Capítulo XXV-Ricardo

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Nunca me había puesto a pensar en lo aterradores que podían llegar a ser los enemigos invisibles. Era capaz de sentir sus colas tirando de mí y veía cómo la nave se alejaba a una velocidad que, si bien me habría gustado describir como desesperante debido a su lentitud, era bastante rápida. El desesperante, para mi mal humor, no lo podía quitar. Con los puños apretados, quise usar mi fuerza para arrojar a uno de los augurios sobre el otro. (No podía verlos, pero era fácil deducir que se hallaban al lado de mí).

El agarre del augurio era mucho mejor que cualquier cadena o manos muy poderosas que me hubiesen aprisionado antes. Sólo logré que mis músculos se tensaran. Gruñí. Las grietas del casco fragmentaban el espacio en pequeños trocitos de vacío.

⸺¡Ricardo! ⸺Vleick me gritaba en la oreja. Era el primer y único dolor de oído que llegaría a calificar como grato⸺. Potencia los propulsores.

⸺¡Los habría potenciado si pudiera!

Me había negado a aceptar mi desesperación hasta que mi voz la dejó entrever. Empezaba a faltarme el aire y estaba a punto de estallar en un colapso nervioso. Ni siquiera los ejercicios de respiración me iban a servir de mucho.

⸺Espera, ¿sí?

No iba a esperar. La misma palabra sonaba angustiante.

Un grito gutural brotó de mí y volví a jalar al augurio. Aquella era mi mano herida y el dolor que siguió sólo prolongó mis gritos. Sin embargo, el augurio se había movido y nos desplazamos hacia abajo unos cuantos metros. Sacudí las piernas aprovechando que los augurios de abajo se habían quedado demasiado confundidos como para actuar con rapidez. Tal vez pateé a uno de ellos.

¿Se podía decir que estaba acostado? Dado que no había ninguna superficie debajo de mí, el término era un tanto inexacto.

Las grietas del casco seguían desplazándose.

Un augurio se estrelló contra mi estómago y me arrojó hacia abajo. Caímos juntos y, de pronto, me vi libre de las ataduras de las demás criaturas. Giramos en el vacío y traté de agarrarlo. Mis dedos se cerraron en torno a la nada. La criatura, que debería hallarse detrás de mí, me arrojó uno de sus rayos de luz. Me moví muy lento a la izquierda a pesar de que sabía que no lo iba a lograr. Salí disparado hacia la nave, gritando por ayuda. Iba a estrellarme contra ella. Bastaría mucho menos para romper mi casco.

Grandes brazos se cerraron en torno a mi abdomen. Tuve problemas para respirar, pero no les presté demasiada atención al percatarme de que Doménica se había convertido en mi salvadora. Se sirvió de sus propulsores para dejar atrás a los confundidos augurios.

⸺¿Estás bien? ⸺me preguntó entre jadeos.

Tragué saliva y contesté:

⸺Tan bien como podemos estar.

⸺Eso no es mucho, ¿cierto?

Respiré hondo. No iba a tranquilizarme del todo, pero guardaba la esperanza de que llegara a un estado que podría catalogarse como un remedo de calma.

⸺Supongo que no.

Alrededor de nosotros, varios uniformados que todavía conservaban sus campos de fuerza (muy tenues, eso sí) nos rodeaban formando un círculo. Entre ellos se encontraba un Edar flotante. Si bien casi todo su lenguaje corporal lo mostraba sereno, sus ojos no paraban de saltar de Doménica a mí, como si todavía le costara asimilar que siguiéramos vivos.

Metaficción II: Destructor de mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora