Narrado por Zander
Esta mañana, incluso antes de salir a entrenar, mi padre me había dicho que estaba listo. Que pronto me entregaría el mando de la manada por completo. Aquel comentario, que debería haberme lleno de orgullo, ahora solo me pesa en el pecho como una maldita piedra. ¿Cómo diablos le explícito que mi propia hermana ha sido secuestrada en nuestro propio territorio?
Soy el futuro Alfa, el que se supone debe mantener a salvo a su manada, el que debe ser más fuerte, más rápido, el que nunca deja que un enemigo cruce la línea. Y sin embargo, aquí estoy, corriendo a casa para informar que Sunny ha desaparecido. Nuestra manada es la más fuerte, pero mis padres decidieron ocultar nuestra existencia para evitar conflictos. Somos poderosos, pero para el mundo exterior, estamos extintos. No debería haber ocurrido, pero ocurrió.
Llego jadeando, con el corazón en un puño, y explícito lo sucedido a mi padre. Marcos, mi hermano menor, apenas puede sostenerse de pie por las heridas, pero se niega a ser atendido hasta que Sunny esté a salvo. Eso me rompe más de lo que quiero admitir.
—No podemos perder más tiempo —gruño—. Ella está allá fuera, con esos... bastardos.
Armamos un plan rápidamente. En la sala, hago la pregunta que me da vueltas en la cabeza. —¿Alguien aquí conoce a algún brujo? —No es que los odiemos, pero tampoco tenemos una buena relación con ellos. Su magia no se mezcla bien con la nuestra, pero si hay un brujo involucrado, necesitamos a uno de los suyos.
Un guerrero levanta la mano. Está nervioso, retuerce las manos hasta que los nudillos se le ponen blancos. Lo noto en su mirada, el miedo. Camino hacia él y, poniéndole una mano en el hombro, le digo con firmeza: —Nadie te hará daño. Si conoces a alguien que pueda ayudarnos, debes hablar.
—Mi compañera es una bruja... pero no había dicho nada por miedo a que la mataran —dice finalmente, con la voz temblorosa.
Le aseguro que eso nunca sucederá. Necesitamos su ayuda, y rápido.
Dos días de búsqueda, y no hemos encontrado rastro de ella. Dos malditos días en los que cada segundo la imagen de Sunny en manos de esos cabrones me tortura. No hemos comido, no hemos descansado. El aire es denso, pesado con el miedo de todos los presentes, aunque ninguno lo admite.
Finalmente, uno de los guerreros se comunica conmigo: —Zander, creemos que encontramos algo.
La adrenalina se dispara en mi cuerpo. Le informo a mi padre, y en minutos llegamos al lugar. Es una cueva, oscura y fría, el tipo de lugar donde solo el mal podría ocultarse. La bruja del guerrero se une a nosotros, y con su ayuda, logramos crear una explosión en la entrada. Las rocas tiemblan, el eco del estallido retumba, y sé que hemos llamado la atención.
El enemigo viene hacia nosotros. Lo siento antes de verlo.
—Prepárense —ordeno—. No dejaremos que nadie salga vivo de aquí.
El primero que aparece es un pícaro grande, de aspecto salvaje, con cicatrices cruzando su rostro. No me da tiempo a pensar, se lanza hacia mí con una furia descontrolada, y apenas esquivo su garra. Lo agarro por el cuello con ambas manos, sintiendo la fuerza que fluye por mi cuerpo, y lo estrella contra el suelo. Las rocas se astillan bajo su espalda, pero el tipo se levanta rápidamente, gruñendo.
Mi visión se nubla de ira. No soy solo un lobo ahora, soy pura rabia. Le asesto un puñetazo en el rostro, y su nariz se aplasta con un crujido seco. Él intenta rasguñarme, pero lo evita, usando mi velocidad para lanzarme hacia sus piernas. Con un giro rápido, le rompo la rodilla, y su grito de dolor me impulsa a seguir.
Pero no hay tiempo para celebraciones. Otros pícaros salen de la cueva, uno tras otro, como ratas huyendo de un barco en llamas. La batalla estalla a mi alrededor. Mis guerreros están luchando, y yo estoy en el centro de todo, sintiendo cada golpe, cada rasguño, cada maldito intento de detenerme.
El aire huele a sangre y tierra. Mis pulmones arden, mis músculos gritan, pero no puedo detenerme. Si me detengo, pierdo a Sunny. Si fallo, la pierna para siempre.
—¡Zander! —grita mi padre desde la distancia. Alzo la vista y lo veo, con un enemigo en cada mano, destrozándolos como si no fueran más que juguetes rotos.
La bruja sigue lanzando hechizos, haciendo que el suelo tiemble bajo nosotros, creando barreras de luz para protegernos. La cueva retumba con energía, pero aún no hemos llegado a ella.
Entonces la veo.
Mi Hermana.
Sale tambaleándose de la cueva, ensangrentada, con la mirada perdida, como si estuviera en otro mundo. Mi corazón se detiene un segundo. Todo el caos que nos rodea se desvanece.
-¡Sunny! —grito, corriendo hacia ella. Mi padre también la ve, y por un momento parece que todo se ralentiza.
Llegamos justo cuando su cuerpo cede y cae al suelo. La atrapo en el aire antes de que toque el suelo, su cuerpo está tan débil, tan frágil. Mi hermana, la misma que siempre he intentado proteger, ahora está en mis brazos, al borde de la muerte.
—Llévenlo a la celda —ordena mi padre, señalando al último de los pícaros que intentaba escapar—. Lo quiero vivo para interrogarlo.
Miro a Sunny, su rostro manchado de sangre y su respiración entrecortada. Siento que algo dentro de mí se quiebra. Esto nunca debió haber pasado.
Ella susurra algo, pero no puedo entenderlo. Sus ojos se cierran lentamente, y mi visión se nubla por las lágrimas que no sabía que tenía.
—Te tengo —le digo, aunque no sé si puede oírme. La abrazo más fuerte, sintiendo cómo la rabia y el miedo me recorren de nuevo. Esto no ha terminado. Alguien va a pagar por esto.
Y va a pagar con sangre.
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Lunas Cruzadas
WerewolfEn un mundo donde la luna guía el destino de los lobos, Sunny Simmons parece ser la excepción. Aunque su familia es parte de una poderosa manada, ella es la única que no ha experimentado su transformación. Su sueño es dejar atrás su pequeña ciudad...