Capítulo XVIII-Vleick

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Ricardo nos lo contó todo en cuanto ingresamos en la habitación. Me alegraba que Marilyn no le hubiese volado los sesos de un balazo. Tampoco mostraba signos de daño físico más allá de los ya habituales en él desde que nos transportamos al nuevo mundo. Estaba sentado, la espalda encorvada y la mano en el mentón. Pensé, un tanto divertido, que una imagen más adecuada para él sería escribiendo en un cuaderno todo lo que pensaba al respecto.

⸺¿Entonces el mensaje es que sigamos igual? ⸺dije en cuanto Ricardo finalizó su relato. Mi tono era mordaz pese a que mis ganas de pelear habían disminuido bastante desde que entró a la reunión con Marilyn. En verdad me seguía preocupando por él. Eso era muy tranquilizador.

⸺Algo así. No me explicó nada sobre el bloqueo de nuestras capacidades de salto.

⸺¿No le preguntaste?

Ricardo se encogió un poco.

⸺Yo... la verdad es que lo olvidé. Pero averigüé muchas cosas.

⸺Y estamos casi igual que antes.

⸺Vleick...

⸺¿Qué?

⸺¿Puedes dejar tu pesimismo por un rato? Sólo. Un. Rato. ⸺Marcó con especial énfasis cada palabra de la última oración.

Me apetecía dejarlo de lado, pero una de las dificultades de estar enojado es que, por más que quieras, hay algo en ti que te impide aplacarlo sin más. Sabes que podrías solucionar la situación y no lo haces. Esa vocecita dentro de ti se vuelve más pequeña conforme continúas la discusión.

⸺Está bien ⸺dije, a pesar de mí mismo.

⸺Me alegro.

Dormir no había solucionado nada: continuaba tan cansado como... como siempre. ¿Por qué no me había puesto a pensar en la cantidad de esfuerzo físico que conllevaba el ser yo? Siempre corriendo, peleando, huyendo. No era una vida que a la mayor parte de personas les gustaría vivir o que pudieran soportar. Que siguiera allí era una señal de triunfo.

No hablamos, no había nada que decirnos. Sólo nos dedicaríamos a darle vueltas a la misma información hasta hartarnos. No habíamos visto a Doménica o Al Sabar, sin embargo, no estábamos en posición de culparlos; procurábamos mantenernos en el mismo sector de la nave porque nos aterraba perdernos. Pese a que me moría de ganas de explorar, mi instinto de conservación era aún más fuerte y convertía mis pies en dos bloques de cemento en cuanto pensaba en caminar un poco más allá de lo conocido.

⸺¿Tienen libros aquí? ⸺preguntó Ricardo.

⸺¿Qué tal si preguntas? ⸺dije.

⸺No pienso salir sólo para perderme.

⸺¿Y si exploramos un rato? Digo, si vamos los tres juntos no creo que haya problema.

Ricardo aceptó y Edar contestó poniéndose de pie. Se encorvaba un poco y mantenía las manos muy hundidas en los bolsillos. En caso de que nos metiéramos en problemas, estaría preparado para sacar su arma. Aún encontraba absurdo el que ninguno de los guardias poseyera pistolas reales, aunque si seguíamos vivos era gracias a eso. No tenía ningún derecho a quejarme.

Salimos de la habitación sin pronunciar una palabra. El sonido de la puerta al cerrarse, semejante a un susurro fugitivo en la oscuridad, trajo a mi mente la noche en que decidimos abandonar la casa de Daniela para enfrentarnos a Raised. ¿Por qué me acompañaba la misma incertidumbre si lo único que iba a hacer sería explorar un poco el lugar? No había forma de que nos extraviáramos por el resto de nuestras vidas; llevábamos los rastreadores en las muñecas. Me rasqué el brazo. Cada que recordaba su presencia, experimentaba un ligero picor.

Metaficción II: Destructor de mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora