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La presencia de Dante en el campo de batalla fue como un rayo que partía el cielo. Su aparición repentina detuvo el aliento de ambas diosas, pero en Melinoe provocó un alivio inmediato, como si su cuerpo destrozado encontrara refugio en la cercanía de su amado. Aun así, no bajó su guardia; el peligro de Afrodita seguía siendo una amenaza letal. Dante, con el tridente de Hades en mano, proyectaba una oscuridad que rivalizaba con la propia noche.

Sin perder tiempo, Dante atacó con una precisión feroz. Afrodita apenas logró bloquear su embate con su arma divina, pero el impacto fue devastador. Aunque Afrodita se esforzaba por mantener el control, las manos le temblaban, pues sabía que su lanza no tenía comparación con el tridente de Hades, una herramienta forjada en las profundidades del inframundo. Cada choque entre las armas resonaba como un trueno, el eco vibrando a través del cielo nublado.

—Dante, no puedes salvarla. Esto no es una batalla que puedas ganar —se burló Afrodita, aunque su voz traicionaba una pizca de duda. No había esperado que el mortal se presentara con tanto poder.

Dante no respondió. Sus ojos se fijaron en los de Melinoe, y aunque el cariño que sentía por ella brillaba en su mirada, la concentración en la batalla nunca se desvaneció. Afrodita lo observó con desprecio, pero sabía que no debía subestimarlo. Este era un guerrero que había luchado por el amor y la vida misma, y el fuego en su corazón era tan peligroso como cualquier divinidad.

Afrodita, con la lanza en alto, atacó de nuevo, girando con la gracia de una tormenta implacable. Mientras Dante la mantenía a raya, sus golpes rápidos y precisos parecían tener un objetivo claro: desgastar a su enemigo sin desperdiciar energía. Afrodita esquivaba, sus movimientos fluidos como el viento, pero cada tanto lanzaba ataques mortales hacia Melinoe, quien, aunque debilitada, seguía luchando con agilidad herida y una fuerza inquebrantable.

La batalla se intensificaba, con ambos luchando en sincronía. Afrodita arremetía contra Dante, pero él respondía con una habilidad innata, moviéndose como un ser oscuro guiado por la determinación. En un descuido momentáneo, Afrodita aprovechó el vínculo entre ellos; cuando Dante, por un segundo, miró a Melinoe con ternura, Afrodita lanzó su lanza con una fuerza brutal, apuntando directamente al corazón de Melinoe.

El aire se tensó. Dante, con una velocidad que parecía casi sobrehumana, interceptó la lanza a medio camino. El sonido del choque fue ensordecedor, la fuerza de Afrodita empujando a Dante hacia atrás, sus pies arrastrándose por el suelo. Aun así, el tridente mantuvo la lanza a raya, pero la sonrisa cruel de Afrodita mostró que estaba lista para el golpe final.

—¿De verdad crees que puedes protegerla siempre? —afirmó Afrodita con malicia, dando un paso hacia adelante, la lanza todavía en posición.

Dante, con los ojos llenos de determinación, respondió con una fría intensidad—. Por ella, destruiría a cualquier dios. Incluso a ti.

Melinoe, aunque agotada, sentía cómo el poder de Dante resonaba a través del aire, como una extensión de su propio deseo de sobrevivir. Pero la ventaja de Afrodita estaba en su experiencia, su astucia, y en ese momento crítico, utilizó todo lo que sabía para intentar destruirlos. Justo cuando la diosa estaba a punto de atacar con todas sus fuerzas, un temblor sacudió el suelo. La tierra se abrió con un crujido aterrador, y de ella surgió una oscuridad que hizo retroceder incluso a Afrodita.

Un aura sombría se expandió, deteniendo el avance de la diosa. La atmósfera se llenó de un frío que traspasaba los huesos, y el viento dejó de soplar por completo. La figura alta y majestuosa de Hades emergió de las profundidades, envuelto en sombras que parecían absorber la luz misma.

—¡Basta! —La voz de Hades resonó como un trueno, haciendo que todos los presentes sintieran el peso de su poder. La aparición del señor del inframundo detuvo a Afrodita en seco.

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