Voces en la Oscuridad

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Narrado por Sunny Simmons


No sé dónde estoy. Escucho el sonido de unas máquinas, ese pitido constante que me rodea como un eco. Intento abrir mis ojos, pero es como si una fuerza invisible los mantuviera cerrados. Trato de moverme, de alzar ni siquiera un dedo, pero nada. No entiendo qué está pasando. Lo último que recuerdo es haber salido de la cueva y ver a mi familia, pero después... todo es un vacío.

Escucho pasos. Voces a mi alrededor. Presto más atención hasta que un sollozo rompe el silencio, es leve, pero lo reconozco al instante. Es mi madre.

-¿Por qué no ha despertado?

 la oigo pregunta, su voz temblando entre las lágrimas.

-Hemos hecho todo lo posible, señora Simmons.

 responde una voz masculina, que supongo es del médico. 

-Los exámenes no muestran ninguna causa física aparente. Tal vez el trauma que vivió la tiene así... su cuerpo podría estar reaccionando al shock de manera...

Hace una pausa, como si no supiera cómo continuar.

-¿Qué quiere decir con eso? Mi madre suena casi desesperada. -¡Han pasado dos días! ¿Por qué no reacciona mi hija?

Intento gritarles, decirles que estoy aquí, que puedo oírlos. ¡Mamá! ¡Estoy aquí! ¡No te vayas! Pero mi voz no sale. Todo es en vano. Mi cuerpo no responde, y una impotencia asfixiante me envuelve.

Siento el toque suave de mi madre en mi mano. Estás temblando. Su llanto es lo único que rompe el silencio, y siento su amor en cada lágrima que cae sobre mi piel.

-Te amo tanto, mi pequeña, susurra entre sollozos, "no nos dejes, por favor".

Poco después, alguien más entra en la habitación. Es Susana. La escucha hablar en voz baja, tratando de convencer a mi madre de que descanse.

-Señora Simmons, debería irse a descansar un rato. Yo me quedaré con ella.

-No puedo dejarla. 

responde mi madre, aunque su voz suena rota, agotada.

-La necesita fuerte, y usted lo sabe. 

Me puedo imaginar como Susana le agarra suavemente la mano, y tras unos momentos de resistencia, mi madre cede. Siento como me da un beso en la frente antes de salir.

Ahora es Susana quien se sienta a mi lado. Me agarra de la mano y, aunque intento reaccionar, sigo sin poder moverme. Escucho su voz suave, llena de esa familiaridad que siempre me reconforta.

-Sunny, sé que estás ahí.

 Dice, y su voz tiembla un poco, aunque intenta sonar fuerte. 

-Te extraño. Sabes, no me siento completa sin ti. Pero sé que eres fuerte. Si alguien puede salir de esto, eres tú.

Hace una pausa y, de repente, suelta uno de sus clásicos chistes malos que siempre me sacan una sonrisa.

-Solo tú podrías hacernos pasar por esto para tener más tiempo de descanso, ¿verdad? ¡Qué lista eres, Simmons!

Si pudiera reír, lo haría. Pero todo es oscuridad, y aunque me esfuerzo por salir, no puedo. El cansancio me atrapa, y en algún momento, caigo en un sueño profundo.

De repente, estoy de nuevo en el bosque. Las hojas crujen bajo mis pies mientras camino, pero esta vez algo es diferente. Estoy llorando. Cada paso que doy, siento que una parte de mí se desgarra, se rompe. ¿Por qué? ¿Por qué tuve que pasar por esto? Me siento débil, rota, marchita. Mi familia... no puedo protegerlos si ni siquiera puedo protegerme a mí misma.

De repente, una voz suave me interrumpe.

"No estás sola, pequeña."

Alzo la vista y me quedo sin aliento. Frente a mí, una loba majestuosa me observa. Su pelaje plateado con destellos morados brilla bajo la luz de la luna, y sus ojos... dos amatistas que parecen querer devorarme el alma, atraparme en su belleza.

"¿Quién eres?" Me pregunto, aunque apenas puedo articular las palabras.

La loba sonríe, su risa suave me envuelve como una caricia.

"Recuerda, eres fuerte", me dice con una calma que me sorprende, "y nadie es como tú. No lo olvides". Su voz es dulce, misteriosa, como si conociera cada rincón de mi ser.

"Eres... maravillosa", susurro, sin poder apartar los ojos de ella.

La loba se ríe de nuevo, pero antes de que pueda seguir hablando, sus palabras se desvanecen como un eco en el viento.

Lo que... ¿Lo que...? No logro entender lo que dice. Quiero preguntarle qué significa, pero algo cambia.

Siento una oleada de calor recorrer mi cuerpo. El sonido de las máquinas se acelera, se vuelven ensordecedoras. Todo a mi alrededor comienza a desmoronarse. ¿Qué está pasando? Mi respiración se vuelve pesada, cada inhalación un esfuerzo. Mi cuerpo... siento que está ardiendo.

¡No!

No sé qué está ocurriendo. Mis músculos se tensan, mi pecho duele. Estoy convulsionando, y aunque no puedo verlo, lo sé. Todo mi cuerpo se siente como si se estuviera desgarrando. El dolor es insoportable, como si me estuviera partiendo en dos.

¿Por qué siempre tengo que sufrir? ¿Por qué nunca puedo ser feliz?

El dolor no cesa, pero en medio de todo esto, un pensamiento me invade: Quisiera volver a los días en que mi familia me protegía de todo mal, en los que nada dolía...

Siento una lágrima correr por mi mejilla. Es la única señal de que sigo aquí, viva, aunque cada parte de mí quiera rendirse.

Pero no puedo. No todavía.

Lunas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora