Capítulo 22

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Esas dos semanas fueron las mejores semanas de mi vida, sin exagerar. Cami y yo nos veíamos prácticamente todos los días. Me encantaba cómo nos íbamos adaptando a una rutina que no se sentía rutinaria para nada. Cada noche era diferente. La llevaba a cenar a los mejores lugares de Greenville, esos rincones que sabía que la sorprenderían. Y luego, como si fuera un ritual no pactado, volvíamos a su casa y veíamos series hasta que se nos cerraban los ojos. Siempre terminábamos recostados en el sofá, ella acariciando mi cabello mientras yo la abrazaba por la cintura, perdidos el uno en el otro.

Un par de veces improvisamos picnics en el bosque, junto al arroyo. Nos tumbábamos en una manta, charlando hasta que el sol se escondía. Me fascinaba hacerla reír, adoraba su risa, tan suya, tan natural. No había mejor sonido para mis oídos que esa carcajada que se le escapaba cuando me ponía a bromear. Y, claro, no me podía resistir; cada vez que podía, la llenaba de besos. Sus labios eran mi debilidad. Ella, toda completa, era mi debilidad.

Maldición. Estaba enamorado, lo sabía.

No sólo de su risa o de cómo me miraba cuando hablaba de cualquier cosa. También me enamoraba quién yo era cuando estaba junto ella. Había algo sublime en nuestra conexión. A veces pienso que no tiene una explicación lógica. Era como si el destino se hubiera encargado de que todo encajara perfecto entre nosotros, a nivel emocional...pero también físico.

En ese sentido, por más que no quería apresurar las cosas, también había momentos en los que el deseo se abría paso y me costaba contenerlo. No podía evitar pensar en lo increíble que sería llevar nuestra relación al siguiente nivel.

Una noche, muy tarde, estábamos viendo televisión. Ella estaba recostada contra mí, con su cabeza en mi hombro. Yo la sostenía por la cintura, mis manos descansaban en su cadera. Ya saben cómo es eso... todo tranquilo, hasta que de repente empezamos a besarnos... y poco a poco los besos se volvieron más largos, más intensos. No necesitaba decir nada para darme cuenta de que ambos sentíamos lo mismo. Y también sabía que no perdía nada con intentarlo.

—No quieres ir a mi cabaña—susurré, mientras acariciaba su cabello. Estaba completamente perdido en sus ojos.

Ella sonrió traviesa.

—Creo que no me estás invitando a tomar café, ¿verdad?

Solté una risa suave y la senté sobre mí. Busqué su cuello, sabiendo de memoria cómo reaccionaba su piel al contacto con mis labios, y le di un par de besos suaves, apenas rozándola. Sabía lo que hacía. Me gustaba tentarla.

—Puedo prepararte café— susurré contra su piel, medio en broma, medio en serio— Te aseguro que será el mejor café de tu vida.

Camila se empezó a reír. Todo en mí quería más de ella.

—Creo que prefiero esperar para ese café... si no hay problema.

Sonreí contra su cuello y luego busqué su rostro, pegando mi frente a la suya. La adoraba. A estas alturas, ya estaba claro que nada con ella sería como con otras. Y eso me gustaba.

—Ningún problema—le dije antes de besarla suavemente— El tiempo es tuyo.

Y lo decía en serio. Aunque ninguna mujer antes me había hecho esperar, con ella todo era distinto. Cami desafiaba todas las reglas que yo creía conocer. No lo hacía de manera obvia, ni necesitaba dejarme claro que no era como las demás. Se notaba, simplemente. Y tal vez eso era lo que me tenía tan enganchado, el hecho de que me hacía querer algo más allá de lo físico o la emoción del momento. Ella me desafiaba en todos los sentidos posibles, y yo estaba más que dispuesto a enfrentar lo que sea.

Más allá de todo, el tiempo pasó volando, y tuve que regresar a mi rutina. Aunque habíamos acordado que yo viajaría los fines de semana para estar juntos, los primeros días después de volver a Toronto fueron una verdadera tortura. Me había acostumbrado tanto a tenerla a sólo minutos de distancia, que la idea de no poder verla cuando quisiera me jodía más de lo que había podido imaginar.

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