Capítulo 13

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Terminamos de almorzar. Al final, no sólo había recuperado el apetito, sino también el buen humor. Al diablo con Cauã. El tipo estaba en Europa y había perdido su oportunidad. Y si bien yo aún no estaba seguro de lo que iba a pasar, a esa altura ya sabía que Camila me importaba más de lo que quería reconocer. No iba a dar ni un solo paso en falso. Se notaba a la legua que era una buena chica y no estaba para tonterías.

—¿Puedo conducir yo ahora? —dijo con una sonrisa apenas salimos del restaurante.

Fruncí el ceño automáticamente. No pude evitar recordar el día del accidente, el zigzag que venía haciendo en la carretera. Mi corazón se aceleró un poco al pensarlo.

—No me siento cansado. Puedo seguir —respondí con rapidez.

Ella me detuvo suavemente del brazo, su toque me obligó a mirarla.

—Tú y yo vamos a tener que hablar algún día de eso, ¿no crees? —dijo con una sonrisa traviesa, como si supiera que yo tenía algo guardado.

La miré a los ojos, esos ojos que siempre parecían leerme mejor de lo que yo quería. Lo sabía. Había descubierto mi secreto.

—¿Qué cosa? —me hice el tonto, levantando una ceja.

—Aquel día. Tú eras el apurado que venía tocando bocina como loco detrás de mí —replicó, intentando contener la risa.

No pude evitarlo, me eché a reír. Estaba atrapado.

—¿Cómo lo supiste? ¿Acaso me echaste un ojo cuando te pasé?

Ella sacudió la cabeza, claramente disfrutando el momento.

—No. Lo descubrí cuando fuiste a la veterinaria. Tu camioneta, la patente... recordé todo.

Me quedé sorprendido. Qué memoria. Asentí despacio, sin dejar de sonreír.

—Impresionante... Pero, igual, no estoy cansado. Así que vamos —dije, intentando retomar el control y cambiar de tema.

Sin embargo, ella no se movió. Se la veía tan bonita cuando se ponía terca, pero por más linda que fuera su carita, eso no compensaba lo que yo opinaba de su forma de conducir. La carretera por donde íbamos estaba llena de camiones, y la idea de que ella tomara el volante me ponía intranquilo, por decirlo suavemente.

—Cami...

—Quiero conducir, Julian —insistió, mirándome directamente, como si con eso ya hubiera ganado.

La miré de reojo, tanteando mis opciones. No tenía muchas.

—¿Qué venías haciendo aquel día que no avanzabas y te cruzabas de un carril al otro como loca?

Ella soltó una carcajada, ese tipo de risa que te contagia aunque quieras mantenerte serio.

—No manejo siempre así. Venía escuchando música y se me cayó el teléfono al suelo.

Al menos fue sincera. Pero si hacía una cosa así ahora, en esta carretera llena de vehículos de gran porte y a esta velocidad, probablemente me encontraría rindiendo cuentas a Dios por mis maldades antes de haberme arrepentido siquiera. No, no era lo que tenía en mente para el día de hoy...

Pero tampoco podía negarme. Al fin y al cabo, yo le había insistido en que viniéramos juntos, y quería que se divirtiera. Así que suspiré y le extendí las llaves. Ella aplaudió emocionada antes de tomarlas, pero la frené en seco, levantando una mano.

—Pero nada de maniobras osadas, ¿sí?

Ella asintió, feliz como una niña con juguete nuevo. No pude evitar sonreír al verla encender el motor con tanta emoción. Camila era una chica que sabía disfrutar cada minuto de la vida, como si todo fuera una pequeña aventura. Me preguntaba si eso tenía que ver con lo de sus padres... quién sabe, tal vez.

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