Capítulo 15

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Había ido al pueblo a comprar algunas cosas que necesitaba. Pero, sin darme cuenta, terminé en la calle de la veterinaria. ¿Y si pasaba a tomar un café con Camila? No sonaba nada mal. Hacía una semana que habíamos vuelto de Toronto y no había dejado de pensar en ella. Extrañarla no era suficiente.

Pero antes de llegar, algo me frenó en seco. Un grupo de vecinos estaba agolpado frente a la veterinaria. Mi sexto sentido me advirtió que algo andaba mal.

Estacioné la camioneta y caminé hacia la pequeña multitud. Entre los murmullos y las miradas curiosas, ahí estaba Camila. Discutía acaloradamente con un policía. También había un par de muchachos, los típicos niños ricos del pueblo. Me dio una rabia tremenda, sólo de ver su cara.

Me acerqué a una señora para preguntarle qué había sucedido.

—Es ese Kevin Michel, el sobrino del alcalde —me dijo— Casi atropella al perro del señor Rodríguez. El pobre animal cruzaba la calle cuando este imbécil pasó a toda velocidad. No es la primera vez que ese mocoso mete la pata. Camila lo tiene fichado, pero siempre se sale con la suya.

Decidí acercarme un poco más, por las dudas. Camila estaba furiosa. Nunca la había visto tan enojada.

—¡Siempre haces lo mismo, Ed! —le gritaba, su voz cargada de furia contenida— ¿Sólo una multa? ¿Vas a esperar hasta que mate a alguien para quitarle el permiso de conducir?

Ed, con el ceño fruncido, meneaba la cabeza, claramente incómodo.

—Camila, sabes que no es tan sencillo, ponte en mis zapatos por favor —dijo acercándose a ella, casi en una súplica patética.

Ella lo miró como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo.

—Entonces, ¿no vas a hacer nada otra vez? ¿Para qué diablos pagamos nuestros impuestos?

Mientras tanto, Kevin junto a su amigo, murmuraba por lo bajo, lanzando comentarios que apenas se distinguían entre el murmullo. Camila lo ignoraba por completo, concentrada en hacer que el policía moviera un dedo. Pero yo no. Decidí acercarme más para escuchar lo que ese idiota decía.

Y llegué justo a tiempo.

—Estás muy nerviosa, Camila. La soltería te está afectando. Si quieres, puedo ayudarte a que te relajes —soltó con una sonrisa libidinosa que me hizo apretar los dientes

Ella se dio vuelta justo cuando yo ya había tomado al tipo de las solapas de la chaqueta y lo había empujado contra la puerta del auto.

—Repite en mi cara lo que dijiste, idiota — amenacé, manteniendo apenas la calma, aunque por dentro quería partirle la cara.

Sentí la mano de Camila en mi brazo, tratando de calmarme.

—Julian, suéltalo, no vale la pena —me suplicó.

La miré con mi mejor sonrisa de loco. Esa sonrisa que había perfeccionado años atrás, cuando tenía que proteger a mis hermanas de idiotas como este. Y funcionaba siempre. Era terrorífica.

—Sólo un minuto — respondí divertido, pero sin soltar al tipo— Kevin acaba de decirme que quería pedirte perdón, ¿verdad?

Apreté un poco más las solapas, lo suficiente para que sintiera que no estaba bromeando. El tipo asintió, tragando saliva. Incluso el policía, que ya estaba junto a nosotros, parecía más asustado que el propio Kevin.

—Lo siento, Camila —dijo el imbécil al fin, con voz temblorosa.

Apreté un poco más antes de soltarlo con una sonrisa triunfal.

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