Capítulo 3

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Había partes de mi pasado que prefería no recordar. Pero mientras el silencio me envolvía en la cabina de la camioneta, las imágenes de esa noche en el hotel volvieron a mi mente como un maldito fantasma que nunca terminaba de desaparecer.

El salón estaba lleno de gente que, a simple vista, no tenía nada en común conmigo. Aunque, para ser honesto, me estaba empezando a acostumbrar a codearme con ese tipo de personas. El lugar era ostentoso a mas no poder: paredes blancas como un hospital de ricos, espejos dorados que reflejaban todo el exceso, y lámparas de cristal que lanzaban una luz tenue, como queriendo suavizar todo ese circo. Las conversaciones iban y venían, pero controladas, todo calculado, como si cada persona allí supiera exactamente cómo comportarse en medio de tanta opulencia.

Era una de esas galas privadas que organizaban para recaudar fondos, donde los millonarios se mostraban generosos, aunque todos sabían que el verdadero juego era otro: hacer conexiones, cerrar tratos y, en algunos casos, encontrar distracciones.

Me escabullí hasta la barra, queriendo alejarme del grupito con el que había llegado. Cuando pedí mi trago, la vi. Una mujer impresionante, sentada sola en un sofá de terciopelo rojo cerca de las ventanas. Su vestido negro ajustado dejaba claro que sabía perfectamente lo que hacía con su cuerpo, y su cabello rojizo caía en ondas sobre sus hombros, dándole un aire salvaje. La forma en que cruzaba las piernas me dejó claro que esa mujer no solo sabía cómo llamar la atención, sino que le encantaba hacerlo. Algo en ella gritaba peligro, pero también era justo eso lo que me atraía.

Con la misma seguridad de siempre, decidí acercarme.

—¿Te gustaría tomar una copa conmigo? —le dije, acercándome lo suficiente como para que su perfume me envolviera, una mezcla embriagante de especias y algo floral que no lograba identificar del todo, pero que me dejó con ganas de más.

Ni siquiera se molestó en mirarme. Seguía con la vista perdida en el salón, como si mi presencia no fuera más que un ruido de fondo.

—Creo que estás un poco perdido, cariño. Intentas volar demasiado alto —respondió con una voz suave pero irónica.

Una sonrisa se me escapó. Me encantaba un buen desafío.

—Y yo creo que no me miraste lo suficiente —repliqué, firme, pero dejando que mi interés se deslizara en cada palabra— Si lo hicieras, te darías cuenta de que no sólo puedo volar, sino que me sobran alas.

Al fin, giró su rostro hacia mí. Sus labios se curvaron en una sonrisa peligrosa, el tipo de sonrisa que promete problemas. Me recorrió con la mirada, esos ojos verdes que parecían saberlo todo de mí en un segundo.

—Bien, te estoy mirando —susurró, y en su voz había una provocación calculada— Además de una cara bonita, ¿qué más puedes ofrecer?

Su mirada tenía deseo, sí, pero también frialdad, como si esto fuera un juego que había jugado mil veces. Yo, por otro lado, acepté el reto con una sonrisa confiada.

—Te sorprendería lo increíblemente bueno que soy en ciertas cosas —solté, manteniendo el contacto visual.

Fue suficiente. No hubo necesidad de palabras adicionales, porque ya todo estaba dicho entre líneas. Sin saber aún quién era, la seguí hasta el ascensor. La tensión entre nosotros aumentaba con cada segundo, y cuando finalmente llegamos a su habitación, lo que sucedió fue casi inevitable.

Nos entregamos al placer con una intensidad casi salvaje. Era apasionada, eso era innegable. Pero había algo frío en su forma de moverse, como si sólo buscara saciar una necesidad física. A mí me daba igual; tampoco estaba allí buscando sentimientos. Todo fue rápido, directo, y de una manera que ambos parecíamos entender perfectamente. Al menos, eso creí.

Al terminar, mientras me vestía, ella rompió el silencio.

—Estoy casada, ¿sabes? —comentó con una indiferencia que me desconcertó un poco.

Nunca había estado con una mujer casada y, aunque una parte de mí sintió cierta pena por el hombre del que hablaba, otra parte supo que no valía la pena preocuparme. No parecía afectada por su situación, y mucho menos debería estarlo yo.

—¿No vas a pedirme mi número? —preguntó mientras se abrochaba el vestido, pero su tono ahora sonaba algo más suave, casi vulnerable, lo que me hizo pensar que esta aventura significaba más para ella de lo que quería admitir.

Sonreí para calmar la tensión.

—Claro que iba a hacerlo —mentí, tomando mi teléfono.

No la busqué después de eso. Había disfrutado el momento, pero también sabía que ella era un problema con el que no quería involucrarme. Ya tenía demasiadas cosas en mi mente como para añadir una mujer casada a la lista.

Una semana después, mientras tomaba algo en un bar con mis amigos, vi su nombre parpadear en la pantalla de mi teléfono. Sienna. Me estaba esperando en un hotel cercano. Suspiré, sabiendo que era un idiota si dejaba pasar la oportunidad de estar de nuevo con una mujer así.

Esta vez, el encuentro no fue tan electrizante. Aunque la química física seguía ahí, algo se había disipado. Quizá era la falta de una conexión real o el hecho de que suelo aburrirme rápido. Lo que fuera, sabía que esa historia ya estaba cerrada para mí. Nos despedimos aquella noche con la promesa de vernos de nuevo, pero ya sabía que no ocurriría. Para mí, aquello ya no tenía sentido.

El ladrido repentino de Brownie me arrancó de esos recuerdos, devolviéndome a la realidad. Aún estaba en la carretera, de regreso a la cabaña, después de haber visto a Camila. Sin embargo, Sienna se había convertido en una sombra, frustrando cualquier intento que hacía por encontrar una solución a todo.


No sé ustedes, pero parece que Sienna va a complicar mucho las cosas...¿Opiniones?


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