El Despertar

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Llevo horas sentada junto a Sunny, sin soltarle la mano. Sus dedos están tan fríos que me duele sentirlos, como si cada segundo que pasa me recordara lo frágil que es esta situación. Intento decirle cosas para animarla, hacerle esos chistes malos que siempre le hacían reír, pero... no es lo mismo sin su sonrisa.

La puerta de la habitación se abre con un leve chirrido, y al levantar la mirada, me encuentro con su padre. El gran Alexander Simmons, el alfa imponente, con el rostro cubierto de preocupación. No lo había visto así desde que éramos niñas.

—Susana... — Su voz es grave, pero cargada de cansancio. —Has estado aquí todo el día. Deberías ir a descansar. Nosotros nos ocuparemos de Sunny.

—No me iré. — Respondo rápidamente, casi en un susurro, porque no quiero despertar a su madre, que duerme en el sillón del rincón. Me levanto y me acerco al padre de Sunny. —Lo que tienes que hacer ahora es cuidar de tu esposa. Ella te necesita. Todo esto le ha pasado factura. El doctor dice que está bien, solo necesita descansar, y le dio un calmante.

Alexander frunce el ceño, claramente queriendo insistir, pero sé que tengo razón. Miro brevemente a Eva, que se ha quedado dormida con el rostro tenso. —El agotamiento fue demasiado para ella. No puedes dejarla sola ahora. Te prometo que si algo cambia, si Sunny se mueve o... o despierta, te avisaré de inmediato.

—Es mi hija... — Comienza a decir, pero su voz se quiebra ligeramente, algo que jamás había visto en él. Esa imagen de un hombre siempre fuerte, casi inquebrantable, ahora desmoronándose ante la incertidumbre de no saber si su hija despertará.

Le pongo una mano en el brazo, intentando consolarlo de alguna manera. —Deben descansar. Y por eso necesitas estar bien para ella cuando despierte. Sunny no querría verte en este estado. Yo me quedaré aquí. No me moveré ni un segundo.

Veo cómo se acerca a su esposa, le acaricia suavemente el rostro y la levanta con sumo cuidado antes de salir de la habitación. Mi corazón se encoge al ver a esta familia, siempre tan fuerte, desmoronándose de a poco. Vuelvo al lado de Sunny y tomo su mano nuevamente.

—Vamos, Sunny... despierta, por favor. — susurro, aunque el peso en el aire sigue siendo el mismo, opresivo y lleno de incertidumbre.

—¿Cuánto más va a durar esto? — murmuro mientras me acerco a su cama. Me siento en la silla al lado de ella, observando cómo su pecho sube y baja lentamente. —Sabes que odio verte así, ¿verdad? — Tomo su mano, fría al tacto, y el aprieto con fuerza. —Tú siempre has sido la fuerte. Si estuvieras consciente, te burlarías de mí por estar lloriqueando de nuevo.

El sonido de las máquinas a nuestro alrededor resulta insoportable. Esa monotonía mecánica... es como si estuvieran marcando cada segundo de incertidumbre. —No te atrevas a dejarme sola, Sunny. — Mi voz suena más temblorosa de lo que esperaba. Trago saliva. —Si lo haces, nunca te lo perdonaré...

Pasan algunas horas y el agotamiento me vence. Me había quedado dormida agarrando la mano de Sunny, cuando siento que algo me aprieta los dedos. Me despierto, sorprendida, y me quedo mirando nuestras manos unidas, pensando que todo fue un producto de mi imaginación... hasta que lo siento de nuevo. Todo mi ser se llena de euforia. -¡Sunny! — Grito, aunque trato de mantener la calma. —Vamos, amiga, sé que puedes salir de esto. Recuerda que prometimos ir juntas a la universidad y ser las mejores por nuestra manada.

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El mundo a mi alrededor es mágico. Estoy frente a una puerta gigantesca hecha de árboles y flores, veo creaturas magicas que nunca había visto antes. Todo lo que me rodea parece sacado de una leyenda, de esos cuentos de fantasía que leía cuando era niña. Alzo la vista y veo dos lunas brillando en el cielo, hermosas, enormes. Alzo la mano, tratando de alcanzarlas...

Lunas CruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora