Capítulo 10

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Una vez que terminamos de comer, ordenamos la cocina juntos. Dejamos todo impecable, pero, en lugar de despedirnos, me planté frente a la cafetera. Realmente, no quería que la noche terminara tan pronto.

Nos sentamos en la isla, y mientras el café terminaba de hacerse, me di cuenta de lo relajado que estaba. El dolor de espalda ya no me molestaba tanto.

— Tu abuela, la de las contracturas, ¿vive por acá también? —le pregunté, más curioso de lo que debería estar por alguien que ni siquiera conocía.

— No, mi abuela paterna está en Quebec. Pero la que dices... ella vive en Brasil —contestó con total naturalidad.

Fruncí el ceño, un poco sorprendido.

— ¿Brasil? —solté, como un idiota.

Ella soltó una risa suave.

— Sí, es de Brasil. Mi mamá también era de allá. Mi hermana y yo nacimos allá, de hecho.

La miré, tratando de procesar la información. Había algo en ella que siempre me había parecido único, especial... y ahora entendía por qué. Brasil. Un lugar del que no tenía ni idea, pero que, de pronto, me parecía increíble. Le serví más café, aprovechando cualquier excusa para alargar la conversación.

— Nunca mencionaste lo de Brasil.

Ella se encogió de hombros con una sonrisa ligera.

— Todos lo saben.

— Bueno, yo no lo sabía. —levanté una ceja, bromeando— ¿Pero qué edad tenías cuando llegaste aquí?

— Siete.

— Entonces hablas...

— ¿Portugués? Sí —respondió entre risas— Crecí aprendiendo las dos lenguas. Al principio era un lío, confundía todo, pero luego se volvió natural.

No podía apartar los ojos de ella. Había conocido gente de todo el mundo, pero nunca a nadie de Brasil. Y, de pronto, quería saber todo.

— No quiero ser entrometido, pero... ¿tu papá? ¿Cómo terminó en Brasil? —pregunté, intentando sonar casual, pero con la curiosidad devorándome por dentro.

Ella me miró y sonrió, como si le hiciera gracia mi pregunta.

— Mi papá siempre fue un espíritu libre, muy aventurero —empezó, con un brillo en los ojos— Después de la universidad, ahorró todo lo que pudo y decidió viajar por Sudamérica. Estuvo en Argentina, Chile, Perú... pero cuando llegó a Brasil, todo cambió. Se quedó en el hostal que mi abuela tenía en la playa y ahí conoció a mi mamá, Isabella.

La escuchaba con atención, fascinado por esa mezcla entre lo exótico y lo familiar que representaba para ella.

— Mi mamá tenía diecinueve, y mi papá era algunos años mayor. Suficiente como para que mi abuela se preocupara, además de que era extranjero —sonrió con nostalgia— Pero se enamoraron profundamente. Papá se quedó hasta que el dinero se le acabó y tuvo que regresar aquí. Parecía que la cosa había terminado, pero no se rindió. Dejó todo en Greenville y se mudó a Brasil para empezar de cero.

La determinación de su padre me dejó pensando. Era el tipo de decisión que me resultaba familiar, pero por razones muy distintas.

— Se casaron un año después. Primero llegó Anna, y luego yo.

La emoción en su voz era imposible de ignorar. El amor de sus padres parecía haber superado todo. O casi todo.

— Seguro te preguntas cómo terminamos aquí, ¿verdad? —dijo, su tono suavizándose de golpe, como si el dolor que venía fuera inevitable.

— No hace falta que lo cuentes si no quieres —le respondí, con un nudo en la garganta.

Ver la mezcla de tristeza y resignación en sus ojos me descolocó.

— No, está bien. Es parte de la vida.

Su voz se volvió más seria, pero no perdió esa calidez. Me contó cómo su abuelo paterno enfermó y alguien tenía que hacerse cargo de la veterinaria en Greenville. Se mudaron a Canadá, y durante algunos años fueron felices, hasta que la vida decidió lo contrario. Su mamá enfermó de cáncer y, después de su muerte, su papá, aunque destrozado, se dedicó completamente a ellas, asegurándose de que nunca les faltara amor.

— ¿Y sabes? Lo hizo tan bien... — hizo una pausa, con una sonrisa suave— Nunca sentí tanto amor en mi vida. Es increíble, ¿verdad?

Sus palabras me dejaron sin aire. Aunque no lo dijera, estaba claro que perder a su padre había dejado una huella enorme en su corazón. Y de pronto, sentí la necesidad urgente de hacer algo. Lo que fuera. Abrazarla. Protegerla. Maldecir al destino por haberla lastimado tanto. Quería que volviera a sentir ese amor, que no se sintiera sola. No tenía sentido... pero, a estas alturas, nada de lo que me estaba pasando con ella parecía tenerlo.

Pero ahí me quedé, congelado. Mirándola en silencio, sin saber qué decir.

Y entonces, como siempre, Camila hizo que todo fuera más sencillo, aun sin darse cuenta. Mientras la veía ponerse de pie, no pude evitar pensar que su decisión de retirarse era también una manera de protegerse, de no dejar que el dolor se apoderara del momento. Lo entendí, respeté ese límite que parecía poner entre nosotros, un límite que tal vez era más para ella misma que para mí.

— Julian, creo que me voy a dormir —dijo con una sonrisa suave— Si no, mañana no vas a poder levantarme ni con una grúa.

Asentí, devolviéndole la sonrisa más cálida que pude encontrar en mí. Una sonrisa que, sin darme cuenta, había reservado sólo para ella.

— Claro. Te acompaño, también me voy a acostar —respondí mientras me ponía de pie.

La seguí, apagando las luces a medida que avanzábamos. Sin querer, esa chica se había convertido en mi guía, una especie de luz que me iluminaba un camino que había comenzado a transitar desde el primer día que la vi. No tenía ni idea a dónde me llevaría, pero de algo estaba seguro: era infinitamente mejor que el agujero en el que estaba metido.

— Gracias por todo —dijo ella, girándose hacia mí justo antes de entrar en su habitación.

Nuestros ojos se encontraron.

— De nada —le respondí, sintiendo un leve calor en mis mejillas— Que descanses.

La observé entrar en su cuarto y cerrar la puerta suavemente. Me quedé parado ahí, en el silencio que dejó detrás, sintiendo cómo la noche se asentaba a mi alrededor.

Entré a mi habitación solo, pero ella seguía ahí, conmigo. Camila tenía una forma de quedarse en mi cabeza, haciéndome imposible pensar en otra cosa. Me acosté sabiendo que no sería fácil dormir. No cuando empezaba a darme cuenta de que, en lo más profundo, deseaba cosas que no debería.

Y cada vez era más difícil ignorarlo.


¿Opiniones? Les cuento la mía. Siempre me emociono cada vez que leo este fragmento. De hecho es un capítulo corto en comparación a otros... que sé yo. Parece una locura pero es como si no quisiera prolongar más esa parte triste de la historia de Camila con sus padres. Pero, es parte de la vida también. Y necesario para que podamos conocerla ...

Próximo Capítulo más arriba...prometido!!! Abrazos.

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