Los tentáculos brotaron de mi espalda. Doménica abrió mucho los ojos, todavía no se acostumbrada a nuestros poderes y seguía sin tener la capacidad de comprenderlos. Yo tampoco terminaba de entenderlos, aunque ya me hacía una buena idea de cómo funcionaban. No me costó nada impulsarme hacia arriba con ayuda de las vigas del techo. Procuré mantenerme cerca de donde había estado, pues los augurios no me prestaban atención hasta ahora.
Debajo de mí, los hombres gritaban, caían y disparaban. Se trataba de un caos en el que se apreciaba cierto orden al responder a un patrón: onda expansiva, tranquilidad, rayo de luz, gritos. Los trajes les permitían a los hombres seguir luchando, aunque unos cuantos de ellos ya habían caído. Sus cuerpos yacían desperdigados por el suelo. Muertos o inconscientes, no lo sabía nadie.
Pero yo sí que conocía un par de cosas:
Yo estaba vivo.
Y, si Re Alin conocía la verdad, entonces los augurios querían a Ricardo.
Eso llevaba a una nueva conclusión.
Yo era el rehén perfecto.
⸺¡Oigan, todos! ¡Estoy aquí!
⸺Vleick, ¿qué haces? ⸺chilló Doménica.
No le presté atención.
⸺¿Quieren a Ricardo? Pues vengan por mí.
Mis gritos apenas se escuchaban en el clamor de la batalla. Empezaba a preocuparme cuando mi campo de fuerza obstaculizó a un rayo de luz roja. Me quedé boquiabierto. Esos momentos de duda me hicieron creer que los augurios no me prestarían atención y ahora lidiaba con varios de ellos alrededor de mí. La burbuja que me rodeaba no tardaría en desvanecerse.
Y, dadas las circunstancias, tendría que esperar a que sucediera.
Empecé a balancearme de adelante hacia atrás, preparado ya para lo que iba a suceder. O bueno, tanto como podía estarlo.
Mi campo de fuerza no daba señales de que iba a desaparecer. Se limitó a dejar de existir en un abrir y cerrar de ojos.
Por suerte, yo ya había agarrado el impulso necesario y me arrojé hacia delante. El frío aire me acarició la cara y después se dedicó a arañarla con uñas invisibles. Una gota de sangre salió despedida de mi mejilla. Mi cuerpo dio contra un augurio que no pude ver y supe así que había tenido éxito. En cierta medida, por lo menos. Las entrañas me dieron un vuelco y grité de puro terror al percatarme de que caía de cabeza al suelo y que nadie se hallaba en condiciones de ayudarme.
Agité los brazos un par de veces antes de que un ardor en la espalda me arrancara un bramido. Giré en el aire y algo se enterró en mi espalda. Escuché un gruñido por debajo de mí y unas manos me empujaron.
No puse resistencia. No pedí ayuda. Apenas me quedaban fuerzas para permanecer despierto. Quise creer que la pesada bota estrellándose contra mi sien era un accidente y no una traición. Me quedé con boca abierta y recibí el consuelo de respirar por un tiempo muy corto antes de que el miedo me arrancara el corazón.
Si mis suposiciones eran acertadas, acababa de recibir el ataque de tres augurios en la espalda. Sentía como si un fuego descontrolado ardiera debajo de mí. Di un quejido y, de algún modo, pude ponerme boca abajo. Luego, a gatas. No iba a ponerme de pie, no ahora. Todos los sonidos me llegaban lejanos como susurros revoloteando en un pasillo. Se me caían los mocos y la saliva resbalaba por mis labios igual que lo haría con un bebé recién nacido.
ESTÁS LEYENDO
Metaficción II: Destructor de mundos
FantasyHan pasado seis meses desde la amarga derrota de Raised. Pese a haber vencido, los recuerdos de tantas vidas perdidas atormentan a un Ricardo que no cree haber ganado en realidad. Lejos de Daniela y sin noticias de Vleick, un inesperado reencuentro...