El momento llegó y Donis fue llevado por Afrodita, siguiendo cuidadosamente el plan que había diseñado junto con Melinoe. Pasó sus días cumpliendo caprichos de la diosa, esperando pacientemente el momento crucial. Entonces, llegó el fatídico día en que Ares, en un ataque de celos, se transformó en jabalí y embistió a Donis, cegado por la ira. El mortal cayó, su cuerpo inerte devuelto al inframundo, su espíritu retornando al lugar de donde había venido.
Melinoe, con el corazón palpitante entre dolor y esperanza, aguardó ansiosa el regreso de Donis. Cuando finalmente lo vio, herido y confundido, lo llevó a escondidas a una cueva secreta, lejos de los ojos de Hades y Perséfone. No podía permitir que lo encontraran; no sabía cómo reaccionaría su madre al verlo.
Con celeridad y cautela, se sumergió en la búsqueda de una solución. Revisó antiguos textos y consultó a espíritus leales, hasta que descubrió un antiguo ritual que podría devolverle la vida a Donis. Este ritual requería la intervención de Asclepio, el dios de la medicina, quien poseía el poder de resucitar a los muertos. Pero para llevarlo a cabo, necesitaba reunir varios elementos sagrados y convencer a Asclepio de su ayuda.
Con firmeza y determinación, Melinoe se aventuró en una peligrosa búsqueda por los rincones más oscuros del inframundo. Superó desafíos y recogió los ingredientes necesarios: el agua del río Lete, que borra los recuerdos, y una flor dorada del jardín de Perséfone, símbolo de vida y renacimiento.
Una vez en posesión de todos los elementos, Melinoe convocó a Asclepio en el lugar secreto donde había escondido a Donis. Conmovido por la valentía y el amor de Melinoe, Asclepio accedió a realizar el ritual. Con cuidado y solemnidad, mezcló el agua del Lete con la flor dorada, pronunciando antiguas palabras de poder. La esencia de la vida se extendió alrededor del cuerpo de Donis, restaurando su vitalidad perdida.
Donis abrió los ojos, sorprendido y agradecido. Miró a Melinoe con profundo cariño y gratitud, tomando su rostro entre sus manos. El beso que compartieron fue largo y profundo, colmado de la emoción acumulada durante su separación, un abrazo de almas que se reencuentran y se fortalecen en el mundo de los vivos.
Conscientes de que debían escapar del inframundo antes de que sus padres descubrieran lo sucedido, Melinoe y Donis utilizaron los pasajes secretos del castillo y la ayuda de espíritus leales para alcanzar la superficie. Al emerger, el sol del mundo mortal brillaba con una nueva esperanza, deslumbrando a Melinoe por un momento antes de ser llamada por Donis. Juntos, corrieron en busca de libertad, pero el destino no siempre es indulgente.
Zeus descendió desde el cielo, parándose frente a la joven pareja con ceño fruncido y rayos chispeando en su aura.
—Zeus —dijo Melinoe, molesta, apretando los dientes y aferrándose al brazo de Donis.
—¿Se atreven a desafiarme? —tronó Zeus con voz estridente.
—No puedes decidir por nosotros —intervino Donis, abrazando a Melinoe con determinación—. Mi corazón pertenece a ella y a nadie más —añadió, encontrando en los ojos plateados de Melinoe la confirmación de su amor.
Una risa oscura retumbó en el cielo mientras Zeus evaluaba la situación. Hades emergió de las sombras en un torbellino de humo negro, sorprendido al ver a su hija en tal estado.
—Melinoe... —murmuró, desconcertado al verla junto a Donis.
La joven mordió su labio, sintiendo el peso de las miradas de su padre y del rey de los dioses.
—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó Hades, su voz resonando con autoridad, mientras ignoraba momentáneamente al hombre que abrazaba a su hija.
—Tu hija desafía mis decisiones junto a este mortal —gruñó Zeus, su ira palpable.
Hades miró a Donis con ojos oscuros y comprendió al instante quién era: el hombre por el que su esposa Perséfone y Afrodita habían luchado. Una risa irónica escapó de sus labios al ver la audacia del joven mortal.
—¿Así que tú eres el que ha cautivado a mi esposa y ahora a mi hija? —dijo Hades, su tono cargado de ironía y sorpresa.
—Padre, no es lo que piensas. Yo... —intentó Melinoe defenderse, su voz temblorosa de desesperación—. Lo amo —declaró, sintiendo que sus mejillas ardían mientras sus palabras flotaban en el aire.
Hades se sorprendió de ver esta faceta de su hija, la chica que siempre había cuidado, la niña que molestaba a los espíritus del inframundo, quien adoptaba la forma de espectros para asustar. Ahora, estaba ante él, vulnerable y enamorada.
—¡Insolente! —gruñó Zeus, estirando su mano con una amenaza palpable en el aire.
—Detente. Es mi hija. Yo me encargaré de su castigo —dijo Hades, interponiéndose con autoridad.
Melinoe, con lágrimas corriendo por su rostro, se arrodilló frente a su padre, sus sollozos llenando el aire.
—¡Por favor, padre! No, nos separes —rogó, sus manos temblorosas aferrándose a la túnica de Hades.
Hades la miró con una mezcla de dolor y resolución. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era lo más cruel que podía imaginar, pero también creía que era necesario. Lentamente, se acercó a ella y, con una expresión endurecida por la tristeza, colocó su mano sobre la frente de Melinoe.
—Lo siento, hija mía, pero es el único camino —dijo, su voz apenas un susurro.
Un brillo oscuro emanó de la mano de Hades, envolviendo la frente de Melinoe. Sus ojos, llenos de terror y súplica, comenzaron a cambiar de color, tornándose de su plateado habitual a un azul profundo, como un océano atrapado en una tormenta. Melinoe gritó, un sonido desgarrador que resonó en el inframundo, mientras sus recuerdos eran arrancados de su mente. Finalmente, sus ojos volvieron a su color original, pero estaban vacíos de reconocimiento.
—No, ¡por favor! —gimió Melinoe, sus palabras disolviéndose en un susurro mientras se desvanecían sus recuerdos.
Donis, desesperado, luchó contra el agarre de Zeus, sus ojos llenos de lágrimas.
—¡Mel! —gritó, su voz quebrándose—. ¡No! ¡Hades, por favor, no!
Zeus lo detuvo con una mirada severa, sujetándolo con fuerza y manteniéndolo en el suelo con su poder divino, obligándolo a arrodillarse. Hades, sin apartar la vista de su hija, habló con voz grave.
—No podrás acercarte a ella hasta que recupere sus recuerdos. Este es el castigo por desafiar el orden del inframundo.
Con un gesto de su mano, Zeus lanzó una maldición sobre la pareja.
—Si se encuentran antes de que Melinoe recupere todos sus recuerdos, los perderá de nuevo—declaró Zeus con voz implacable, su mirada feroz mientras sus palabras resonaban en el aire.
Melinoe, ahora sin recuerdos, se levantó lentamente, sus ojos vacíos y confusos. Hades hizo un gesto y Melinoe fue enviada a la tierra, donde comenzó a vagar sin rumbo, su rostro reflejando una tristeza y desconcierto profundos.
Donis cayó de rodillas, su corazón destrozado, observando impotente cómo el amor de su vida desaparecía de su alcance. Las lágrimas corrían por las mejillas de Donis, pero su determinación se fortaleció en medio de la desesperación.
—¡Lucharé por ti, Mel! —gritó Donis con voz quebrada, desafiando la autoridad de Zeus mientras sus ojos ardían con determinación.
Mientras tanto, en la tierra, Melinoe vagaba, sintiendo una profunda sensación de pérdida y vacío indescriptible. Aunque confusa y desorientada, en lo más profundo de su ser, algo le susurraba que debía encontrar a alguien, alguien crucial para su destino.
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SHADOW
RomanceSin recuerdos de quién es ni de su verdadero origen, ha vagado por los años sabiendo que no pertenece a este mundo. Atrapada entre su naturaleza sobrenatural y el vacío de su memoria, solo una imagen la persigue: unos ojos dorados que la observan de...