34

2 0 0
                                    

Mely pensaba que aquel extraño suceso había quedado atrás, un simple mal momento que desaparecería como una nube pasajera. Pero las cosas no parecían mejorar, sino todo lo contrario. Dante, su fiel compañero, su roca en medio de la tormenta, comenzaba a llegar cada vez más tarde. Los silencios entre ellos se hacían más largos, las sonrisas se volvían más raras. Cada vez que intentaba hablar con él, buscando alguna explicación a sus largas ausencias, él la miraba con esa calma inquietante, cambiando de tema con una habilidad que la frustraba y la dejaba sin respuestas.

La incertidumbre la consumía. Las horas pasaban lentas, cada atardecer parecía eterno, y Mely sentía que algo oscuro se cernía sobre ellos. Quizás Afrodita no había renunciado a su rencor. O tal vez había algo más, algo que ni siquiera Dante se atrevía a contarle. El solo pensar en ello hacía que un nudo de ansiedad se formara en su pecho.

Desesperada por encontrar una salida a su angustia, acudió a su amiga Emma, buscando en ella el consuelo que Dante, por alguna razón desconocida, no le daba.

—Emma... —dijo Mely en un susurro, dejándose caer en el mullido sofá de la pequeña sala que compartían durante sus ratos libres—. ¿Tienes algún consejo? Ya no sé qué hacer.

Emma, que siempre tenía una respuesta para todo —aunque no siempre la más adecuada—, la miró con una sonrisa ladeada, esa que siempre anunciaba una respuesta cargada de picardía.

—Pues, si quieres tener a un hombre feliz... ¿por qué no tienes un poco de sex...?

Antes de que pudiera terminar su frase, Mely reaccionó de inmediato, tapándole la boca con una mano, sus ojos abriéndose en un gesto de sorpresa y exasperación.

—¡Por favor! —exclamó Mely, entre molesta y divertida—. A veces me pregunto por qué sigo escuchando tus consejos. —Sacudió la cabeza, soltando un pequeño suspiro.

—Porque siempre tengo razón —respondió Emma, en tono de broma, aunque detrás de su sonrisa había una sombra de verdad.

Antes de que pudieran seguir con la conversación, una presencia familiar pero no del todo bienvenida interrumpió el momento. Mely sintió el cambio en el aire antes de girarse y ver a Elian, quien estaba apoyado despreocupadamente en el umbral de la puerta, una sonrisa traviesa bailando en sus labios. Sus ojos azules, brillantes como un océano bajo la luz del sol, destilaban esa mezcla de astucia y peligro que tanto lo caracterizaba.

—¿Y tú qué haces aquí, Elian? —preguntó Mely con un tono de fastidio evidente, sus ojos clavándose en él con desconfianza.

Elian se encogió de hombros, con esa actitud despreocupada que a veces resultaba insoportable.

—Emma es parte de mi manada —respondió con naturalidad, como si eso justificara su intromisión—. Además, me interesé cuando recibí una llamada suya diciendo que tenías... problemas con Dante.

Su sonrisa se ensanchó, y sin previo aviso, se acercó a Mely, inclinándose hacia ella con una lentitud calculada, acercando su rostro al suyo hasta que sus labios casi rozaron los de ella. El gesto fue lo bastante súbito como para que Mely retrocediera de inmediato en el asiento, alarmada por la cercanía.

—Sabes muy bien que si alguna vez te cansas de él, siempre puedes venir a mí —dijo, su voz cargada de esa arrogancia seductora que solo él podía desplegar sin parecer ridículo. Guiñó uno de sus ojos azules, un gesto que Mely encontró más irritante que encantador.

Mely soltó un largo y aburrido suspiro, como si la provocación de Elian fuera ya un viejo truco que había perdido su gracia hace mucho tiempo. Levantó una mano con la intención de empujarle el rostro lejos de ella, pero antes de que pudiera hacerlo, un movimiento rápido desvió la situación.

Con un tirón brusco y violento, Killian, el hermano de Elian, lo arrastró fuera del asiento, haciéndolo trastabillar. Los ojos de Killian, oscuros como la noche, fulguraban de rabia contenida. Sus colmillos asomaban apenas por sus labios, una señal clara de que su paciencia había llegado al límite.

—¿Hermano? —preguntó Elian, con una mezcla de sorpresa y molestia, mientras intentaba recuperar el equilibrio.

Killian, sin soltarlo, lo miró con una furia fría, enseñando apenas los dientes en una amenaza silenciosa.

—Maldito bastardo —gruñó Killian, apretando los dientes—. Siempre te escabulles para venir a molestar a Mely. ¿Acaso no tienes otro lugar donde ir?

—Mira quién habla —respondió Elian, esbozando una sonrisa sarcástica—. Tú haces lo mismo cada vez que tienes oportunidad.

Mientras los hermanos se enfrascaban en una tensa confrontación, Emma y Mely, demasiado acostumbradas a estas escenas, decidieron ignorarlos y continuar su conversación, como si los dos hombres peleando a un costado fueran meros adornos.

—Deberías emborracharlo —propuso Emma, volviendo al tema de Dante—. Cuando están borrachos, sueltan todo. Créeme, lo he visto con Luis.

Mely se quedó en silencio por un momento, contemplando la sugerencia, pero terminó negando con la cabeza.

—No creo que funcione. Los dioses son muy buenos para el alcohol. Dante... él se convirtió en uno gracias a mi padre. —Suspiró pesadamente, sintiendo el peso de la situación caer sobre sus hombros—. No será tan fácil.

Los hermanos seguían discutiendo a un lado, sus voces cada vez más tensas, pero antes de que la situación pudiera volverse más violenta, una sombra oscura llenó la habitación. El ambiente cambió abruptamente, como si una tormenta estuviera a punto de desatarse.

Dante había llegado.

Entró en la habitación con pasos firmes, su presencia eclipsando todo lo demás. Sin pronunciar una sola palabra, miró a Elian y a Killian con una expresión tranquila pero imponente. No necesitaba levantar la voz ni amenazar; su simple aparición bastaba para hacer que ambos hermanos detuvieran su pelea y se enderezaran, tensos bajo su mirada.

Mely sintió el alivio inmediato al verlo, aunque ese alivio venía acompañado de una inquietud persistente. Dante la miró, ignorando por completo a los hermanos, y se acercó a ella, extendiendo una mano.

—Vamos a casa —dijo con suavidad, pero su tono no dejaba lugar a la discusión.

Sin dudarlo, Mely tomó su mano. Sabía que había preguntas que aún necesitaban respuestas, pero esa noche, se dejaría guiar. A su lado, sentía que todo estaría bien... o al menos, eso esperaba.

SHADOWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora