Capítulo XIV-Vleick

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O a Ricardo se le había ocurrido una manera real de ayudar con el problema de Re Alin o, lo que consideraba más probable, buscaba desesperado que le permitieran quedarse en la biblioteca un poco más. A estas alturas, ya se habría dado cuenta si es que había algún error argumental en la biblioteca. Y, en lo personal, habría preferido irme a la nave.

⸺¿Qué estás haciendo? ⸺le susurré.

Ricardo no dijo nada. Dejó de caminar, de pie bajo el letrero que indicaba que habíamos llegado a la sección de historia. Doménica, Edar y Al Sabar iban detrás de nosotros. Ella con cara de no creerse nada, el muchacho con su habitual máscara de indiferencia y el porlian tan indescifrable como siempre. Los cuatro esperábamos una respuesta. Una respuesta coherente, para ser exactos.

El joven escritor nos miró con cierto nerviosismo, sin embargo, lo había visto más intranquilo en situaciones menos comprometedoras.

⸺¿Podemos estar por aquí un rato? Sólo eso, un rato. Presiento que Re Alin podría estar buscando criaturas o personas de otros tiempos para poder tenerlas a su favor. Y, bueno, quiero saber quiénes pueden ser.

Doménica se cruzó de brazos, tan lento que dio la impresión de que disfrutaba de llevar a cabo ese gesto del mismo modo en que disfrutaría de un manjar tras una batalla.

⸺Sabes que no te creemos, ¿verdad?

Los ojos de Ricardo emitieron un destello de alarma. Fue breve, pero bastó para que todos los demás nos diéramos cuenta. Sacudió la cabeza y, cuando habló, lo hizo con total seguridad:

⸺Lo sé. Sólo es una teoría que tengo, pero, considerando que no tienen ninguna pista, no estaríamos perdiendo el tiempo.

⸺Tiene razón en parte ⸺dijo Al Sabar⸺. Re Alin también se ha quitado sus dispositivos de rastreo, así que dudo mucho que baste con encender la nave para irnos tras él.

Yo no apoyaba la idea de quedarnos en la biblioteca (sólo quería descansar), sin embargo, admitía que todavía podríamos encontrar algo de información. Frustrado, apoyé la espalda en uno de los estantes. Me enojó un poco no poder apoyarme del todo en ellos sin que se cayeran. Iba a estar del lado de Ricardo por la simple razón de que era mi amigo y, en medio de todo, me había demostrado que confiar en él no era una mala idea.

Doménica, nada contenta, dijo al fin:

⸺Está bien, pero estaremos con ustedes.

No protestamos, habría sido muy sospechoso. Además, no teníamos intenciones de escapar. Edar nunca llevaba la contraria si es que podía ahorrárselo y, por mi parte, aquellas pistolas fueron más que suficientes para disuadirme de hacer algo que no habíamos acordado. Era mejor mantener la paz, por más molesto que resultara.

⸺Gracias ⸺dijo Ricardo.

No nos pidió que nos dividiéramos, ni siquiera nos dio instrucciones. Agarró el primer libro que vio y se puso a leer. Ahora que lo pensaba, no en muchas ocasiones tuve la oportunidad de verlo comerse un libro. Por la expresión de su rostro, cualquiera diría que algún ser de otra dimensión le otorgaba dones incomprensibles para la humanidad. Aparté la vista de él, tomé asiento y me dediqué a mirar los libros.

Nunca reconocería frente a Ricardo que, exceptuando por el libro que le enseñé, no me molesté demasiado en leer ninguno. La mayoría no me llamaba nada la atención, quizás porque siempre fui más de novelas de aventuras y, durante las últimas horas, nada se me antojaba más que un buen libro de dinosaurios. O de extraterrestres, si es que se podía. Por supuesto, no iba a encontrar nada de eso en la sección de historia. Todo eran guerras ocurridas hacía miles e, incluso, millones de años. Cientos de miles de batallas olvidadas, cuyos participantes, alguna vez humanos, ahora no eran más que nombres asociados con fechas.

Metaficción II: Destructor de mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora