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Caronte y Mely avanzaron por el camino sombrío que serpenteaba a través del inframundo, hasta llegar finalmente a las orillas del río Lete. Las aguas del río fluían lentamente, reflejando la tenue luz que se filtraba desde arriba, creando destellos plateados en su superficie oscura.

—Aquí estamos, Mely —dijo Caronte en su voz profunda y grave—. El río Lete, donde las almas vienen a olvidar.

Mely tragó saliva nerviosamente, mirando hacia el agua oscura que parecía contener tanto misterio y peligro como la promesa de respuestas perdidas. Caronte se mantuvo en silencio, observándola con ojos serenos y pacientes, como si supiera lo que estaba por venir.

—Debes sumergirte en las aguas, Mely —instó Caronte—. Las corrientes te guiarán hacia tus recuerdos perdidos. No temas, yo estaré aquí.

Mely asintió, reunida por una mezcla de miedo y determinación. Con pasos vacilantes, se adentró en el agua fría y empezó a nadar hacia el centro del río. Las corrientes la rodearon suavemente, acariciando su piel con una sensación extraña pero no desagradable.

A medida que se sumergía más profundamente, sus sentidos se agudizaron. Vio el lecho del río, donde corrientes en forma circular se entrelazaban como hilos brillantes de diferentes colores. Algunos eran plateados, otros azules, pero lo que más le llamó la atención fueron unos hilos dorados que destellaban intermitentemente entre los demás.

Con determinación, Mely nadó hacia uno de esos hilos dorados que brillaba intensamente. Extendió la mano y lo tomó entre sus dedos, sintiendo una descarga de energía que la hizo cerrar los ojos con fuerza. En ese instante, un recuerdo surgió en su mente como una imagen clara y vívida:

En el tranquilo rincón del inframundo, dos niños se aventuraban entre las sombras y los ecos de pasillos antiguos. La niña, con su cabello acromático que parecía capturar la luz del entorno, y el niño de ojos dorados y cabello negro, se enredaban en una mezcla de risas y travesuras. A pesar de las bromas de la niña, un vínculo que se fortalecía con cada juego compartido. Cada risa resonaba en los pasillos, tejiendo un lazo invisible pero profundo entre ellos mientras exploraban los rincones olvidados del inframundo.

Una noche, luego de una de sus típicas travesuras, los dos niños decidieron aventurarse más allá. Mientras Donis se recuperaba del susto en un rincón del pasillo, Melinoe se escurrió silenciosamente entre las sombras y desapareció de su vista. En lugar de enojarse como en ocasiones anteriores, Donis sintió una curiosidad creciente. ¿Dónde habría ido Melinoe esta vez? Decidió seguirla, caminando con cautela por los oscuros pasillos del inframundo. A cada paso, la intriga crecía en su interior. ¿Qué podría estar tramando Melinoe esta vez?

Siguió las huellas de Melinoe, guiado por el eco de sus pasos y las débiles luces que se filtraban entre las grietas del suelo. Finalmente, llegó a una puerta oculta detrás de una cascada que apenas dejaba pasar la luz. El sonido del agua ocultaba cualquier ruido exterior, envolviendo el lugar en un manto de paz y misterio.

Con el corazón latiéndole rápido por la emoción de lo desconocido, Donis empujó la puerta y entró en el pequeño recinto. Lo que vio lo dejó perplejo. En el centro de la habitación, iluminada por tenues antorchas, había una colección de objetos extraños y fascinantes. Estaban dispuestos con cuidado sobre mesas de piedra y estantes tallados en la roca. Había cristales brillantes, pergaminos antiguos con inscripciones en griego antiguo, y pequeñas estatuillas de seres mitológicos.

Donis se acercó con cautela, maravillado por cada uno de los objetos que parecían tener una historia propia. En una esquina, encontró una caja de madera con incrustaciones de plata, cuidadosamente cerrada con un pequeño candado. Se preguntó qué secretos podía guardar ese pequeño cofre.

En ese momento, escuchó un susurro detrás de él. —¿Te gusta lo que ves? —Donis se giró rápidamente y vio a Melinoe, con una expresión mezcla de sorpresa y una pizca de molestia por haber sido seguida.

—Lo siento, Melinoe. No pude evitar seguirte. Nunca imaginé que tuvieras un lugar secreto como este.

Melinoe frunció el ceño, pero luego su expresión se suavizó ligeramente. —No es para que lo veas tú —dijo ella con un tono un tanto defensivo—. Estos son mis tesoros, cosas que he recogido y guardado a lo largo del tiempo.

Donis la miró con curiosidad genuina. —Son increíbles. Nunca imaginé que tuvieras este lado, Melinoe. Siempre pensé que solo eras la bromista del inframundo.

Melinoe desvió la mirada, pero Donis pudo percibir una mezcla de emociones en sus ojos. —No lo soy... no siempre. Este lugar es... especial para mí. Es donde puedo ser yo misma, lejos de las expectativas de los demás.

Donis asintió, sintiendo que había tocado una fibra sensible en Melinoe. Él comprendía ahora que detrás de sus bromas y su actitud distante, había una Melinoe más profunda y compleja.

—Lo siento si invadí tu privacidad, Melinoe. Pero gracias por mostrármelo. Me gusta saber más sobre ti.

Melinoe lo miró por un momento, sin decir nada. Luego, con un gesto inusualmente suave, extendió la mano hacia Donis. —Supongo que... no es tan malo que lo hayas descubierto. Gracias por no salir corriendo esta vez.

Donis sonrió, tomando su mano con gratitud. —Nunca lo haría. Eres mi amiga.

Melinoe parpadeó sorprendida. La palabra "amiga" resonó en su mente de una manera extraña. No estaba acostumbrada a esa conexión emocional. Recordó las historias que Hermes contaba sobre las relaciones entre humanos y cómo estaban ligadas al afecto personal y desinteresado.

—¿Amiga? —repitió con una nota de incredulidad—. Nunca había escuchado esa palabra antes.

Donis observó con curiosidad su reacción. Entendió que Melinoe, acostumbrada a la distancia y la reserva, podría no estar familiarizada con esa forma de relación.

—Sí, amiga. Significa que nos importamos mutuamente, más allá de las bromas y los sustos —explicó con suavidad.

Melinoe reflexionó por un momento, sintiendo una extraña calidez en su pecho al escuchar las palabras de Donis. Se permitió sonreír un poco ante la idea de tener a alguien que la considerara amiga, incluso después de todas sus travesuras.

El niño, con una brillante sonrisa en su rostro, rompió el silencio. —Aunque ahora que somos amigos, tal vez no debería asustarme tan seguido —bromeó, intentando aligerar el ambiente.

Melinoe lo miró con complicidad, sabiendo que había algo diferente en la forma en que lo veía ahora. Aunque dudaba de poder dejar de asustarlo, al menos ahora entendía que había encontrado algo más que un simple juego en su interacción con Donis.

Mely abrió los ojos bajo el agua, sorprendida por la intensidad del recuerdo recuperado. Se aferró a él con fuerza mientras las corrientes del río Lete la llevaban de regreso a la superficie.

Emergió del agua con respiración entrecortada, sintiéndose agotada pero emocionada por haber recuperado un fragmento perdido de su pasado. Caronte la esperaba en la orilla con una expresión serena y comprensiva.

—Has recobrado un recuerdo, Mely —dijo Caronte con voz suave—. Ahora, debes decidir si deseas seguir buscando o regresar a la tierra de los vivos con lo que has encontrado.

Mely asintió, sintiendo una mezcla de gratitud y determinación.

—Quiero seguir, Caronte. Hay más que necesito descubrir.

Caronte asintió con respeto y la guio de vuelta a la orilla, preparándola para el siguiente tramo de su viaje en el inframundo.

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