"Melinoe, hija de Hades y perturbadora del orden divino, por atreverte a entrelazar tu destino con el de un mortal, que la oscuridad del inframundo te consuma. Que tus días sean marcados por la sombra y tus noches por el tormento, que ninguna luz pueda iluminar tu camino ni consolar tu corazón. Que tu presencia sea un recordatorio eterno de la fragilidad de los lazos entre mortales y dioses."
Las palabras de Atena resonaron en el consejo, cargadas de poder y condena. Melinoe, enfrentando la ira de la diosa de la sabiduría, sintió cómo la energía maldita se enroscaba alrededor de ella como serpientes venenosas, amenazando con consumir su ser. A pesar del miedo que la envolvía, mantuvo su mirada firme, decidida a no ceder ante la injusticia. La sala, llena de los dioses más poderosos del Olimpo, se tornó silenciosa y pesada, como si el aire mismo estuviera cargado de la tensión latente.
En ese momento, Hermes, el mensajero de los dioses y conocido por su cercanía con Melinoe desde su infancia en el inframundo, decidió intervenir. Con paso ligero pero decidido, se acercó al consejo. El eco de sus sandalias al tocar el mármol del palacio se escuchó como un preludio a lo que estaba por decir. "Zeus, venerables dioses, permitidme hablar en nombre de la sabiduría y el entendimiento. Conozco a Melinoe desde su más tierna infancia en los dominios de Hades. Ella no es solo la hija del inframundo, sino un espíritu que ha tocado muchos corazones con su bondad y su luz."
Atena frunció el ceño al escuchar las palabras de Hermes, sintiendo que su posición se debilitaba frente a la intervención del mensajero divino. Antes de que pudiera replicar, Hermes continuó con firmeza, su voz resonando con una mezcla de compasión y autoridad que pocos podían ignorar.
"Melinoe ha superado todos los obstáculos. Cuando perdió sus recuerdos, han pasado más de tres mil años sufriendo sin poder encontrarse a sí misma. He sido testigo de todo y los he acompañado como un guía. Melinoe ha demostrado su valía superando los desafíos impuestos hasta recuperar su memoria. Y Donis ha esperado pacientemente, a pesar del dolor de ver a su amada sin recordarlo. Han esperado hasta este momento, donde por fin ambos pueden estar unidos."
La sala se llenó de murmullos y miradas entre los dioses, algunos asintiendo lentamente, otros mostrando signos de duda. La tensión era palpable, como si cada palabra de Hermes fuera una chispa en un campo seco. Zeus, meditando sobre las palabras de Hermes y la defensa apasionada de Melinoe y Donis, finalmente habló con voz grave y decidida. Consciente del peligro de la ira de Atena, intervino rápidamente. "¡Atena, basta!" Su voz retumbó como el trueno, imponiéndose sobre el poder desatado de la maldición. "Tu enojo no debe nublar tu juicio. Las palabras habladas con furia pueden traer consecuencias que ni tú ni nosotros podemos desear. Retira tu maldición, por el bien de la armonía entre nosotros."
Atena, con la respiración agitada y los ojos aún centelleantes de resentimiento, miró a Zeus con una mezcla de frustración y resignación. Sabía que había ido demasiado lejos, pero el dolor de ver su deseo frustrado seguía latente en su corazón. Lentamente, bajó su mano, disipando la maldición antes de que pudiera causar daño irreversible.
Melinoe, liberada del inminente peligro, respiró profundamente, sintiendo el peso de la prueba que había enfrentado. Atena, aunque callada, aún guardaba un rencor profundo hacia la joven y su amor con Donis. El consejo de los dioses quedó sumido en un silencio tenso, marcado por la tensión entre el deseo de amor y la rigidez de las leyes divinas.
Los dioses se miraron entre sí, algunos con aprobación hacia la intervención de Hermes, otros con desaprobación hacia la decisión de Zeus. La batalla no sólo había sido una confrontación de palabras y poderes, sino un choque de ideas y emociones. Hermes se acercó a Melinoe, su expre
"¿Alex?" murmuró sorprendida Melinoe mientras miraba al joven de ojos grises, reconociendo finalmente a su primo bajo la apariencia del hombre.
"Mely", dijo él con cariño, con su voz suave y reconfortante, antes de abrazarla con fuerza. El abrazo fue cálido y lleno de consuelo, un refugio en medio del caos que los rodeaba.
Melinoe sintió cómo las emociones la embargaban, lágrimas de alivio y gratitud llenando sus ojos. "Siempre estuviste ahí, ¿verdad? Ayudándome y cuidándome sin que yo lo supiera", susurró contra su hombro, con su voz temblando.
Hermes, o Alex, asintió, su propio semblante mostrando una mezcla de orgullo y tristeza. "No podía dejarte sola, Mely. No después de todo lo que hemos pasado. Te he vigilado, he guiado tus pasos lo mejor que pude. Eres fuerte, más de lo que crees."
El abrazo se prolongó, una burbuja de calma en medio del agitado consejo de los dioses. Los murmullos y las tensiones parecieron desvanecerse momentáneamente ante la demostración de afecto.
Zeus se levantó de su trono, su mirada firme recorriendo a cada uno de los presentes. "Que esta sea una lección para todos nosotros. El amor puede desafiar nuestras leyes, pero también puede ser la fuerza que nos une en tiempos de incertidumbre. No permitamos que el rencor nos separe." Su voz resonó con autoridad y esperanza, buscando restaurar la paz en el consejo.
Melinoe y Hermes se separaron del abrazo, sus manos aún entrelazadas, como un vínculo tangible que ninguna maldición podría romper. El consejo de los dioses, ante la escena de reconciliación y apoyo, comenzó a mostrar signos de cambio. La rigidez de las leyes divinas parecía menos inquebrantable ante la prueba viviente del amor y la compasión
Melinoe y Donis, aunque aún conscientes de los desafíos que enfrentaban, sintieron un rayo de esperanza. Sabían que su amor no solo había sido una prueba para ellos, sino también un testimonio de la capacidad de los dioses para encontrar comprensión y compasión en medio del conflicto.
Mientras el consejo de los dioses comenzaba a dispersarse, Melinoe se giró hacia Donis, sus ojos grises llenos de una ternura que hablaba de años de dolor y anhelo. Donis, con una sonrisa suave, extendió su mano hacia ella, sus dedos entrelazándose con los de ella como si fueran piezas de un rompecabezas destinado a encajar.
Sus miradas se encontraron, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse. Los ojos de Donis, cálidos y llenos de amor, reflejaban cada emoción que había sentido desde el momento en que se enamoró de ella. Melinoe, con una mezcla de lágrimas y sonrisas, sintió cómo su corazón se llenaba de una paz que no había conocido en siglos.
"Donis," susurró Melinoe, su voz apenas un murmullo, cargada de emoción.
"Melinoe," respondió él con la misma suavidad, acercándose un poco más hasta que sus frentes se tocaron, compartiendo un momento de intimidad en medio del vasto y majestuoso salón del Olimpo. "Hemos pasado por tanto, pero ahora estamos aquí, juntos. No dejaré que nada nos separe de nuevo."
Ella sonrió, sus lágrimas cayendo suavemente mientras sus labios se curvaban en una expresión de pura felicidad. "Nunca más," prometió, sintiendo la verdad de sus palabras en lo más profundo de su ser.
El abrazo que siguió fue una mezcla de alivio, amor y promesa de un futuro mejor. Los dioses, aunque conscientes de las leyes que regían sus existencias, no pudieron evitar sentir un destello de esperanza y admiración al presenciar la fuerza de un amor que había desafiado los propios límites del destino.
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SHADOW
RomanceSin recuerdos de quién es ni de su verdadero origen, ha vagado por los años sabiendo que no pertenece a este mundo. Atrapada entre su naturaleza sobrenatural y el vacío de su memoria, solo una imagen la persigue: unos ojos dorados que la observan de...