Capítulo 24

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Habían pasado varias semanas desde que comencé con mis negocios con Sienna y aunque mi cuenta bancaria seguía creciendo, la sensación de inquietud no desaparecía. Había aprendido a convivir con esos nervios en el estómago, disfrazándolo de éxito, pero en el fondo, algo no terminaba de cerrarme.

Y lo sabía, aunque no quisiera reconocerlo.

Era sábado al mediodía en Greenville, como cada fin de semana, cuando escuché un motor que se detenía en la entrada. Al mirar por la ventana, no pude evitar sonreír como un idiota. Era ella. La vi bajar del auto con un vestido corto y unas botitas marrones que la hacían ver más irresistible de lo que ya era. Su cabello largo y suelto, moviéndose con el viento, me recordó por qué cada vez que la veía, me preguntaba cómo había hecho para encontrarla.

Camila era la chica de mis sueños.

—¿Te gustaría almorzar conmigo? —dijo con una sonrisa, apenas abrí la puerta. Traía consigo varias bolsas grandes de papel.

La tomé de la mano y la atraje hacia mí con suavidad, besándola despacio, disfrutando del momento. Su boca era lo único que necesitaba.

—¿A ti qué te parece? —murmuré entre beso y beso, sin querer soltarla.

Me alegraba que hubiera venido, aunque para ser sincero, me sorprendió un poco su visita. Llevábamos más de dos meses saliendo, y siempre nos veíamos los fines de semana, pero era yo quien iba a visitarla. Por algún motivo, Camila evitaba venir a la cabaña. Imaginaba que era porque aún no habíamos cruzado esa línea.

La entendía, aunque no podía negar que la abstinencia me estaba volviendo un poco loco. Jamás había pasado tanto tiempo sin sexo. Jamás. Sin embargo, por increíble que parezca, mi deseo sólo estaba puesto en ella. En esa chica de sonrisa dulce y mirada tierna que se había metido en mi cabeza como nadie antes.

Mientras conversábamos y disfrutábamos de la comida, mi teléfono vibró sobre la encimera. Odiaba las interrupciones, pero algo me dijo que debía al menos echarle un vistazo. Me levanté y, al tomarlo, mi rostro cambió por un momento. Era Sienna. Aunque habíamos logrado mantener una especie de tregua llevadera, cada vez que veía su nombre en la pantalla no podía evitar sentir una ligera incomodidad.

Sin embargo, esta vez sería diferente. Sienna no sólo no me pondría nervioso, sino que me arrancaría una sonrisa. Que digo una sonrisa, más que eso.

"Felicidades, lo lograste de nuevo 😉"

Empecé a reír. Sentí la adrenalina correr por mis venas como un maldito golpe de electricidad. Lo había hecho de nuevo. Pero esta vez... esta vez no era cualquier cosa. Había jugado en la liga de los grandes y había ganado a lo grande. Ese mensaje sólo significaba una cosa: un montón de dinero en mi cuenta. Una cifra con más ceros de los que había visto en mi vida, sólo por mover un par de fichas en el tablero correcto.

Intenté disimular, pero la euforia me recorría entero, y por más que lo intentara, no podía esconderla. Se me escapaba por cada poro. Ese cosquilleo en el cuerpo, esa sensación de que por fin me encaminaba hacia donde quería estar.

—¿Pasó algo? —me preguntó con una sonrisa curiosa, sosteniendo la copa en sus manos.

—¡Nada, nada! —respondí, sonriendo, mientras me acercaba a ella. Me agaché a su lado, inclinándome hacia adelante para besarla — Hice un negocio increíble ¡Y gané un montón de dinero!

Ella me miró sorprendida. Nunca me había visto así.

—No es una broma, cariño —me reí y la besé otra vez en los labios — Es más dinero del que he hecho en toda mi vida.

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