11

4 0 0
                                    

En un reino donde el tiempo se detiene, Dos corazones unidos por siempre permanecen. Un error divino los condenó a la eternidad, Por desafiar al destino, sin temor ni cordura en su andar.

Sus cuerpos no envejecen, la vida no avanza, Pero un castigo eterno los mantiene en balanza. Aunque aman eternamente, sufre su corazón, Pues el precio del desafío fue perder la razón.

¿Quiénes son estos amantes, perdidos en la eternidad? Buscando redención por su desafío y su maldad. Dos almas condenadas por un error fatal, Esperando la gracia de un dios, en su castigo infernal.

Mely leyó el acertijo inscrito nuevamente en el rollo. Era tan enigmático. ¿De quiénes hablaba? ¿Acaso se refería al mito de Orfeo y Eurídice? Pero ellos no habían ofendido a ningún dios, ¿o sí? Ya no sabía, estaba tan confundida. ¿Tenía que retroceder sus pasos y recordar las pistas que había recolectado hasta ahora?

El dolor de cabeza se hizo presente nuevamente, algo hizo click en su cabeza. Tomó el diario entre sus manos, recordando lo que había encontrado antes.

—"¿Quién es él?" —susurró Mely para sí misma mientras leía—. "Sus ojos dorados son fascinantes... ¿tenerlos cerca?" No es tenerlo cerca, es quiero tenerlos. Nuevamente volvió a rememorar sus recuerdos...

Los días pasaron y Melinoe rara vez se cruzaba con el niño en los pasillos del castillo. Principalmente, lo evitaba, pero un día se le ocurrió una idea perversa. Sonrió maliciosamente antes de adoptar la apariencia de Caronte. Miró en el río cómo sus ojos hundidos y su cara esquelética eran perfectos para su broma. Con cuidado, apareció frente al niño de ojos dorados, quien la miró estupefacto.

Mientras ella lo asustaba, el niño comenzó a llorar desconsoladamente, aterrado por la visión de la muerte tan cerca. Melinoe se rió, intentando acercar su mano simulando que se lo llevaría. Esto hizo que el rostro del niño palideciera y casi se desmayara.

La risa de Melinoe se desvaneció cuando la transformación desapareció, molesta por no haber podido controlar su poder por completo.

El niño de ojos dorados sollozó un poco antes de ver nuevamente a la niña de dos colores acromáticos. "Es hermosa," pensó mientras observaba sus ojos casi blancos, de un gris tan claro. Nunca había visto a alguien como ella.

Algo similar pensaba Melinoe. A pesar de que el cabello del niño era negro, su piel pálida y sus ojos dorados eran impresionantes. Sus ojos parecían ser el mismo sol.

Melinoe no pudo evitar tomar el rostro del niño y acercarlo más al suyo, apreciando los ojos dorados tan cerca. Esto provocó que el niño se sonrojara.

—Son tan lindos —dijo Melinoe, sorprendiendo al niño, aunque esto solo hizo que él se sintiera incómodo con sus palabras—. Tus ojos... quiero arrancarlos y colocarlos en mi colección.

El niño se estremeció ante la declaración de Melinoe.

—¿Qué? —preguntó, retrocediendo.

—Tengo una colección de objetos extraños que me gustan, y tus ojos me gustan —dijo ella señalándolos—. Creo que mi padre no se opondría.

El niño sintió un escalofrío recorrer su espalda. "Está loca. Todos en este lugar están locos," pensó mientras se alejaba corriendo.

Melinoe se quedó mirando hacia donde el niño había escapado, sintiendo tristeza. Esos ojos dorados, como el sol, se habían esfumado. Aun así, sonrió. Más tarde, le preguntaría a su padre si podía tenerlos.

.

.

Mely se rio ante estos recuerdos, para ella esos ojos dorados eran algo que anelaba, pero no para tenerlos de esa forma. Esta niña era algo maniaca, pero podía entender por qué tenía estos pensamientos. Lo único que conocía era el inframundo, una visión tétrica de los muertos. Para ella, la curiosidad por lo desconocido y la falta de contacto con el mundo exterior podían llevarla a tener ideas extrañas. A veces, se preguntaba si sus propios deseos y pensamientos eran realmente suyos o si eran influencia del oscuro ambiente que la rodeaba.

Se recostó en su cama, pensando en el niño de ojos dorados. Recordó cómo él miraba a la niña con temor y admiración al mismo tiempo. Esa mezcla de emociones la intrigaba profundamente. ¿Cómo sería vivir en el mundo de los muertos, donde la luz del sol no entraba , donde la tenue luz de las antorchas era lo único que iluminaba el inframundo?

El rollo con las inscripciones doradas descansaba sobre su regazo. Lo tomó con cuidado, leyendo una vez más las palabras en el antiguo idioma. Se preguntó si ese acertijo encerraba la clave para entender su propia historia, o si era solo otra pieza en el rompecabezas de misterios que la rodeaban.

—¿Qué debo hacer? —murmuró, casi para sí misma.

Cerró los ojos y se dejó llevar por el suave susurro de las almas que flotaban en el aire

SHADOWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora