Capítulo 4

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No podía creer lo nervioso que estaba. Recién me daba cuenta de que había aceptado pasar la tarde del sábado con un grupo de personas que no conocía. Mientras sacaba mi abrigo de la parte trasera de la camioneta, vi a un par de vecinos que también se dirigían hacia la casa.

Fruncí el ceño, preocupado. ¿En qué estaba pensando cuando acepté esto? La idea de estar cerca de Camila me había nublado el entendimiento, y lo que me había parecido una buena idea, ahora ya no tenía tanto sentido. Era evidente que ese lugar no era mi mundo, y yo no encajaba en lo absoluto.

Pero ya estaba allí. ¿Qué podía salir mal?

-Julian, ¡qué bueno que viniste! -me saludó Oliver apenas abrió la puerta- Adelante, por favor.

La casa era bonita, tradicional, muy al estilo de las casas en Greenville. Todo era acogedor y familiar, muy diferente a los lugares que solía frecuentar. De repente, una chica rubia, un poco mayor que Camila, apareció con una bandeja de bocadillos en las manos.

-Cariño, él es Julian -dijo Oliver con una sonrisa- Julian, ella es Anna, mi esposa.

-Dios, qué alegría conocerte -dijo mientras le pasaba la bandeja a su esposo y me daba un abrazo cálido-. No me alcanzará la vida para agradecerte lo que hiciste.

Sonreí, un poco avergonzado. Nunca me había sentido cómodo con ese tipo de afecto. Era raro estar del otro lado de algo tan... genuino y desinteresado.

-También me da mucho gusto que todo haya salido bien -respondí con sinceridad.

Sin embargo, en esa tarde, ese no sería el único reconocimiento a mi acto de heroísmo. Al pasar a la sala, donde ya había unos ocho tipos acomodados, Oliver me presentó como el hombre que, valientemente, había rescatado a su cuñada.

La admiración fue total. Era increíble cómo esa gente parecía una gran familia, aunque sólo eran vecinos. Me hicieron contar, con lujo de detalles, lo que había ocurrido ese mediodía tan caótico. Al recordarlo, un escalofrío recorrió mi espalda, una sensación que no esperaba volver a sentir de nuevo.

Después de mi pequeño "homenaje", nos acomodamos alrededor de una televisión gigante. En un extremo de la sala, una mesa estaba repleta de comida y bebidas, todo listo para una tarde que parecía ser bastante relajada.

Y en un momento, la vi aparecer. Camila entró en la sala con una bebé en brazos, una niñita de unos dos años, la más linda que había visto en mi vida.

-Julian -me saludó con una sonrisa - Qué bueno que pudiste venir.

Me giré hacia ella, y por un instante, la imagen de Camila con su sobrina me golpeó de una forma que no esperaba. Yo, sentimental... para nada, paternal...menos. Sin embargo, algo en esa escena me removió por dentro.

-¿Es tuya? Qué bonita -bromeé, sonriendo de lado.

Camila se acercó con la niña, que me miraba curiosa antes de esconderse en el hombro de su tía, sonriendo con timidez.

-Se parece a ti -dije, buscando la carita de la bebé, mientras ella hacía lo imposible por esconderse.

-Eso dicen -respondió con cierto orgullo - Voy a llevarla a dormir un rato.

La miré, sorprendido.

-¿No vas a ver el partido?

Ella frunció la nariz con gracia, un pequeño gesto que me hizo sonreír sin darme cuenta.

-No soy muy fan del hockey -dijo, y entonces nuestras miradas se cruzaron- Así que nos vemos después.

Asentí con una ligera desilusión. Sí, definitivamente me iba a quedar solo con ese grupo de hombres, ninguno de los cuales conocía, excepto a Oliver, a quien apenas había visto unos diez minutos el día anterior. Ahora sí comenzaba a caerme la ficha de cómo mis impulsos seguían poniéndome en situaciones incómodas.

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