Apoyo Familiar

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El día había sido largo, y aunque la adrenalina del enfrentamiento aún recorría mi cuerpo, no podía evitar sentir el peso de todo lo que había pasado. Al llegar a casa, mis padres ya me esperaban, sus rostros tensos pero dispuestos a escuchar. Sabía que habría preguntas, sabía que tendría que explicar por qué había golpeado a Claudia y por qué Susana y yo habíamos comenzado a entrenar en secreto.

"Sunny, siéntate," dijo mi padre con voz calmada pero firme. Lo hice, preparándome para lo peor.

"Queremos entender lo que pasó. No estamos enojados, solo queremos saber por qué te metiste en esa pelea," añadió mi madre, su mirada llena de preocupación.

Respiré hondo, sintiendo que las palabras pesaban en mi garganta. "No podía dejar que Claudia siguiera amenazándome, no podía... simplemente no podía aguantar más. Susana y yo hemos estado entrenando para defendernos, no solo de Claudia, sino de cualquiera que intente hacernos sentir menos. Quiero ser fuerte, quiero demostrar que no soy débil."

Mis padres intercambiaron miradas, pero no dijeron nada de inmediato. Sabía que les preocupaba que estuviera cargando demasiado sobre mis hombros, pero antes de que pudieran responder, mis hermanos entraron a la habitación, interrumpiendo el momento.

"¿Estás bien?" preguntó Zander, arrodillándose junto a mí, mientras revisaba mis brazos buscando heridas visibles. Aziel y Marcos lo siguieron, sus expresiones llenas de preocupación.

"Estoy bien, solo algunos rasguños," respondí, minimizando la situación.

"Nos enteramos que han estado entrenando solas," dijo Aziel con una ceja levantada, aunque su tono no era de recriminación, sino de sorpresa.

"Sí, pero no quería que se preocuparan," confesé, bajando la mirada. "Si vamos a vivir entre los humanos, necesito ser capaz de protegerme, de defenderme."

Mis hermanos se miraron y, en lugar de enfadarse, sonrieron. "Si quieres entrenar, entonces lo harás con nosotros. Vamos a apoyarte," dijo Zander, su tono decidido.

"Pero no se trata de que cargues con todo sola, Sunny," intervino mi madre, suavemente. "Estamos aquí para ti, siempre. No tienes que demostrar nada para que te amemos."

"Es cierto," añadió mi padre, colocándome una mano en el hombro. "Aún eres nuestra pequeña, pero entendemos que debes aprender a defenderte por ti misma. Solo no te excedas, no te hagas daño."

Sentí que una lágrima amenazaba con caer, pero la retuve. No era momento para mostrar debilidad.

 Decidimos salir a entrenar juntos al día siguiente. La tensión del entrenamiento llenaba el aire en el área designada de la casa. Los sacos de boxeo colgaban listos, y el ring en el centro parecía más intimidante de lo que recordaba.

Ese día, Susana y yo nos enfrentamos a nuestros respectivos oponentes: yo contra Zander, y ella contra lods chicos. Susana, aunque pequeña, se movía con agilidad, esquivando los golpes que le lanzaban y contraatacando con precisión. 

Mientras tanto, mi pelea con Zander no era menos intensa. Cada vez que me derribaba, una oleada de emociones me inundaba, impulsándome a levantarme una y otra vez. Mis movimientos eran más ágiles que antes, y con cada ataque que él lanzaba, yo encontraba una nueva manera de esquivarlo o bloquearlo. Mis manos temblaban, pero no por miedo, sino por la determinación de ganar.

Aun que al final no logre derribarlo, pude darle algunos golpes y esquivarlo, Zander se giró, sorprendido por lo bien que me estaba defendiendo, y me dio una palmadita en la espalda. "Eso fue impresionante, mi Peque," dijo, con una mezcla de orgullo y asombro.

Al final del día, todos estábamos exhaustos pero felices. Decidimos ir a comer helado para relajarnos, y en medio de las risas y las bromas, me di cuenta de que, aunque el camino había sido duro, no estaba sola. Mis hermanos, mis padres y Susana estaban a mi lado, y eso me daba la fuerza para seguir adelante.

Mientras disfrutábamos del helado, el mejor amigo de Zander, un beta, se unió a la conversación, aportando un aire ligero al ambiente. Los días iban pasando, y aunque parecía que había dejado de investigar por qué no me había transformado, seguía buscando respuestas en libros antiguos, tratando de descifrar el misterio de mi condición. Pero había algo que se me escapaba, algo que no lograba comprender del todo... todavía.

Lunas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora