Capítulo VII-Ricardo

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Un padma de color azul se estrelló contra mi rostro. No fue hasta que me tambaleé hacia atrás que me di cuenta de lo que estaba ocurriendo. El extraterrestre se había convertido en una masa amorfa para después salir disparado hacia mí. Me había golpeado con todo su ser en un sentido muy literal. Sería más gracioso de no ser porque, de cierto modo, me estaba anunciando mi inminente final. Por supuesto, todavía no tenía la menor idea de cómo harían un montón de gelatinas con ojos para asesinarme.

El ruido, mezcla entre zumbido y chasquido, volvió a hacer presencia detrás de mí. Me giré tan rápido como pude para encontrarme con esferas gelatinosas cruzando el aire directo hacia nosotros. Logré esquivar una de ellas, que pasó rozando mi brazo sin hacerme experimentar más que un poco de frío. Otras dos, sin embargo, dieron de lleno en mi pecho. Igual que con las armas de los guardias, el impacto en sí no dolía; pero resultaba efectivo: ya no tuve la oportunidad de recuperar el equilibrio y la caída de culo más potente de toda mi vida.

Las esferas giraron una en torno a otra hasta formar dos padmas, uno verde y otro azul, que se quedaron allí para observarme de brazos cruzados.

⸺No querrás que te hagamos lo mismo que a él, ¿o sí? ⸺dijo el padma azul.

Miré de reojo para ver cómo los padmas enroscaban sus cuerpos alrededor los brazos de Vleick, que quedó pegado al piso, removiéndose en intentos inútiles por soltarse. Agitaba los tentáculos como si fuera a servirle de algo. No había nada allí cerca que pudiera usar como enganche para salir volando y así liberarse de las pegajosas ataduras de los padmas, que se habían quedado adheridos al suelo.

¿Y Edar? ¿Acaso se había perdido?

La respuesta me llegó de inmediato. Dos padmas convertidos en esferas se arrojaron hacia un punto de la estancia en el que, a simple vista, no había nada. De pronto, frenaron y se sacudieron en el aire. En algunos sitios de su cuerpo, este se hundía un poco, lo suficiente como para delatar que alguien más los agarraba. Las esferas giraron y salieron volando hasta rebotar algunas veces. El ruido de chapoteo resultante sería, quizás, el equivalente a sus gritos.

Tragué saliva. ¿En qué momento Edar había creado más acólitos aparte de su madre?

Más y más padmas llegaban como nacidos del cielo raso, acabando así con mis esperanzas de escapar de aquellos que me mantenían vigilado. Dado que ya nos habían vencido, Edar era el único objetivo de los extraterrestres.

Algo viscoso se enredó en torno a mi brazo. Bajé la mirada para encontrarme con el tentáculo brillante de Vleick.

⸺¡Espera! ⸺gritó uno de los padmas que me vigilaba. Su voz bien podría haberse confundido con la de un hombre.

La cabeza de Vleick recibió todo el golpe sobre mi pecho tras salir disparado hacia mí. De nuevo, escuché una especie de chapoteo que no tardó mucho en extinguirse. Aparté al hechicero de un empujón y rodé hacia un lado. Grité de terror al ver al padma aplastado, tan plano que parecía un dibujo hecho por un niño de cinco años con una extraña imaginación.

⸺¿Pero qué...?

El cuerpo del padma se despegó del suelo a la misma velocidad con la que un humano saltaría. Al segundo siguiente, estaba formado de nuevo por completo. A mi lado, Vleick lo observaba a gatas y con la boca abierta.

Los padmas empezaban ya a convertirse en bolitas para aprisionarnos cuando una buena cantidad de esferas llovió sobre ellos y los mandó a varios metros de nosotros. Un padma se estrelló contra mi cabeza y, por un instante, creí que iba a perder el conocimiento. El padma, de color verde, había recuperado su forma original; pero se balanceaba en el aire y daba la impresión de que colgaba de un péndulo.

Metaficción II: Destructor de mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora