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La luz de la mañana entraba suavemente por las cortinas, iluminando el nido donde Chad estaba acurrucado

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La luz de la mañana entraba suavemente por las cortinas, iluminando el nido donde Chad estaba acurrucado. En su regazo, Haruto descansaba tranquilamente, con sus pequeños ojos cerrados y sus labios aferrados a su pecho. El silencio en la habitación era reconfortante, y solo el suave sonido de la respiración del bebé llenaba el aire.

Chad estaba en su nido, rodeado de mantas y prendas que llevaban el inconfundible aroma de su alfa, Izuku. Para los omegas, el nido no solo era un refugio físico, sino también un lugar emocional. Un lugar donde podían sentirse seguros, protegidos, y conectados con su alfa. Y ahora, para Chad, era también un espacio íntimo donde podía estar con su cachorro.

Miró a Haruto, sintiendo una mezcla de emociones intensas. Aunque solo habían pasado unas semanas desde su nacimiento, la conexión entre ellos era profunda. Mientras amamantaba a su bebé, Chad sentía una calma y una calidez indescriptibles. Cada vez que Haruto se aferraba a él, Chad sentía que todo en el mundo estaba en su lugar.

El pequeño succionaba con fuerza, y Chad no podía evitar sonreír. Sabía que, aunque este rol de omega y madre lo llenaba de felicidad, también traía consigo desafíos y momentos de agotamiento. Pero en ese instante, nada de eso importaba. Todo lo que importaba era que Haruto estaba alimentándose, creciendo sano y fuerte.

Se recostó un poco más en las almohadas que había dispuesto cuidadosamente en su nido, buscando la postura más cómoda mientras continuaba acunando a su hijo. Izuku había salido temprano a una misión de entrenamiento, y aunque Chad solía sentirse más seguro cuando él estaba cerca, en ese momento el aroma de su alfa impregnaba cada rincón del nido, brindándole la tranquilidad que necesitaba.

Haruto soltó un pequeño suspiro entre tomas, succionando con menos fuerza ahora, más relajado. Chad lo acarició con ternura, su mano recorriendo la suave cabecita de su cachorro. Verlo tan pequeño, tan dependiente de él, lo llenaba de orgullo. Sabía que algún día Haruto crecería y sería fuerte como su alfa, pero por ahora, Chad disfrutaba de cada instante que pasaban juntos en ese nido, en esa burbuja de calma y amor.

Una parte de Chad siempre había sido más reservada, manteniendo una fachada firme y fría para protegerse. Pero desde la llegada de Haruto, su corazón se había abierto de maneras que nunca había imaginado. Cada vez que sostenía a su hijo, cada vez que lo amamantaba, sentía que una nueva parte de sí mismo se revelaba. Una parte suave, cariñosa, vulnerable.

— Eres lo mejor que me ha pasado, Haruto —susurró Chad, inclinándose para besar suavemente la frente de su cachorro. Haruto abrió los ojos por un breve momento, mirando a Chad con sus grandes ojos verdes, idénticos a los de Izuku. El corazón de Chad se llenó de una inmensa ternura—. Eres tan parecido a tu papá...

El bebé dejó de succionar y se quedó dormido, su pequeño cuerpo relajado y acurrucado contra Chad. Con cuidado, Chad lo acomodó en su pecho, permitiéndole descansar mientras él se recostaba aún más en su nido, envolviéndose en las mantas que olían a su alfa.

𝐒𝐢𝐠𝐮𝐞 𝐌𝐢 𝐕𝐨𝐳 - 𝐈𝐳𝐮𝐤𝐮 𝐌𝐢𝐝𝐨𝐫𝐢𝐲𝐚 𝐱 𝐎𝐜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora