera lo pensé. Tenerla así, sentir su cuerpo vivo contra el mío, los latidos de su corazón bombeando con fuerza... fue la mejor sensación que había experimentado en años. Mejor que el sexo, mejor que el dinero, mejor que cualquier cosa que pudiera haber experimentado antes.

Cuando se separó, me regaló una sonrisa que me hizo sentir invencible. No se apartó demasiado, solo lo justo. Era increíble cómo, en cuestión de minutos, el espacio personal de ambos parecía haber desaparecido. Y a ninguno parecía importarle.

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