Capítulo 21

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Acababa de llegar a la veterinaria. Oliver se había quedado en casa un rato más, intentando revivir la lavadora que ya estaba dando sus últimas señales de vida. Tendríamos que comprar otra, ni modo. Las tardes en la clínica solían ser tranquilas; la mayoría de los turnos los marcábamos por la mañana, así que, a menos que llegara alguna emergencia, todo estaba bajo control.

Julian me había dicho que tal vez estaría volviendo hoy de Japón, así que quizás mañana o como mucho el sábado, seguro estaría en Greenville. Estas casi dos semanas se me habían hecho eternas y, para ser honesta, me moría de ganas de verlo.

Me preguntaba cómo sería nuestra relación cuando regresara. Después de Cauã, no había vuelto a salir con nadie, y me sentía un poco fuera de juego. Julian parecía disfrutar mucho de salir y divertirse. A veces me costaba imaginarme con alguien así. Claro que a mí también me gustaba pasarla bien, pero estaba acostumbrada a llevar una especie de doble vida: en Canadá era casi una abuela, y en los veranos, cuando iba a Brasil con mis primas, me desataba por completo. Ese era mi balance perfecto para mantenerme tranquila el resto del año.

Mientras acomodaba los productos nuevos que habían llegado, no podía dejar de pensar en él. Me volvía loca la forma en que me miraba, incluso a través de la pantalla. Sentía que me devoraba con los ojos. Muchas veces, después de terminar de hablar, me quedaba con un escalofrío recorriéndome el cuerpo, sólo por recordar su voz grave y ronca. Definitivamente, Julian era mucho más que un hombre atractivo.

De repente, como si mis pensamientos lo hubieran invocado, sentí la vibración de mi celular en el bolsillo.

—Hola, preciosa— me saludó con su sonrisa de siempre.

No pude evitar sonreír como una tonta.

—Hola, no vas a creerme. Justo estaba pensando en ti.

Él levantó las cejas con picardía.

— Vas a tener que acostumbrarte, yo pienso en ti todo el tiempo.

Me mordí el labio. "Qué zalamero", pensé.

—Cami, vas a matarme —advirtió de pronto, poniéndose serio de golpe.

Maldición. Odiaba las malas noticias.

—¿Qué pasó?

—Todavía estoy en Tokio. Surgió un problema y... tengo que quedarme unos días más.

Intenté disimularlo, pero sentí cómo mi ánimo se desinflaba en el acto. No tenía noción de cuánto lo extrañaba hasta que supe que no vendría.

—¿De verdad?.

No sé qué tan exagerada fue mi expresión de frustración, porque él me hizo un pucherito con sus labios imitándome.

—No me pongas esa cara, porque me matas...

No pude evitar un ataque de sinceridad.

—Es que... de verdad me moría por verte.

Él sonrió complacido.

—Yo también, cariño. Pero ten paciencia, te prometo que voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para volver lo antes posible, ¿sí?

Asentí, aunque sentía una presión en el pecho. Parecía una adolescente, al borde de soltar una lágrima. ¿Qué diablos me pasaba con este hombre?

—Tengo que dejarte. Salí un rato a tomar aire, pero tengo que volver al hotel. Cuídate, ¿sí?

—Tú también. Adiós.

—Adiós.

Al cortar, sentí un odio irracional hacia esos malditos ejecutivos japoneses que lo habían retenido. Dios, cómo detestaba sentirme así. Ya no tenía ganas de ordenar las cincuenta latas de comida para gato ni de hacer los pedidos del balanceado para perros... mi día se había arruinado por completo.

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