Capítulo 20

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Habían pasado diez días y, finalmente, el problema estaba solucionado. Gracias a mi gestión y al equipo legal que me acompañaba, logramos dar vuelta la situación por completo, incluso obteniendo el desistimiento de la demanda. Un movimiento quirúrgico. Los japoneses comían, literalmente, de la palma de mi mano.

No había sido sólo cuestión de reuniones formales. También hubo salidas nocturnas, algo más informales, donde me porté como un verdadero santo. A pesar de las tentaciones que me rodeaban, solo cedí a beber un poco de más y decir algunas tonterías calculadas, apenas para estrechar mis lazos con mis amigos nipones.

En una de esas noches, Nakamura—tras unas copas de sake y en tono de confidencia—me sugirió que, con el talento que tenía, podría perfectamente abrirme camino por mi cuenta. Ellos, por supuesto, estarían dispuestos a apoyar cualquier proyecto del que yo fuera parte. Hubiera dado lo que fuera por ver la cara de Beaumont o, mejor aún, la de Campbell si hubiesen escuchado esa conversación. Nakamura no estaba hablando de cualquier cosa. Me estaba ofreciendo una carta de salida dorada.

No era que necesitaba oírlo. Conocía mi valor. Cada maldito dólar que recibía de esa empresa estaba más que justificado. Y también sabía que podía llegar mucho más lejos si me lo proponía. El problema era que ahora no estaba del todo seguro de qué quería en ese momento.

Por supuesto que me faltaban horas de vuelo. Todavía había jugadores en la mesa con más cartas bajo la manga. Pero eso no me preocupaba. Lo que me faltaba en experiencia, lo compensaba con inteligencia y carisma. Y eso, una vez pulido, sería suficiente para tomar la delantera y ganarle a cualquiera.

Lo que necesitaba ahora era simple: que John confiara en mí para manejar este tipo de situaciones, y que Beaumont dejara de meter sus narices en todo lo que hacía. Si lograba que me dejaran moverme con más libertad, el tablero cambiaría por completo. Iría construyendo mi propia red de contactos y después...

Y después vería qué hacer con eso.

Estaba empezando a preparar mis cosas. Teníamos pensado volver a Canadá al día siguiente. Mi plan era simple: pasar por la empresa y regresar de inmediato a Greenville. Hablábamos todos los días, pero me moría de ganas de verla.

Sin embargo, Tokio aún no había dado todas sus sorpresas.

Eran cerca las dos de la tarde, cuando Kristen me mandó un mensaje en off, avisándome que John y Sienna acababan de aterrizar. Al parecer, mi ex suegro estaba eufórico con el resultado de nuestra operación y no quiso perderse la oportunidad de sumarse a la victoria.

No pude evitar pensar que tendría que ver otra vez a Sienna. Genial. Trataría de no amargarme por anticipado. Este era mi momento, no dejaría que lo arruine.

Me recosté en la cama, listo para descansar un rato, cuando mi teléfono empezó a vibrar. Era John.

— ¡Julian! — dijo eufórico — ¡Eres un maldito cabrón, chico! Me has salvado el culo y nos has ahorrado una fortuna. ¡Eres una puta máquina!

Me limité a sonreír. Tenía razón. Debería besarme el trasero por el resto de su vida. Si no fuera por mí, la imagen internacional de la empresa se habría ido por el retrete, y él lo sabía.

Quizás por eso organizó una cena esa noche, en el hotel, y se encargó él mismo de hacerme saber que debía estar presente. Un detalle, supongo. Al cortar, no pude evitar pensar en lo diferentes que serían las cosas si lo de Sienna no hubiera ocurrido.

Pero bueno, nada en la vida podía ser perfecto.

Después de darme una ducha, me vestí y bajé al salón. Apenas entré, divisé nuestra mesa. Me acerqué con confianza, sintiéndome invencible. Campbell se levantó de inmediato y me dio un abrazo fuerte, apestando a whisky caro y a esa energía de macho dominante que siempre intentaba imponer. Beaumont lo miraba desde su asiento con los dientes apretados. La envidia le salía por los poros. Kristen me guiñó un ojo desde su lugar, mientras Sienna... Bueno, Sienna se limitó a una sonrisa sutil.

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