Epilogo

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El sol se alzaba lentamente sobre el horizonte, iluminando con su luz cálida el mundo que Izuku había salvado. La batalla contra Muzan había terminado, pero a un costo que todos los cazadores de demonios sentirían por mucho tiempo. Izuku, quien había luchado hasta el último momento, yacía en una cama de recuperación, herido, pero vivo.

Al despertar, lo primero que sintió fue el dolor punzante en todo su cuerpo. Intentó moverse, pero la debilidad lo invadió. Cuando levantó su brazo derecho, lo que encontró no fue su mano, sino una prótesis metálica que reflejaba la luz del amanecer. La batalla había cobrado su mano, y al tocarse el rostro, descubrió también la ausencia de su ojo derecho. La realidad golpeó con fuerza. Había sobrevivido, pero a un precio muy alto.

Antes de que pudiera procesar completamente lo que había ocurrido, la puerta de su habitación se abrió suavemente. Mitsuri, Momo y Rumi entraron en silencio. Habían estado con él desde el momento en que cayó inconsciente después de la batalla final, cuidándolo, preocupándose por su estado.

Mitsuri fue la primera en acercarse, con lágrimas en los ojos. —Izuku... —dijo en voz baja, tomándole la mano izquierda con suavidad—. Estaba tan asustada. Pensé que... —Su voz se quebró, pero sonrió a través de las lágrimas—. Estoy tan feliz de que estés despierto.

Rumi, con su habitual expresión estoica, permanecía junto a la puerta, pero incluso ella tenía los ojos brillantes por la emoción. —No me hagas pasar por eso otra vez, ¿entendido? —dijo, tratando de mantener su tono firme, aunque la preocupación en su mirada lo delataba.

Momo, más tranquila y serena, se acercó con una bandeja de comida. —Hemos estado cuidándote, pero debes descansar más. Tus heridas aún no han sanado del todo —dijo con suavidad, colocándose a su lado—. No te preocupes por nada, estamos aquí para ti.

Izuku, aunque exhausto, les sonrió débilmente. —Gracias... a las tres —susurró. Sentía su cuerpo frágil, más débil de lo que había estado jamás, pero el calor de sus novias a su alrededor le daba fuerzas para seguir adelante.

Las semanas que siguieron fueron difíciles. Aunque las heridas de Izuku habían sanado en parte, la pérdida de su mano y ojo derecho lo habían dejado profundamente debilitado. Mitsuri, Momo y Rumi lo cuidaron constantemente, turnándose para asegurarse de que no estuviera solo ni un momento. Cada una de ellas cumplía un papel importante en su recuperación.

Rumi lo ayudaba con los ejercicios físicos, empujándolo a seguir adelante a pesar del dolor. —No puedes rendirte ahora —le decía mientras lo animaba a levantarse y caminar—. No te convertiste en el cazador más fuerte para dejar que esto te derrote.

Momo, por su parte, le enseñaba a utilizar la prótesis, adaptándola a sus necesidades para que pudiera volver a sostener una espada. —Tienes que recuperar tu movilidad —le decía mientras le ayudaba a ajustar la prótesis—. Aún tienes una vida por delante, Izuku.

Y Mitsuri, con su calidez, era la encargada de levantarle el ánimo cuando los días se volvían demasiado oscuros. —Eres increíble, Izuku —le decía con una sonrisa llena de amor—. No importa cuántas cicatrices tengas, sigues siendo el mismo para nosotras.

El sol se había ocultado, dejando el cielo estrellado sobre ellos mientras la suave brisa nocturna acariciaba la piel de Izuku. Sentado en el porche, miraba las estrellas en silencio. Su cuerpo aún sentía las secuelas de la batalla, pero el dolor había disminuido con el tiempo. Aunque su ojo y su mano derecha nunca volverían, él había aprendido a aceptar sus cicatrices como un recordatorio de su lucha y sacrificio.

Mitsuri, Momo y Rumi se sentaron a su lado, compartiendo el momento tranquilo bajo el cielo nocturno. Las tres habían estado a su lado en cada paso de su recuperación, apoyándolo y amándolo con una intensidad que él nunca habría imaginado.

—Izuku, creo que ya no tienes que preocuparte tanto —dijo Momo suavemente, su mirada fija en las estrellas.

—Hiciste más de lo que cualquiera podría esperar. Mereces descansar —agregó Rumi con su tono firme, pero con una calidez que pocas veces mostraba.

—Y siempre estaremos contigo, pase lo que pase —añadió Mitsuri, recostando su cabeza en su hombro con una sonrisa dulce.

Izuku sonrió, sintiéndose más en paz de lo que había estado en semanas. Las cicatrices de la guerra estaban curando, pero el amor que lo rodeaba era lo que realmente lo había sanado.

A medida que la noche avanzaba, el ambiente se volvió más íntimo. Las miradas entre ellos eran más profundas, las sonrisas más significativas, y sin necesidad de palabras, los cuatro comprendieron lo que sucedería esa noche.

Se levantaron del porche y, sin decir nada, regresaron a la habitación. Las luces se apagaron, dejando que la cálida oscuridad los envolviera. Lo que siguió fue una noche que compartirían entre risas, besos y pasión. Aquella noche no sólo fue de celebración por la vida, sino por el amor que compartían.

A la mañana siguiente, Izuku despertó con sus tres novias a su lado, sintiendo una paz inigualable. Había sobrevivido, y ahora, con ellas, podía imaginar un futuro lleno de esperanza, alegría y amor. La guerra había terminado, pero su vida con ellas apenas comenzaba.

Izuku el de las 5 respiraciones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora