29

4 0 0
                                    

La luz dorada del atardecer bañaba el horizonte, tiñendo el cielo de suaves tonos cálidos. Melinoe caminaba por el sendero del bosque, sus pensamientos inmersos en la tranquilidad del momento. A su lado, Donis mantenía una presencia serena y protectora, sus ojos dorados observando atentamente cada movimiento a su alrededor.

Melinoe divisó a Jerry, un hombre que había sido una pieza clave en su búsqueda de la verdad. Se encontraba sentado en una roca, su expresión relajada mientras contemplaba el paisaje. Al ver a Melinoe acercarse, una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Jerry —dijo Melinoe, su voz suave pero llena de gratitud—. No puedo expresar lo agradecida que estoy por todo lo que has hecho por mí.

Jerry asintió, sus ojos reflejando comprensión y aceptación.

—Ha sido un honor ayudarte, Melinoe. Siempre he creído en ti.

Melinoe se acercó más, extendiendo una mano hacia él. Con un gesto suave y reverente, colocó su mano sobre el hombro de Jerry.

—Es hora de que regreses a donde perteneces. —Melinoe murmuró, sus palabras llenas de amor y respeto—. Has hecho más de lo que se podría pedir.

Con un movimiento de su mano, Melinoe quitó el poder de necromancia que mantenía a Jerry en el mundo de los vivos. Lentamente, su forma comenzó a desvanecerse, sus ojos mostrando una mezcla de paz y gratitud.

—Gracias, Mely. —dijo Jerry, su voz desvaneciéndose en un susurro—. Siempre estaré contigo, en espíritu.

Donis se acercó, sosteniendo a Melinoe en un gesto reconfortante. En ese momento, Donis sintió la presencia de otra alma que había venido a buscar: Lina Jones, una amiga que los había ayudado en su viaje.

Lina apareció, su figura etérea brillando con una luz suave. Al ver a Melinoe, corrió hacia ella, sus brazos abiertos.

—Xiana —exclamó Lina, abrazándola con fuerza—. Me alegra tanto verte de nuevo.

—Lina —respondió Melinoe, con lágrimas en los ojos—. Gracias por todo. No podríamos haber llegado aquí sin ti.

Se separaron, y Lina tomó un paso atrás, mirando a Melinoe con una sonrisa llena de amor y gratitud.

—Es hora de despedirnos, pero sé que estaré en un lugar mejor.

Melinoe, con Donis a su lado, guió a Lina y a Jerry hacia la entrada del inframundo. Allí, Hades los esperaba, su figura imponente y majestuosa.

—Padre, te pido que permitas a Jerry y a Lina entrar en los Campos Elíseos. —Melinoe suplicó, su voz firme y llena de convicción—. Se han ganado su lugar en la eternidad.

Hades observó a su hija, reconociendo la sinceridad y el amor en sus palabras. Finalmente, asintió.

—Que así sea. —dijo Hades, su voz resonando en la quietud del inframundo—. Jerry y Lina, encontrarán paz en los Campos Elíseos.

Con una última mirada de agradecimiento, Jerry y Lina se desvanecieron en la luz, dirigiéndose hacia su descanso eterno. Melinoe y Donis los observaron, sintiendo una profunda paz y satisfacción por haber cumplido su misión.

La luna llena iluminaba el cielo nocturno con su resplandor plateado, bañando la tierra en una luz suave y etérea. Melinoe y Donis, con sus alas desplegadas, se elevaban silenciosamente por el aire, sus siluetas recortadas contra el cielo estrellado. Juntos, guiaban a las almas perdidas hacia la entrada del inframundo, cumpliendo con su sagrado deber.

Las almas flotaban alrededor de ellos, espectros translúcidos que emitían un leve brillo. Algunos se aferraban a fragmentos de recuerdos y emociones, mientras otros parecían estar en paz con su destino. Melinoe y Donis volaban en perfecta sincronía, sus movimientos armoniosos mientras conducían a las almas hacia su descanso final.

.

.

.

La luz del sol comenzaba a filtrarse por las cortinas, pintando el interior de la casa con tonos suaves de dorado y rosa. Melinoe y Dante despertaron juntos, envueltos en el abrazo cálido de la mañana. Sus ojos se encontraron, todavía llenos del amor que compartían incluso en el despertar.

Dante se estiró suavemente, besando la frente de Melinoe con ternura antes de levantarse de la cama. Se acercó a la ventana y apartó las cortinas, dejando que la luz del nuevo día inundara la habitación. El mundo fuera estaba tranquilo, como si estuviera esperando ser explorado una vez más.

Melinoe se unió a él en la ventana, sus manos rodeando la cintura de Dante mientras recostaba su frente en su espalda, disfrutando del calor de su cercanía.

"Te amo, Dante," dijo Melinoe en un susurro, su voz llena de emociones que había guardado durante mucho tiempo. "Nunca pude decirlo, nunca pude confesar mi amor."

Dante se giró hacia ella con ternura, sus brazos rodeándola y levantándola en un abrazo apasionado. Melinoe rodeó su cintura con sus piernas mientras abrazaba su cuello con fuerza.

"No necesitas decirlo, Mely. Lo sé," murmuró Dante, juntando la punta de sus narices en un gesto íntimo que solo ellos entendían. Sus ojos se encontraron, comunicándose más allá de las palabras, llenos de complicidad y amor profundo.

La mañana se llenó de un silencio tierno mientras Melinoe y Dante se miraban profundamente, cada uno entendiendo lo que el otro sentía sin necesidad de palabras. Lentamente, Dante inclinó su cabeza, acercando sus labios a los de Melinoe con suavidad. El beso fue dulce y cargado de todo el amor y la pasión que habían guardado.

El tiempo pareció detenerse mientras se perdían en ese momento íntimo, donde sus almas se fundieron en un beso que sellaba no solo su amor, sino también la promesa de un futuro juntos.

Finalmente, se separaron con una sonrisa serena y compartida, sus frentes aún juntas mientras el sol continuaba iluminando su amor. Juntos, observaron el mundo fuera de su ventana con renovada certeza de que, pase lo que pase, siempre tendrían el uno al otro.

El capítulo de su historia se cerró con ese beso, marcando un nuevo comienzo lleno de esperanza y amor infinito.

SHADOWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora