trece

1K 93 4
                                    

trece

🃏

PLEX

Esposa.

Esa era la tontería con la que Lucía y yo nos habíamos entretenido todo el viaje de vuelta. Primero hablando de matrimonios y de las pocas ganas que tenía la morena de casarse, y luego de atarse en la cama.

No tenía muy claro en qué punto la conversación había tomado ese giro. Pero había sido curioso.

De todas las cosas que pensaba de Lucía, la última era que fuera una persona con la que se podía hablar. Más allá de esa carcasa de fría y borde que aparentaba, la morena tenía un toque de gracia y simpatía inesperado.

Me había demostrado lo contrario. Y que una vez mas, estaba cometiendo el error de juzgarla. Lo llevaba repitiendo en bucle desde que la conocía.

Primero en la parada de bus, cuando le aplasté aquel cigarro. Luego en Málaga, aun si cerraba los ojos podía vernos perfectamente caminando por la arena de la playa. Destrozado por la borrachera y ayudándome sin tener porque hacerlo.

Y supongo que estos días en Toro me estaban terminando de cerrar la boca. No hacía más que equivocarme cuando se trataba de ella.

Con el chocolate dando vueltas entre los dedos, y el ramo en la mano izquierda, abrí la puerta de casa. La morena no quería perderse la reacción de Ana, así que andaba agazapada detrás de mi espalda.

Como si no se la viera perfectamente.

Con su modo espía activado, pretendía pasar desapercibida. Según ella mi espalda de jugador de baloncesto debería ser suficiente para cubrirla.

Lo dudaba.

—Ana.—llamé a mi hermana. El ruido de platos en la cocina me indicó que estaba ahí, desayunando lo más seguro. Últimamente había cogido la costumbre de hacerse boles de cereal y yogur.

Modo chef o algo así. Todo porque me lo había visto cuando entrenaba para la Velada. Si es que era una hermana pequeña de manual: culo veo, culo quiero.

—¿Qué?—no se molestó en añadir nada más. Estaba enfadada y lo dejaba ver.

Desde el día de la fiesta, a penas me dirigía la palabra. Y cuando lo hacía era bajo la mirada de mis padres y siempre con monosílabos.

La había cagado pero bien regalándola como a una niña de ocho años. Y eso que aún no sabía que lo había hecho borracho.

En este punto de mi vida, sobre todo después de todo lo vivido en los dos últimos años era casi imposible que sintiera nervios. Pero al ver a Ana asesinarme con la mirada, el cosquilleo familiar de la ansiedad me acarició la piel.

—Quería pedirte perdón.—tuve que aclararme la garganta al empezar a hablar, pues me tembló la voz. La cara de mi hermana paso de enfado absoluto a sorpresa.—He sido un poco imbecil contigo. Ya eres mayor y puedes hacer lo que quieras, no tienes que esconderte de mi para quedar con gente.—asintió al escucharme hablar.

—Gracias, Dani.—dejó el bol sobre la encimera y vino a abrazarme. Ahí fue cuando de detrás de la espalda, y tras un empujón de Lucía, saqué las flores y el chocolate.

agosto | YosoyplexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora