Capítulo XII-Vleick

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A Cristofer no le costó mucho prender una hoguera. Ricardo me explicó que los hechiceros recibían cursos de supervivencia sin magia durante el último año en la Academia. Considerando la cantidad de peligros a los que nos exponíamos, le mencioné que no estaría mal que los recibiéramos desde el principio (eso y que deberían informar a los recién llegados qué les enseñarían en cada año para prepararse con antelación). Me dijo que lo consideraría, pero que un sistema educativo deficiente es muy propio de algunas sociedades y volvía a su mundo un poco más realista. En mi opinión, ya teníamos que lidiar con gente demasiado estúpida como para ponernos una carga más.

Los cuatro nos sentamos en torno a la hoguera. El atardecer caía ya sobre nosotros. Éramos un grupo de chicos que acababan de tener una de las peleas más difíciles de sus vidas fingiendo que nada había ocurrido.

El rostro de Cristofer lucía casi demoniaco al contraste con el fuego. Recordé la leyenda de un pirata de un solo ojo que nos contaban en la clase de literatura. Aquel hombre vagaba por el mundo tratando de encontrar al responsable de tan terrible mutilación. Secuestraba barcos y sometía a exhaustivos interrogatorios a sus tripulantes. Tal como cabía esperar, ninguno de ellos era la persona a la que buscaba y, en medio de su frustración, los degollaba y tiraba sus cuerpos al mar. Lo curioso de aquella leyenda era que las distintas versiones se contradecían entre si era un fantasma o no, de hecho, la mayor parte de los relatos dejaban ese detalle a la interpretación del oyente. Cristofer era igual: traía consigo la sensación de que era un ser intermedio entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Y no luchaba por decidirse por alguno de los dos, sino que ambos le resultaban igual de cómodos. Toda nuestra atención estaba centrada en él y lo sabía. Y lo disfrutaba, por supuesto.

Desenfundó una de sus pistolas y apuntó con ella a Ricardo. El joven escritor se echó hacia atrás y levantó las manos en señal de rendición. Los labios de Cristofer se torcieron en algo similar a una sonrisa.

⸺Me gustaría tener una charla muy seria contigo, Ricardo. ¿Te gusta que te llame así? El trato de papá no te agrada, pero te lo pregunto por si acaso. De todos modos, tú no eres mi padre. Yo no tengo padre. No pertenezco a ningún lado.

Ricardo, pese a la sorpresa inicial, ya no lucía tan agitado como al principio.

⸺¿Estás enojado porque te hice sufrir? Mira, yo creí que eliminando el documento original y copiándolo iba a evitar esta clase de cosas. Eso me explicó Marilyn.

⸺Sí, a Marilyn le encanta explicar cosas. Y supongo que te convenciste de ello, claro. Era lo más fácil para ti.

Me puse de pie. Cristofer iba a seguir hablando, pero se interrumpió para mirarme. Habría jurado que, debajo del parche negro, un ojo de cristal giraba, enloquecido de furia.

⸺No lo entiendes, ¿cierto? ⸺dije⸺. Él te protegió, te mantuvo en tu mundo hasta que Marilyn te sacó de él. Y conmigo no sabía nada de los saltos, así que no puedes culparlo.

⸺Tal vez sí, tal vez no. Lo irónico aquí es que los filósofos se han pasado discutiendo durante siglos si Yaren era una entidad malévola, benévola o indiferente; si es que le importábamos de verdad y si es que, algún día, llegaríamos a conocerlo bien. Y lo mismo con todos los dioses de todas las religiones. Ahora resulta que el principal causante de todo es un zopenco que no llega ni a los veinte años.

⸺Esa visión es muy simplista. Hay cosas más grandes que Ricardo y que nosotros. No puedes centrar el debate en eso.

Cristofer colocó el cañón del arma en la sien de Ricardo. El chico se estremeció. A su lado, Edar se limitaba a observar.

Metaficción II: Destructor de mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora