XVI

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CONTROL DE ANIMALES

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CONTROL DE ANIMALES

Les dieron el tiempo suficiente para que Franklin terminara de hacer los arreglos, llegó también la antigua enfermera de Charles. La gente se movilizaba. Subieron a César a la fuerza a la camioneta, no dejaron que Will se acercara, no sabía a dónde ir primero, los gritos desesperados de Adeline buscando a su hijo fueron el norte que necesitaba. Will conducía detrás de la camioneta. Rodman se aceleró a alcanzar a su hijo, pero los cuidadores ya lo arrastraban hacia el edificio. La orden judicial decía que los Rodman no podían acercarse y, obviamente, ellos no lo iban a dejar. Incluso salió el dueño del establecimiento, bebiendo su café de la mañana mientras veía el conflicto.

—Está bien, que lo haga. Tráigalo cuando esté listo.

—Quítasela.

Mamá.

—César, César. Tranquilo. Ahora no, todo saldrá bien.

—Vamos a ver cómo es ahí dentro, ¿sí? — inquirió Caroline.

—Anda, vamos, César— Will le dio la mano a su hijo. Aunque caminaba, volteaba la cabeza en busca de su madre.

REFUGIO PARA PRIMATES

SAN BRUNO-ACCESO RESTRINGIDO

—Vamos, confía en mí.

Mamá.

—Está bien.

Lloraba.

—Volveremos a ser una familia, ¿sí?

El señor abrió una puerta donde daba a un salón enorme, un tronco que seguro pasaba el techo, había varias lianas, columpios, escaleras colgantes, roca para escalar. Las paredes estaban pintadas para asemejar los bosques tropicales donde seguro habitaba su especie, además del cielo cálido con nubes, casi asemejando el atardecer en esos algodones de la atmósfera. Caroline se recargó en la piedra cercana a la piedra, César deambulaba extrañado, se veía artificioso y natural a la vez. Llamó a su padre con la mano y él dijo que todo estaría bien, pidió permiso como siempre hacía a su madre y, desde la puerta, lo alentó a ir.

—Jamás ha convivido con otros chimpancés.

—Estamos acostumbrados a eso. Estará un poco asustado al principio, pero lo integraremos. Le sorprendería lo rápido que se acostumbran, le brindaremos un ambiente estimulante. Aquí va a estar bien, vamos a hacer el papeleo. Asegúrese de cerrar bien la puerta cuando entre.

—Cuando mi hermana se recupere, me gustaría...

—Adeline Rodman no puede aparecer aquí hasta que se delibere si cometió un delito o no y, de todos modos, eso incurre en la orden judicial.

—Ella lo crio...

—Necesita deslindarse de él, señor, esa es la razón por la que estamos aquí, porque lo han humanizado demasiado— César por fin reparó en que su padre y Caroline no estaban en el recinto con él, así que fue a la ventana a intentar tocar a su padre.

—César, estarás bien. Todo va a estar bien.

—No tengas miedo.

—Te vas a quedar aquí.

Casa.

—No.

Mamá.

—No.

Adeline— se notaba la desesperación y la ira en el simio que contorsionaba cada vez más el rostro al verse así de traicionado, dolido, abandonado. Estaba furioso porque ahora se quedaba sin su familia, sólo bastó que pusiera un pie fuera de la casa, sólo, para destruir todo lo que, en doce años, Will y Adeline lograron.

—No vas a ir a casa ahora.

—Tranquilo.

—Por experiencia, mientras más alargue la despedida, más difícil será.

—¿Puedo firmar eso después?

—Probablemente lo extrañe más que él a usted, dele un par de semanas para que se acostumbre al lugar.

—Will, tenemos que irnos. Tenemos que irnos a casa.

Papá.

—Volveré pronto, ¿de acuerdo?

El dueño del refugio le pidió que llamara antes de presenciarse. César golpeaba el vidrio, bufaba y fruncía el ceño. El vidrio hasta se había llenado de baba por tanto bufar. Ni Will ni Caroline voltearon una última vez, lo único que vio el hijo, fue al dueño y esa no era la imagen que buscaba. Estaba molesto con su padre por abandonarlo ahí y triste por su madre, porque no había ido a despedirse, habían pasado veinticuatro horas sin saber nada más de ella. Rodman tampoco le había dado la satisfacción de que su madre estaba bien, lo último que supo fue a la policía subiéndola a la patrulla.

—¡Oye! ¡Por acá! Yo te puedo sacar— César reaccionó a esa voz, era nueva, extraña, no había nadie más ahí y necesitaba saber de dónde venía y si de verdad lo llamaba a él—. Ven, por acá— César deambuló por el recinto antes de localizar por dónde llegaba el eco de esa voz. César subió las rocas, entró por el pasadizo y el joven cerró la puerta al centro de juegos—. Baja— le habló de vuelta y, antes de que el simio bajara, él salió y selló la puerta y el pasadizo—. Mono estúpido— el simio al otro lado del pasillo comenzó a golpear la jaula, luego a la derecha, a la izquierda; todos los simios se volvieron locos—. ¿Es lo mejor que puedes hacer? ¡Es un manicomio! — fácil más de cincuenta simios descontrolados en sus jaulas.

—No han archivado la orden judicial, no está en el sistema. Ya procesada, tardará noventa días en recibir la fecha de apelación.

—¿Noventa días?

—Sí, señor. Se le notificará por correo.

—Un momento. Haremos esto: irá a su computadora, organizará las cosas y me dará una cita para apelación para esta semana, ¿entendido?

—No puedo ayudarte.

—Pues tenemos un problema, no me moveré hasta que lo haga.

—Noventa días, señor, agradezca que se trata de fechas para ir al tribunal. Por suerte no sacrificaron al animal.

—¿Y la otra orden?

—Ya fue ingresada.

—¿Disculpe?

—Querían dar un ejemplo...

—¡No hubo juicio!

—Son grandes corporaciones, ¿usted cree que van a esperar los tres meses?

—¿Y qué puedo hacer?

—Hablar con los abogados de la compañía, quizá se pueda llegar a un acuerdo y no deba pasar todo ese tiempo en el psiquiátrico.

La madre del mesíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora