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Melinoe se levantó de su cuarto con una determinación renovada. Había pasado horas en compañía de las empusas, arpías y erinias, absorbiendo sus consejos y advertencias sobre el amor. Aunque sus palabras retorcidas intentaban sembrar dudas en su mente, Melinoe sabía lo que debía hacer. No podía más ignorar los sentimientos que la habían atormentado desde hace tanto tiempo.

Con un último vistazo a su cuarto, Melinoe se encaminó hacia la puerta, decidida a confesar sus sentimientos a Donis. Su corazón latía con fuerza en su pecho, pero su mente estaba clara y firme en su propósito. Caminó con paso resuelto por los oscuros pasillos del castillo, sus alas acromáticas rozando suavemente las paredes de piedra.

Melinoe era una figura enigmática y hermosa. Con su cabellera negra y blanca, un contraste que realzaba su singular belleza, caminaba con gracia y rapidez. Sus ojos, de un gris claro que casi parecían blancos, reflejaban una mezcla de determinación y vulnerabilidad. Su piel pálida como la luna complementaba el dramático contraste de su cabello, mientras que su vestido acromático, una obra artística de blanco y negro, flotaba elegantemente a su alrededor. Las mangas sueltas dejaban al descubierto sus hombros, añadiendo un toque de elegancia a su figura esbelta y curvilínea.

Apresuradamente se dirigió hacia una habitación específica del castillo, un lugar sombrío y siniestro que contrastaba con su presencia serena y distinguida. Tras ella, sus alas acromáticas completaban su atuendo, cada pluma blanca en el lado negro de su cabello correspondía a una pluma negra en el lado blanco, formando una simetría perfecta que destacaba su aura misteriosa y sofisticada.

La joven tocó dos veces la puerta, que se abrió revelando a un hombre ahora maduro. Su cabello negro y sus ojos dorados contrastaban con su piel pálida, y Melinoe sintió un escalofrío al verlo. Tragó saliva nerviosamente, irritada por su propia reacción. Levantó el puño y golpeó suavemente el pecho del hombre.

-¿Qué estás haciendo?- exclamó, notando el torso desnudo y marcado del hombre que asomaba desde la puerta abierta.

Él rió suavemente ante el sonrojo de Melinoe antes de invitarla a entrar.

-No es mi culpa que quieras que abra la puerta en cuanto toques- bromeó. -Solo te dije que abriría cuando tocaras, no que saldría desnudo- agregó con una sonrisa juguetona.

Melinoe se ruborizó aún más ante sus palabras.

-Deberías estar más vestido- gruñó, ligeramente molesta.

Él se rió de nuevo antes de detenerse y acercarse a ella, reduciendo la distancia entre ambos.

-Mely- murmuró en un tono coqueto.

-Mmm- respondió ella, sin saber qué decir. Su corazón latía de manera extraña en su pecho, especialmente al tenerlo tan cerca. Sus mejillas se calentaban y sentía calor en sus oídos.

-Siempre debes estar conmigo- dijo él de repente, sorprendiéndola.

- ¿Qué sucede, Yadir?- preguntó ella, desconcertada por sus palabras. Eran amigos desde la infancia, habían compartido más de diez años juntos, ¿por qué ahora le decía esto?

-Creo que pronto me iré de aquí- reveló él.

-¿Qué?- Las palabras la golpearon como un puñetazo. -No puedes dejarme. Si te vas, yo...- Nunca antes había sentido esa sensación; su corazón parecía partirse, algo le apretaba el pecho y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. -¿Qué está pasando?- murmuró, sosteniendo una lágrima en la comisura de su ojo.

-Son lágrimas, Mely- dijo él con una sonrisa melancólica.

-Lágrimas? Esto es... llorar. Pero, ¿por qué estoy llorando? Solo sé que mi pecho duele, ¿qué está pasando? - preguntó, confundida y aturdida por las emociones abrumadoras.

El joven la abrazó suavemente, buscando consolarla en su dolor. Sus cuerpos se entrelazaron en un gesto de complicidad y consuelo, la calidez de su abrazo envolvió a Melinoe como un cobertor en una noche fría. El aroma familiar de Donis la tranquilizó mientras él acariciaba suavemente su espalda, como si quisiera borrar todas sus preocupaciones con ese simple gesto.

Después de un abrazo reconfortante, Donis compartió con Melinoe cómo Perséfone había llegado a un acuerdo con Afrodita para llevarlo al mundo mortal debido a la fascinación de las diosas por su belleza. Melinoe se enfureció al escuchar esto, sintiéndose traicionada y abandonada por su madre. Sus ojos brillaban con una mezcla de ira y tristeza mientras escuchaba las palabras de Donis.

-¿Cómo pudieron hacer esto?- exclamó Melinoe, su voz temblorosa de indignación. -Ellas solo pensaron en sí mismas y en sus deseos egoístas.

Donis la miró con comprensión, sintiendo también el peso de la injusticia que Melinoe estaba experimentando.

-Lo siento, Mel. Es injusto y entiendo por lo que estás pasando- dijo Donis con cautela, tratando de consolarla a pesar del dolor que sentía él mismo.

Melinoe cerró los puños con fuerza mientras la realidad de la situación la golpeaba. Todo había sido decidido sin su consentimiento, como si su destino estuviera completamente fuera de su control. Mordió su labio, casi haciéndolo sangrar, mientras el resentimiento y la amargura crecían dentro de ella.

-No puedo creer esto- susurró Melinoe, apenas audible debido a la mezcla de emociones que la invadían.

Un nudo se formó en su garganta mientras luchaba por procesar todo lo que acababa de escuchar. La ira se mezclaba con la tristeza y una amargura creciente, una mezcla de sentimientos que nunca antes había experimentado se arremolinaban en su pecho, ahogándola. Quería confrontar a su madre, quería gritarle por haberla dejado fuera de una decisión tan importante. Pero antes de que pudiera reaccionar, Donis la detuvo suavemente, tomando sus brazos y obligándola a mirarlo.

-Mel, sé que esto es abrumador. No sé qué decirte para consolarte, pero estoy aquí contigo. Tú y yo, juntos- dijo Donis, buscando ofrecerle algo de apoyo en medio de su dolor.

El miedo se reflejó en los ojos de Melinoe mientras miraba a Donis, viendo una sabiduría y una serenidad que contrastaban con su propio torbellino emocional. La idea de que Perséfone y Afrodita hubieran actuado tan egoístamente la atormentaba profundamente.

-¿Qué más me están ocultando?- musitó Melinoe, más para sí misma que para Donis.

Él la abrazó nuevamente, ofreciéndole su apoyo silencioso mientras ella luchaba con las emociones que la invadían. Juntos, permanecieron en silencio, dejando que el peso de la revelación se asentara entre ellos.

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