Capítulo III-Ricardo

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La visión de un amanecer terrestre desde el espacio exterior habría resultado de lo más interesante, bello, poético y artístico de no ser porque esas criaturas semejantes a gomitas (Erick las había llamado padmas) me obligaron a apartar la vista en cuanto puse un pie en la nave. Habíamos atravesado un portal que nos dejó en medio de un amplio corredor.

Considerando que había estado a punto de morir unas cuantas veces durante la última media hora, resultaba irónico que me preocupase tanto por no poder, en un futuro, darle una descripción al planeta Tierra como lo consideraba apropiado. Apenas conseguí asimilar qué era aquello que contemplaban mis ojos. Recordaba el blanco sol invadiendo a su hijo con sus rayos y, al momento siguiente, tres extraterrestres me conducían a través de un pasillo que, si tuviese que describirlo en un cuento o una novela, diría que era gris y frío. Sí, no era descripción detallada, pero el sitio no tenía mucho que decir.

Cada vez que hablaban, tanto los padmas como los humanos no tan humanos, hacían brotar de sus bocas un río de luz dorada. Ni Edar ni Vleick parecían notarlo en lo absoluto, aunque con ellos no sucedía nada extraño. ¿Por qué sólo yo era capaz de verlo?

Apreté la mandíbula y traté de pensar con frialdad. Obtuve algo de experiencia en ello en mis enfrentamientos contra Raised hacía seis meses. Para mi mala suerte, lo único que se me ocurría era dejar que me llevasen a donde quisieran. Tal vez fuese lo mejor; así descubriría la razón tras los ríos de luz.

Erick susurró algo que no alcancé a entender. La luz brotó de su boca, se enroscó sobre sí misma como una serpiente preparándose para un largo sueño y, al final, desapareció.

Sentía un molesto hormigueo en los dedos.

⸺Oigan, ¿qué les sale de la boca? ⸺pregunté, decidido a probar suerte.

⸺¿De qué hablas? ⸺dijo Erick.

⸺Nada.

Saltaba a la vista que no le había convencido, sin embargo, había comprobado mi teoría: sólo yo los notaba. Vleick caminó un poco más rápido para situarse a mi lado. Tardé un poco en darme cuenta de que Edar había hecho lo mismo. Daniela me dijo una vez que hacía demasiado hincapié en que Edar era sigiloso al moverse.

⸺¿Qué fue eso? ⸺preguntó Vleick.

⸺¿No lo ves?

⸺No.

Su mirada denotaba preocupación. De alguna manera, durante los últimos minutos me había acostumbrado a ver aquel resplandor. Que alguien pronunciase frases sin que ni la más mínima partícula de luz brotara de su interior resultaba un tanto inquietante.

⸺¿Qué es lo que ves? ⸺preguntó Edar.

Consideré que no había ningún problema en decirlo en voz alta. Todo lo que habían visto era tan raro que unas cuantas alucinaciones les parecerían tan corrientes como una hoja de papel. Traté de no darle vueltas a la idea de que me estaba imaginando cosas, por más evidente que resultara para cualquier persona que no fuese yo.

⸺Les salen luces de la boca cuando hablan. Sólo a ellos.

Edar se encogió de hombros.

⸺No creo que estés loco, si es lo que te preguntas. No veo nada de todos modos.

Sonreí.

⸺Bueno, por lo menos alguien me apoya.

Vleick tardó unos segundos en hablar.

Metaficción II: Destructor de mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora