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El sonido de las páginas amarillentas resonaba en los oídos de Mely mientras pasaba cada hoja con cuidado. El diario, desgastado por el tiempo, contenía fragmentos de su pasado, de una vida que había vivido bajo otro nombre. Xiana... ese nombre traía consigo una oleada de emociones, pero también una neblina de recuerdos incompletos que la hacían sentir inquieta. Sabía que había algo enterrado, algo que su mente se negaba a recordar, y esa parte ausente era lo que más la atormentaba.

Más de tres mil años de vida no se podían condensar fácilmente, y aunque había tomado todos los recuerdos del río Lete, algunos parecían estar ocultos en los rincones más oscuros de su memoria. Pasaba sus dedos sobre las páginas, notando las manchas de tinta que parecían fruto de un momento de ira. Otras partes del diario estaban salpicadas por lágrimas, prueba de la profunda emoción con la que lo había escrito.

Mientras su corazón se apretaba con cada palabra perdida, una voz la sacó de su ensimismamiento.

—Mely... —una voz grave, lejana, la llamó. Luego, la palabra que la hizo detenerse—. Melinoe.

Mely alzó la mirada, sorprendida, y se encontró con Dante, quien la observaba desde el otro lado de la habitación, con preocupación visible en sus ojos dorados.

—¿Qué sucede? —preguntó ella, ligeramente confundida, como si hubiera salido de un sueño.

Él se acercó, dejando un cucharón sobre la mesa antes de tomar suavemente su rostro entre sus manos, su tacto cálido y tranquilizador.

—Eso te lo debería preguntar yo —dijo Dante, su voz baja y cargada de ternura—. Has estado tan ensimismada últimamente. ¿Qué está pasando?

Ella dudó un momento, no porque no quisiera contestarle, sino porque sus ojos dorados la absorbieron. Eran como oro fundido, brillando con intensidad, y por un instante, Mely se perdió en su belleza, en la calidez que emanaban. Esos ojos que habían estado a su lado durante tanto tiempo, que habían sido su refugio en más vidas de las que podía contar. Parpadeó, tratando de regresar a la realidad, antes de hablar.

—Hay... hay recuerdos que no puedo recuperar —admitió ella con un suspiro frustrado, apretando sus puños—. A pesar de haber tomado todos los que había en el río Lete, hay fragmentos que siguen desaparecidos.

El rostro de Dante se tensó ante sus palabras, la sorpresa evidente en su expresión. Hasta ese momento, él había pensado que Mely necesitaba tiempo para adaptarse a la avalancha de recuerdos, para procesarlos todos. Pero que hubiera cosas que no pudiera recordar, que estuvieran bloqueadas de alguna manera, era una revelación inesperada.

—¿Estás segura? —preguntó él, sentándose a su lado, tratando de mantener la calma—. Son demasiados recuerdos, quizás algunos estén difusos.

Mely negó con la cabeza lentamente.

—No todos. Mis recuerdos contigo están muy claros, pero... hay uno, uno de 1910... —dijo ella, cerrando los ojos mientras trataba de encontrar ese fragmento borroso que se le escapaba. Pero la fecha era lo único que podía recordar con certeza. Todo lo demás era una maraña de imágenes y emociones vagas.

Dante repitió la fecha en voz baja, y Mely notó cómo su cuerpo se tensaba sutilmente. Algo en esos años le incomodaba. Se levantó de repente, como si necesitara alejarse de la conversación.

—Es mejor no forzarte —dijo él, tratando de desviar la tensión—. ¿Qué tal si desayunamos? —Con una sonrisa suave, tomó el cucharón de nuevo, intentando llevar el ambiente a un lugar más tranquilo.

Mely lo miró un momento antes de dejar que el aroma de los huevos revueltos la envolviera. El delicioso olor llenó la habitación, y antes de que pudiera decir algo más, su estómago gruñó audiblemente, haciendo que ambos rieran un poco.

—Está bien —respondió ella, un atisbo de emoción regresando a su rostro mientras se levantaba para ayudar a acomodar la mesa.

Juntos, en silencio, organizaron los platos, las servilletas y las tazas de café recién hecho. El ambiente en la habitación se tornó cálido y armonioso, un contraste con las tensiones anteriores. El sol de la mañana seguía bañando la cocina con su luz suave, y, aunque las preguntas sobre los recuerdos aún flotaban en el aire, ambos se permitieron disfrutar del presente, saboreando el momento de paz que compartían.

Se sentaron uno frente al otro, y con cada bocado que Mely tomaba, sentía cómo su alma se calmaba. Dante la observaba en silencio, su preocupación oculta tras una sonrisa, pero ella sabía que esa conversación no había terminado.

Cuando Mely terminó su desayuno, alzó la vista y lo encontró mirándola con una ternura infinita. Sonrió, y él tomó su mano sobre la mesa, apretándola ligeramente, como si ese simple gesto pudiera protegerla de lo que fuera que acechaba en su pasado.

Pero Mely sabía que esos recuerdos, aunque ahora ocultos, eventualmente regresarían, y cuando lo hicieran, podrían cambiarlo todo.

—Gracias —susurró ella, sabiendo que Dante entendía todo lo que esas palabras no decían.

SHADOWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora